La Palabra del Domingo

A todos nos busca

el Señor para darnos su mano

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Nuestra madre Iglesia celebra hoy un profundo y alentador pasaje del santo Evangelio, que exhibe el mejor resumen de la teología joánica, reveladora del más caro anhelo divino, que asegura que Dios envió a su Hijo para que todos nos salváramos por Él (Jn 3, 14-21).

¿Un creyente
vergonzante?
El texto forma parte de la conversación de Jesús con Nicodemo (compárese 3, 1-21); sintetiza los principales temas de la revelación manifestada por y en Jesús, quien afirma: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (vv. 14-15). El fariseo Nicodemo era magistrado, representante del judaísmo oficial y docto. Acudió a ver a Jesús por la noche (véanse vv. 1-2). ¿Acaso un creyente vergonzante que silenció su fe porque manifestarla perjudicaría sus intereses (compárese Jn 12, 42)?

La apertura a la fe que
se transforma en Vida
Juan interpreta la muerte de Jesús con el doble sentido de elevación en la cruz y de elevación gloriosa, mediante una imagen veterotestamentaria que recuerda que cuando los judíos en el desierto levantaban los ojos hacia la serpiente eran librados de la plaga (compárese Nm 21, 4-9). Jesús al ser levantado en alto se convierte en fuente de salvación para todos, pues quien ve a Jesús también ve al Padre (compárese Jn 14, 9). La única posibilidad de acceso al misterio cristiano es la apertura de la fe que se transforma en Vida.
La oferta que Dios hace de su amor es la más alta que pueda imaginarse
En seguida una “homilía” del evangelista, que muestra el inmenso amor divino: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (v. 16). La fe nos vivifica cuando descubrimos y agradecemos el amor de Dios, quien desea nuestra realización. Por la fe llevamos en nuestro ser una inscripción de esperanza, con la confianza de que “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él” (v. 17).
Jesús es el vencedor de la muerte y el dador de la Vida para todos los que creen en Él. El juicio se realiza aquí y ahora con nuestra actitud de aceptación o rechazo frente a Jesús (veánse vv. 18-21). En la medida en que aceptamos la oferta de Dios en el Hijo perdemos o alcanzamos la vida eterna. La oferta que Dios hace de su amor es la más alta que pueda imaginarse y, por supuesto continúa en pie.
A partir de la fe nos entendemos remitidos al generoso anhelo de Dios, quien acrecienta nuestros horizontes al convocarnos a una tarea infinita, impulsados a alcanzar lo inalcanzable, a realizar lo imposible, a esperar contra toda esperanza, a amar sin límites, a ejemplo de Jesús, el Hijo de Dios, el Señor quien “a todos nos busca para darnos su mano” (Papa Francisco, ¿Quién soy yo para juzgar?, Origen, México 2017, pág. 40).

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