Después de cenar, relajado, he visto indolentemente el final de la película El topo. La había visto entera en el regreso de uno de mis últimos viajes a América. Para los que nacimos en 1968, está viva en la memoria una serie de la televisión en 1979 sobre el tema de espías que se titulaba Calderero, Sastre, Soldado, Espía. Una escena y unas frases de esa serie la recuerdo perfectamente, como si la viera ahora, palabra por palabra.
Esta era la cabecera de la serie de unos cuatro capítulos, de la que no entendí nada al ser muy pequeño:
En aquella década, las novelas de John Le Carré estaban en todas partes. Yo no leía libros todavía, tenía doce años, pero me parecía que esas novelas de espías tan reconocidas debían ser buenísimas, pero muy complicadas.
Para los que hemos nacido en aquella etapa, nos parece que esos fueron unos años de la edad de oro del espionaje. Con el mundo dividido en dos bloques poderosísimos, con dos visiones distintas del mundo, con el mapamundi repartido entre dos imperios, el espionaje tenía un misterio y una épica de la que carece hoy. Hoy parece menos apasionante. Quizá me equivoque, pero hoy parece algo más ramplón, más de andar por casa.


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