Hoy hemos tenido una comida todos los sacerdotes de la diócesis por ser la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. ¿Qué conclusión eclesiológica he sacado de este día? Pues la de que al clero nos persigue la tarta barata de bizcocho y nata vayamos al restaurante adonde vayamos. No importa en qué local de restauración nos refugiemos, allí nos estará esperando esa masa compacta de harina rellena de colesterol color blanco.
Pero ésa ha sido la única nube gris en medio del cielo azul primavera de este día. Primero de todo, celebro muchísimo el lugar donde nos hemos reunido: ha sido un acierto total. El clero se ha hecho lenguas de lo atinado de la elección. Son pocas las veces que nos reunimos para celebrar algo. Hacerlo donde lo hemos hecho, un lugar moderno y bonito, ha sido una magnífica elección llena de gusto. Un local sin lujos, pero agradabilísimo.
Además, nos hemos reunido bajo una carpa. La idea de tienda tenía para todos nosotros evidentes reminiscencias bíblicas. La comida, ¡otro acierto! Nada caro, nada que nos averguence ante nuestros feligreses. Pero sin ser caro el sitio ha suscitado la unánime aprobación de coadjutores y capellanes, de vicarios episcopales y canónigos, de los del Opus y de los del Camino. La dieta no era la del rey Baltasar: salmorejo de primero, y carne guisada de segundo. Todo presentado muy bien.
Ni un palabra puedo decir de lo que haya precedido a la comida, yo tenía guardia en el hospital. Pero al clero sencillo, noble, hecho a estrecheces, hoy, gracias a la comida, se le veía contento, se le veía reír y contar chistes. Desde este humilde post felicito a los que han tomado la decisión gastronómica. Pero el postre, ese postre, ¿qué hay que hacer desde este blog para que no vuelva a aparecer en el menú?
Hace cuatro días tomé un flan delicioso. No era un flan normal, era la Gioconda del mundo del flan. Otra posibilidad, humilde pero honrada, es el arroz con leche. Hasta preferiría una simple taza de chocolate marca Ram antes que esa tarta masónica de todos los años.


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