¿Lutero gnóstico? (Ricardo de la Cierva)

Miembro angustiado de la Orden de San Agustín, formado en un ambiente europeo en el que destacaban la degradación de la corte papal romana (de la que fue testigo) y la rebeldía antropocéntrica proclamada por el humanismo, Martín Lutero, profeta y padre de la Reforma protestante en el siglo XVI, se está presentando muy recientemente a una luz nueva; es un intocable para la discusión católica (sustituida por el diálogo muchas veces entreguista) pero es también un gnóstico.

Pocas veces he sentido una conmoción interior tan intensa como la que me produjo, en ese doble sentido, el número 53 de la revista 30 Giorni de 1992. Antonio Socci expone en su artículo de ese número bajo el título Lutero no se toca la transformación de Lutero por una reciente escuela de pensadores y teólogos católicos después de Sebastián Merkle y Joseph Lortz. Hasta 1939 Lutero era para los católicos el heresiarca por antonomasia, desde su excomunión por la Santa Sede el 3 de enero de 1521. Desde 1939 empieza a considerárselo, desde el campo intelectual católico, como un gran teólogo, un gran místico y un reformador auténtico al que no se puede ya ni criticar. Y eso que el mismo Lutero manifestaba al final de su vida en carta a Zwinglio su dolor por la agitación y la confusión que sus doctrinas habían sembrado en la Iglesia.

Pero no me preocupa ahora este neoluteranismo de la moda católica –que no debe extrañar a quienes observamos que algunos católicos y especialmente algunos jesuitas interpretan el diálogo como rendición, sin recibir nada a cambio– sino la dimensión gnóstica de Lutero revelada en el reciente libro (1980) de Theobald Beer, máximo especialista de Lutero en nuestro siglo, como lo ha definido el cardenal Ratzinger, que habla a Antonio Socci y Tommaso Ricci en el citado número de 30 Giorni.

Beer expone las concordancias profundas entre los escritos de Lutero y aquel evangelio gnóstico que hemos citado ya, los libros del pseudo-Hermes Trismegisto. Para el cardenal Ratzinger, muy criticado por los católicos filo-luteranos de hoy, la obra de Beer es definitiva al desentrañar las raíces neoplatónicas, herméticas y gnósticas de Lutero. El propio Melanchton acusaba a Lutero de ceder a «delirios maniqueos» por los que Lutero recaía en la herejía de que se había salvado San Agustín; así afirmaba que Dios estaba en contra de Sí mismo, que se debe conceder al diablo una hora de divinidad, que la maldad debe atribuirse a Dios. La cristología de Lutero alberga elementos de la gnosis; como la coexistencia de divinidad y maldición en Cristo, cuya naturaleza humana se identifica con el pecado, con el mal. Para Beer el pseudo-Hermes no ejerció sobre Lutero una influencia superficial sino decisiva «en todos los temas fundamentales» y demuestra esta tesis con textos herméticos que afloran en posiciones luteranas. «Siempre que Lutero se ve perdido se refugia en Hermes», dice. Los ejemplos de afinidad entre Lutero y el pseudo-Hermes son «millares». En su utilización de Hermes Lutero es un precursor del idealismo alemán del siglo XIX, sobre todo de Fichte, Schelling y Hegel. El gnosticismo de Lutero es de signo alejandrino y tiene los esquemas neoplatónicos y neopitagóricos como clave. Toda la teoría de Lutero se basa en una desesperación radical, lo mismo que les sucedía a los gnósticos: la realidad es el infierno y no existe salvación real; ésta es una frase de Lutero, no de Jean-Paul Sartre. Para Lutero, como para los gnósticos, existe una divinidad malvada. El agustino Lutero incurre en una perversión del agustinismo, en una regresión dentro del pensamiento de San Agustín. Y lo más curioso es que mientras muchos teólogos protestantes admiran la penetración de Beer, toda una escuela dominante de pensamiento católico lo silencia –es el método habitual para exaltar a un Lutero falseado. Tal vez porque Lutero les ha contagiado, como veremos, su raíz gnóstica, que Lutero transmitió a la que suele llamarse Modernidad, como acabamos de insinuar en algunas citas de autores ya muy próximos a nosotros.

(Ricardo de la Cierva, Las puertas del infierno –La historia de la Iglesia jamás contada, Editorial Fénix, 1995, pp. 52-53).


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