mayo 2020
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, 31 May. 20 (ACI Prensa).- Los obispos en Kenia se reunirán en los “próximos días” para definir una estrategia para el levantamiento de la prohibición del culto público en el país, después de que a principios de esta semana el gobierno se comprometiera a apoyarlos.

El martes 26 de mayo, el secretario del gabinete de Salud, Mutahi Kagwe; el secretario del gabinete de Educación, George Magoha; y el secretario del gabinete de Interior y Coordinación del Gobierno Nacional, Fred Matiang’i, se reunieron con los obispos de Kenia para pedirles propuestas para la reapertura segura de las iglesias.

CS Mutahi Kagwe, Prof. George Magoha and I met with Catholic Bishops' representatives, led by Cardinal John Njue, at the Holy Family Basilica this afternoon as part of Government's stakeholder outreach program as instructed by H.E. President Uhuru Kenyatta. pic.twitter.com/UqZaGehbNN

— Dr. Fred Matiang'i (@FredMatiangi) May 26, 2020

Por sus redes sociales, Matiang’i informó que la reunión se realizó en la Basílica de la Sagrada Familia en horas de la tarde, como parte del programa de información a las partes interesadas en el plan del gobierno.

“Reiteré el compromiso del Gobierno de continuar trabajando con la Iglesia a través de sus líderes mientras continuamos tomando medidas y decisiones con respecto a la situación COVID-19 de nuestro país”, agregó.

El miércoles 27 de mayo, el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Kenia (KCCB) y Arzobispo de Kisumu, Mons. Philip Anyolo, indicó a ACI África – agencia del Grupo ACI - que entre la variedad de temas que se discutieron surgió la idea de levantar la suspensión del culto público.

“Todos estábamos de acuerdo en que el culto público es uno de los servicios esenciales en Kenia”, señaló Mons. Anyolo. “Hablamos de la necesidad de abrir las iglesias para el culto de manera lenta y gradual, con mucha prudencia”, agregó.

Entre las medidas tomadas por la pandemia, el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, eximió a varios proveedores de servicios “esenciales” del toque de queda nacional, entre los que se incluyen los profesionales de la salud, oficiales de seguridad nacional, trabajadores de emisoras con licencia y medios de comunicación.

Otros proveedores de servicios esenciales que pueden trabajar, si cuentan con la licencia necesaria, son las farmacias, los distribuidores de alimentos, transportistas de productos agrícolas, operadores de telecomunicaciones, supermercados, bancos, instituciones financieras y servicios financieros de pago.

Mons. Anyolo resaltó que el culto público también es uno de los servicios esenciales en el país, una necesidad para el pueblo de Dios y debe permitirse con “mucha precaución”.

“Nuestras iglesias necesitarán mucha disciplina para permitir el culto público. Muchas parroquias en Kenia tienen más de dos mil cristianos, por lo que no podemos despertarnos un día y decirles a todos que vayan a la iglesia”, agregó el Prelado.

Mons. Anyolo señaló que los cinco obispos que asistieron a la reunión estuvieron de acuerdo en plantear, junto con los demás prelados, un conjunto de propuestas a ser presentadas al Gobierno.

Además, indicó que la reunión del 26 de mayo también discutió el papel de la Iglesia en la lucha contra la propagación del COVID-19.

“La Iglesia y el Gobierno son socios en la mitigación de los efectos del virus. El Gobierno comprende el papel central de la Iglesia en la educación del público”, dijo. “Los africanos tienden a escuchar más los temas que se presentan en la perspectiva de la fe, que desde el Gobierno”, agregó.

Mons. Anyolo señaló que el papel de la Iglesia es educar sobre los peligros de la enfermedad, de manera que las personas entiendan que el virus es real y que la situación se vuelve más crítica mientras las infecciones aumentan diariamente y persiste la falta de medicamentos y vacunas.

Según reporta la Universidad Johns Hopkins, Kenia tiene un total de más de mil infecciones en el país y 62 muertes por la enfermedad.

Para contener la propagación del virus, en marzo el Gobierno de Kenia suspendió el culto público y ordenó el cierre de las escuelas.

Pero el 23 de mayo, mientras se asignaban fondos al programa de educación y se contrataban pasantes de TIC para apoyar el aprendizaje digital, el presidente Uhuru Kenyatta insinuó la reapertura de las escuelas, una decisión que ha atraído reacciones encontradas de varios grupos en el país.

“El enfoque del Gobierno para la posible reapertura de escuelas e incluso la suspensión de la prohibición del culto público es encomiable” indicó Mons. Anyolo. “Todas las partes interesadas recibieron una propuesta para estudiar y expresar opiniones antes de tomar cualquier medida”, agregó.

Asimismo, en la reunión se trató el tema de los desalojos forzados en Nairobi, los obispos pidieron al Gobierno no expulsar a la fuerza a los residentes pobres de sus hogares.

“Todos entendemos que este no es el momento adecuado para derribar las casas de las personas y dejar a cientos sin hogar; no cuando el mismo Gobierno aboga porque las personas permanezcan en sus hogares como una medida para contener la propagación del virus”, indicó Mons. Anyolo.

Traducido y adaptado por Harumi Suzuki. Publicado originalmente en ACI África.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- Con motivo de la próxima Jornada Misionera Mundial, que se celebrará el domingo 18 de octubre, la Oficina de Prensa del Vaticano difundió este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, el mensaje del Papa Francisco que lleva por título “Aquí estoy, mándame”, obtenido de un versículo del Libro de Isaías.

A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios por la dedicación con que se vivió en toda la Iglesia el Mes Misionero Extraordinario durante el pasado mes de octubre. Estoy seguro de que contribuyó a estimular la conversión misionera de muchas comunidades, a través del camino indicado por el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.

En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del COVID19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.).

Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial. «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa.

Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos» (Meditación en la Plaza San Pietro, 27 marzo 2020).

Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal.

En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

En el sacrificio de la cruz, donde se cumple la misión de Jesús (cf. Jn 19,28-30), Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida.

Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10).

A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos.

«La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEVSan Pablo, 2019, 16-17).

Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia.

Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.

Haber recibido gratuitamente la vida constituye ya una invitación implícita a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo: una semilla que madurará en los bautizados, como respuesta de amor en el matrimonio y en la virginidad por el Reino de Dios.

La vida humana nace del amor de Dios, crece en el amor y tiende hacia el amor. Nadie está excluido del amor de Dios, y en el santo sacrificio de Jesús, el Hijo en la cruz, Dios venció el pecado y la muerte (cf. Rm 8,31-39). Para Dios, el mal —incluso el pecado— se convierte en un desafío para amar y amar cada vez más (cf. Mt 5,38-48; Lc 23,33-34). Por ello, en el misterio pascual, la misericordia divina cura la herida original de la humanidad y se derrama sobre todo el universo.

La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo.

La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia.

Preguntémonos: ¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días?

¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)?

Esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, mándame” (cf. Is 6,8). Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia.

Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan.

Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios.

Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. Y la oración, mediante la cual Dios toca y mueve nuestro corazón, nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación.

La imposibilidad de reunirnos como Iglesia para celebrar la Eucaristía nos ha hecho compartir la condición de muchas comunidades cristianas que no pueden celebrar la Misa cada domingo.

En este contexto, la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12).

La celebración la Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia.

La caridad, que se expresa en la colecta de las celebraciones litúrgicas del tercer domingo de octubre, tiene como objetivo apoyar la tarea misionera realizada en mi nombre por las Obras Misionales Pontificias, para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y las iglesias del mundo entero y para la salvación de todos.

Que la Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos.

Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, Solemnidad de Pentecostés.

FRANCISCO

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco agradeció a los médicos, enfermeros y todo el personal sanitario por sus esfuerzos durante la pandemia de coronavirus para curar y acompañar a los afectados por la enfermedad y sus familiares.

Al finalizar el rezo del Regina Coeli en la Plaza de San Pedro del Vaticano este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, el Santo Padre recordó que “hoy en Italia se celebra la Jornada Mundial del Auxilio, para promover la solidaridad con los enfermos”.

“Renuevo mi aprecio a todos aquellos que, especialmente durante este período, han ofrecido y ofrecen su testimonio de curación al prójimo”, señaló.

A continuación, recordó “con agradecimiento y admiración a todos aquellos que, sosteniendo a los enfermos en esta pandemia, han dado su vida. Recemos en silencio por los médicos, los voluntarios, los enfermeros, todos los profesionales de la salud y tantos que han dado su vida durante este período”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco pidió al Espíritu Santo que derrame su gracia sobre los pueblos de la Amazonía, duramente golpeada por la pandemia de coronavirus.

Al finalizar el rezo del Regina Coeli este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, desde el Palacio Apostólico del Vaticano, el Papa Francisco recordó que “hace siete meses concluía el Sínodo Amazónico”.

“Hoy, fiesta de Pentecostés, invocamos el Espíritu Santo para que de luz y fuerza a la Iglesia y a la sociedad en la Amazonía duramente probada por la pandemia. Se han producido muchos contagios y fallecimientos, también entre los pueblos indígenas, particularmente entre los más vulnerables”.

También pidió que, “por intercesión de María, Madre de la Amazonía, rezo por los más pobres e indefensos de aquella querida región, pero también por los de todo el mundo, y hago un llamado para que no le falte a nadie la asistencia sanitaria”.

Por último, hizo un llamado a “sanar a las personas” antes que la economía. “Curar a las personas, que son más importantes que la economía. Nosotros, personas, somos templo del Espíritu Santo. La economía, no”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco afirmó, al finalizar el rezo del Regina Coeli este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, en el Palacio Apostólico del Vaticano, que la humanidad necesita la acción del Espíritu Santo para salir más unida de la crisis causada por la pandemia de coronavirus.

“Tenemos mucha necesidad de la luz y de la fuerza del Espíritu Santo”, afirmó el Pontífice. “La necesita la Iglesia para caminar concorde y con valentía testimoniando el Evangelio. Y la necesita la entera familia humana, para salir de esta crisis más unida y no más dividida”.

En sus palabras, el Pontífice subrayó que “de una crisis como esta no se sale igual que antes. Se sale o mejor o peor. Tengamos la valentía de cambiar, de ser mejores que antes y poder construir positivamente la post crisis de la pandemia”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco señaló que la Solemnidad de Pentecostés recuerda que “no es tiempo de quedarse encerrados” y subrayó que “el Espíritu Santo es el fuego que quema los pecados y crea hombres y mujeres nuevos”.

En su mensaje previo al rezo del Regina Coeli, que presidió por primera vez desde hace meses desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano y con la presencia de fieles en la Plaza de San Pedro este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, el Pontífice explicó cómo el Resucitado reunió a los discípulos e hizo de ellos su Iglesia.

“El Evangelio de hoy nos lleva a la tarde de Pascua y nos muestra a Jesús resucitado que se aparece en el cenáculo, donde se habían refugiado los discípulos. Tenían miedo”, explicó el Papa.

Jesús se sitúa en medio de ellos y “les dice: ‘Paz a vosotros’. Estas primeras palabras pronunciadas por el Resucitado son más que un saludo. Expresan el perdón a los discípulos que lo habían abandonado. Son palabras de reconciliación y de perdón”.

“También nosotros, cuando deseamos paz a los demás, estamos dando nuestro perdón y también pidiendo perdón”, aseguró.

Con ese saludo, “Jesús ofrece su paz a aquellos discípulos que tenían miedo, que incluso les cuesta creer en lo que han visto, es decir, el sepulcro vacío y, sobre todo, el testimonio de María Magdalena y de las otras mujeres. Jesús perdona y ofrece su paz a sus amigos”.

“Perdonando y reuniendo en torno a Él a sus discípulos, Jesús hace de ellos su Iglesia: una comunidad reconciliada y preparada para la misión. Cuando una comunidad no está reconciliada, no está preparada para la misión, sólo está preparada para discutir dentro de ella. El encuentro con el Señor Resucitado da un vuelco a la existencia de los apóstoles y los transforma en valientes testigos”.

“De hecho, inmediatamente después, dice: ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’. Estas palabras hacen entender a los apóstoles que son enviados a prolongar la misma misión que el Padre confió a Jesús”.

“No es tiempo de quedarse encerrados ni llorar por los buenos tiempos pasados con el Maestro. La alegría de la resurrección es grande, pero es una alegría expansiva que no debe guardarse para sí mismo. Es para darla”.

“Precisamente, para animar la misión, Jesús entrega a los apóstoles su Espíritu”. “El Espíritu Santo es el fuego que quema los pecados y crea hombres y mujeres nuevos. Es el fuego de amor con el que los discípulos podrán ‘incendiar’ el mundo. Ese amor de ternura que prefiere a los pequeños, a los pobres, a los excluidos”.

“En los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación recibimos el Espíritu Santo con sus dones: entendimiento, sabiduría, ciencia, consejo, piedad, fortaleza y temor de Dios”.

“Este último don, el temor de Dios, es, precisamente, lo contrario del miedo que paralizaba a los discípulos: es el amor por el Señor, es la certeza de su misericordia y de su bondad, es la confianza de poder moverse en la dirección por Él indicada sin que no nos falte nunca su presencia y su apoyo”.

“La fiesta de Pentecostés renueva la conciencia de que en nosotros habita la presencia vivificante del Espíritu Santo. Él también nos entrega la valentía de salir fuera de los muros protectores de nuestros ‘cenáculos’, sin caer en el descanso de una vida tranquila o encerrarnos en costumbres estériles”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- Al finalizar su homilía en la Misa de la Solemnidad de Pentecostés, celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco propuso una oración para rezar al Espíritu Santo y pedirle que reavive “en nosotros el recuerdo del don recibido”.

A continuación, la oración propuesta por el Papa Francisco:

“Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos”.

“Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco advirtió de que todo cristiano debe enfrentarse a “tres enemigos” del don del Espíritu Santo, tres elementos que impiden al cristiano “entregarse” a los demás como hicieron los apóstoles en el día de Pentecostés: narcisismo, victimismo y pesimismo.

Durante la Misa celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano por la solemnidad de Pentecostés, el Pontífice señaló que “el narcisismo lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: ‘La vida es buena si obtengo ventajas’”.

Esa actitud lleva a plantearse por qué uno debería entregarse a los demás. El Papa explicó que se trata de una actitud que, durante la pandemia de coronavirus que está afectando al mundo desde hace varios meses, “duele”.

“En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores”, lamentó.

No menos perjudicial es el segundo enemigo: el victimismo. “El victimista está siempre quejándose de los demás: ‘Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos en mi contra!’. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: ‘¿Por qué los demás no se entregan a mí?’”.

“En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos”, insistió.

Por último, está el pesimismo. “Aquí la letanía diaria es: ‘Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...’. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: ‘Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil’”.

De esa manera, “en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza”.

Estos son los tres enemigos, “el dios narcisista del espejo, el ‘dios espejo’; el ‘dios lamento’, me siento persona en el lamento; y el ‘dios negatividad’, todo es negro, todo oscuro”.

Frente a esos tres elementos, frente a la “carestía de esperanza”, “necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros”. Por esta razón, “necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco invitó a mirar la Iglesia “como la mira el Espíritu Santo”, y no “como la mira el mundo”.

Durante la Misa celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano por la Solemnidad de Pentecostés, rechazó que la Iglesia se divida en “derechas e izquierdas”, en “conservadores y progresistas”. Atribuyó esas divisiones a una visión mundana de la Iglesia y subrayó que, por medio del Espíritu Santo, “somos hijos de Dios”.

El Pontífice centró su homilía en la dicotomía “diversidad-unidad”, y explicó que “San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo”.

El Pontífice destacó la diversidad de origen y cultural de los apóstoles: “muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos”.

Por lo tanto, entre los apóstoles elegidos por Jesús “había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas”.

Ante esa diversidad de los apóstoles “Jesús no los cambió, no los uniformó y para convertirlos en ejemplares producidos en serie”.

Por el contrario, “dejó sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu”.

La plasmación de esa fuerza unificadora del Espíritu se produjo cuando los apóstoles comprobaron “con sus propios ojos” cómo, “aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía”.

Volviendo al contexto de la Iglesia de hoy, el Papa se preguntó: “¿Qué es lo que nos une? ¿En qué se fundamenta nuestra unidad?”. En ese sentido, recordó que “también entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad”.

Advirtió de la tentación de querer defender las ideas propias a cualquier precio, “considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros”.

Se trata de un error consistente en profesar “una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos”.

Frente a esa tentación, subrayó que “nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios”.

Por ello, invitó a mirar la Iglesia “como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo”. Porque “el mundo nos ve de derechas y de izquierdas”, en cambio, “el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios”.

“La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico”.

En su homilía, el Papa Francisco puso de relieve otro aspecto de la incidencia del Espíritu Santo en la Iglesia y que tiene que ver con el anuncio.

A pesar de ser “la primera obra de la Iglesia, los Apóstoles, en el cenáculo, “no preparan ninguna estrategia ni tienen un plan pastoral. Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no”.

“El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a ‘hacer el nido’. El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada”.

Por el contrario, “en la Iglesia, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido”.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco presidió, desde el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Misa por la Solemnidad de Pentecostés este domingo 31 de mayo. En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre la enseñanza contenida en los Evangelios y en la predicación de San Pablo en la que se explica que “el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios» (vv. 5-6).

Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes.

Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía. Él es la armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad.

La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos.

Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. Todos iguales en esto, y todos diferentes. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con esta ideología, con esa otra; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios.

La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.

Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia. Cuando estaban encerrados allí, en el cenáculo, no pensaban en una estrategia. No tienen un plan pastoral.

Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no.

El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. Esa es una mala enfermedad que puede afectar a la Iglesia. La Iglesia no comunidad, no familia, no madre, sino nido.

El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada.

En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Es bello ese inicio de la Carta de San Juan, “aquello que nosotros hemos recibido, hemos visto, os lo damos a vosotros”.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don.

Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia.

Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”.

Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso.

El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”.

En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia...”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”.

Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza.

Estos son los tres enemigos, el dios narcisista del espejo, el “dios espejo”, el “dios lamento”, me siento persona en el lamento, y el “dios negatividad”, todo es negro, todo oscuro.

Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad.

Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos.

Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.

REDACCIÓN CENTRAL, 31 May. 20 (ACI Prensa).- Cada 31 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel, y con este mensaje de caridad de la Madre de Dios es que se concluye el mes mariano.

Según narran los evangelios, el ángel Gabriel le dijo a María que así como ella iba a ser la Madre de Jesús, su prima Isabel también estaba encinta de Juan el Bautista y la Virgen fue en ayuda de su pariente durante tres meses.

De este relato evangélico surgen dos importantes oraciones: la segunda parte del Avemaría y el canto del Magníficat.

Cuando Isabel oyó el saludo de María, “el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno’”.

María, la sierva humilde y fraterna que siempre está dispuesta a atender a todos que la necesitan, respondió alabando a Dios por sus maravillas: “Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava…”

San Bernardo de Claraval señalaba que “desde entonces María quedó constituida como un ‘Canal inmenso’ por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones”.


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REDACCIÓN CENTRAL, 31 May. 20 (ACI Prensa).- Hoy se celebra la Solemnidad de Pentecostés, que conmemora la Venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles, cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo.

El capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles describe que “de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo”.

San Juan Pablo II al reflexionar sobre este acontecimiento en su encíclica "Dominum et Vivificantem" señaló que “el Concilio Vaticano II habla del nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el domingo de Pascua”.

“Cristo resucitado vino y ‘trajo’ a los apóstoles el Espíritu Santo. Se lo dio diciendo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, ‘estando las puertas cerradas’, más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al exterior, ante los hombres”.

Posteriormente, el Papa de la familia cita el documento conciliar “Lumen Gentium”, en el que se resalta que “el Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga5,22)”.

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Este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, el padre Samuel Velásquez nos enseña cómo la irrupción del Espíritu Santo en la historia y en la Iglesia nos regala una nueva armonía, basada en el amor y el perdón. Todo esto es reflejo de la Nueva Creación que nos ofrece gratuitamente Dios, y que podemos acoger en nuestras vidas, especialmente en este tiempo de prueba.

, 30 May. 20 (ACI Prensa).- La presidencia de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) donó diez millones de euros más, como una contribución extraordinaria a las regiones cuyo territorio ha sido definido como “naranja” o “rojo” de acuerdo al grado de afectación por el coronavirus, que en el país ya tiene 232.248 casos y más de 33 mil fallecidos.

Esta donación se suma a los 200 millones que en abril ya entregaron a las diócesis de todo el país, y a los nueve que en total enviaron a África y otros países pobres.

Los fondos, explica la CEI, provienen del fondo recaudado a partir de los aportes de los fieles, el llamado ocho por mil o el 0,8% del Impuesto a la Renta que los ciudadanos pueden aportar a la Iglesia.

Este dinero tiene como finalidad “sostener a las personas y familias en situaciones de pobreza o necesidad, entes o asociaciones que trabajan para superar la emergencia provocada por la pandemia y entidades eclesiásticas en situaciones de dificultad”, indica un comunicado de la CEI.

Además de la donación, los obispos italianos anunciaron la campaña “Hay un país”, para seguir colaborando con los más necesitados a través del ocho por mil.

La campaña de recepción de donaciones será lanzada el domingo 31 de mayo y recuerda que “la Iglesia Católica, también en la emergencia, no ha dejado de hacerse cargo de los más débiles: desde el párroco de una pequeña ciudad de provincia, que durante la epidemia ha debido sostener a su comunidad gracias a la tecnología y de modo creativos, hasta los comedores de Cáritas que han encontrado distintas formas para ayudar a las familias en dificultad”.

“Así se han transformado en lugares donde se acoge y se encuentran personas listas para ayudar, por tantos proyectos para alentar el trabajo y para buscar la reinserción de muchos desocupados, ayudar a las mujeres víctimas de la violencia, entre otros, para llegar a miles de proyectos”, agrega el texto.

Traducido y adaptado por Walter Sánchez Silva. Publicado originalmente en ACI Stampa

, 30 May. 20 (ACI Prensa).- Miles de argentinos y defensores de la vida de todas partes del mundo se sumaron este 30 de mayo a la Marcha por la Vida, realizada por primera vez de forma digital por las medidas de prevención de contagio de coronavirus COVID-19.

De acuerdo a los organizadores, según cifras preliminares, solo en Facebook la Marcha por la Vida tuvo un alcance de 390 mil personas.

En diálogo con ACI Prensa, la senadora argentina Silvia Elías de Pérez, una de las principales líderes provida en el parlamento, destacó que “la marcha de hoy ha sido muy positiva”, pues “en el 2018 debemos ser conscientes de que la victoria se ha debido no a un grupo de senadores que nos tocó hacer la parte formal sino a una enorme cantidad de argentinos que a lo largo y a lo ancho del país salieron a defender sus ideas, sus derechos, a decir que en Argentina toda vida vale y que nacer en la Argentina no debe ser un derecho de los deseados”.

Esta marcha digital, destacó, sirve para “poner un punto de partida de nuevo”, para que tanto grupos provida y ciudadanos argentinos que defienden la vida desde la concepción se vuelvan “a poner en camino, a trabajar, porque tenemos que dar una batalla nuevamente”.

En 2018, las marchas por la vida convocadas en diversas ciudades argentinas sumaron más de 3 millones de participantes, que exigían a los congresistas argentinos que rechacen el intento, alentado por el gobierno del entonces presidente de Argentina, Mauricio Macri, de legalizar el aborto.

El sucesor de Macri en la presidencia de Argentina, Alberto Fernández, ha ofrecido este año presentar un proyecto de ley para legalizar el aborto.

Silvia Elías de Pérez lamentó que “es tristísimo, dramático, que en medio de una pandemia mundial, en donde estamos peleando por la vida de la gente, a un gobierno se le cruce por la cabeza todavía mandar este tipo de iniciativas que van en contra de la vida”.

“Lo importante entonces de nuevo es que volvamos a poner razón y pasión al servicio de esta causa, que es la más noble de todas porque es luchar por la preservación del género humano, conservar la vida y comprender que en todas sus etapas, desde el inicio gasta el fin”, señaló.

En la marcha, que fue transmitida durante alrededor de dos horas a través de Facebook y YouTube, participaron importantes líderes provida de Argentina y distintas partes del mundo. Entre ellos la comunicadora Lianna Rebolledo y el actor y productor Eduardo Verástegui, ambos de México.

En su participación en la Marcha por la Vida de Argentina, Verástegui recordó su reciente participación en los masivos eventos provida digitales de Guatemala y México, y destacó la importancia de los medios de comunicación para la defensa de los más vulnerables.

El actor y productor mexicano recordó que en los foros que participa “el mensaje que siempre doy es llevar la palabra provida hacia su máxima plenitud”.

“Claro que tenemos que defender la vida dentro del vientre de la mamá, defender el derecho más importante, fundamental, el derecho a nacer, porque si no se nace no se puede gozar de ningún otro derecho”, indicó. “Pero los provida no paramos ahí, porque después ¿quien sigue? Los niños en situación de calle, ni un solo niño más en la calle debería de haber y eso depende de nosotros, de todos”, dijo.

Verástegui también alentó a erradicar el crimen de la trata de personas, así como asistir a los adolescentes que sufren adicciones y a las madres abandonadas y maltratadas.

Ser provida, continuó, es velar “por la vida de os enfermos que no tienen recursos para pagarle a un buen doctor, para un tratamiento adecuado”, así como “ver por la vida de los que fueron falsamente acusados y están en la cárcel”.

Además, Verástegui remarcó que la defensa de la vida es “ver por la vida de los ancianos que están abandonados en un asilo muriéndose de tristeza porque ni siquiera sus familiares los van a ver”.

“Ser la voz de los que no tiene voz, defender a aquellos que no se pueden defender” es ser provida, aseguró.

El hashtag promovido por los organizadores, #YoMarchoXLaVida, se mantuvo durante todo el evento entre las 10 principales tendencias de Twitter en Argentina, con decenas de miles de menciones.

, 30 May. 20 (ACI Prensa).- Vatican News, el sitio web informativo del Vaticano, eliminó recientemente un polémico artículo del sacerdote jesuita José Luis Caravias, en el que decía que Jesús está de acuerdo con la pandemia de coronavirus COVID-19 y que resulta “absurdo pedir milagros”.

De acuerdo a la universidad estadounidense especializada en medicina Johns Hopkins, al 30 de mayo se han confirmado 5.999.248 casos de COVID-19 en todo el mundo, sumando 367.356 muertos.

En el artículo titulado “El Dios de Jesús no castiga con pandemias”, publicado el 26 de mayo, el P. Caravias señalaba que “la pandemia no la manda Dios. Pero pienso que Jesús está de acuerdo con esta explosión natural”.

Además, aseguraba que “los fenómenos naturales actúan independientes de nuestros deseos. Por eso no hay milagros que cambien el curso natural de la naturaleza. Si las placas tectónicas se acomodan allá abajo necesariamente en la superficie se producirá un terremoto. Si tengo contactos imprudentes con un infectado yo también quedaré infectado”.

“En estos casos no hay nada que hacer. Es absurdo pedir milagros”, dijo el P. Caravias, nacido en España y radicado en Paraguay.

Actualmente, el enlace del artículo del sacerdote jesuita en el sitio web de Vatican News remite a un sitio con el mensaje “404 - PÁGINA NO ENCONTRADA”. Sin embargo, el artículo aún se puede encontrar en los registros de Google en este enlace.

El 27 de mayo, en diálogo con ACI Prensa, el P. Juan de Dios Olvera, canónigo de la Basílica de Guadalupe en Ciudad de México y doctor en Teología Dogmática, advirtió que el hoy desaparecido artículo del P. Caravias “está sesgado por una ideología”.

Para el P. Olvera es “absurdo” que el sacerdote jesuita diga que Jesús está de acuerdo con la pandemia de coronavirus que afecta a todo el mundo.

“Jesús nunca puede estar de acuerdo con una enfermedad, con una epidemia, con una pandemia. Jesús viene precisamente a combatir el pecado y a quitar el mal”, explicó el P. Olvera.

El canónigo de la Basílica de Guadalupe rechazó también que el P. Caravias califique de “absurdo pedir milagros” frente al coronavirus.

“Por supuesto que los podemos implorar y por supuesto que podemos pedir milagros, porque la enfermedad, la muerte, la injusticia, el mal en general es fruto del pecado”, señaló el P. Olvera, y subrayó que “por supuesto que los milagros existen, porque la misericordia de Dios existe y porque Él se apiada una y otra vez de la miseria humana, llámese pecado, llámese problemas de enfermedad, epidemia, etc.”.

CIUDAD DE MÉXICO, 30 May. 20 (ACI Prensa).- El P. José de Jesús Aguilar, subdirector de Radio y Televisión de la Arquidiócesis de México, publicó este 30 de mayo un video en el que actores, músicos, periodistas y otras famosas personalidades rezaron el Santo Rosario.

Entre los famosos que se sumaron a la convocatoria del P. Aguilar se encuentran el actor y cantante Eduardo Capetillo, el actor Luis Antonio Gatica, el cantante Enrique Guzmán, la reina de belleza y ex Miss Universo María Guadalupe “Lupita” Jones, el actor Edgar Vivar, la actriz Sylvia Pasquel, el actor Eric del Castillo y Daniela Romo.

También se sumaron la actriz Carmelita Salinas, el presentador de televisión Pedro Sola, la presentadora de televisión Jolette Navarrete, la periodista Inés Sainz, la cantante Ana Bárbara, la actriz y cantante Maribel Guardia y el músico chileno Beto Cuevas, entre otros.

En diálogo con ACI Prensa, el P. Aguilar señaló que “el mundo de la espiritualidad de los llamados 'famosos' es para muchos desconocidos. Quizás los vemos con profesionalismo en su trabajo, o haciendo buenas obras, enfrentando retos, pero no siempre sabemos qué es lo que los sostiene, y llegamos a pensar que en el mundo del espectáculo todo es frivolidad”.

El sacerdote mexicano destacó que “afortunadamente mi trabajo en los medios me ha permitido llegar a conocer el corazón de las personas y descubrir grandes ejemplos de fe que no siempre se publican, porque parece que a las revistas de espectáculos lo único que les interesa son los escándalos, sacar lo peor en lugar de también mostrar lo maravilloso que pueden tener”.

“Por eso, ante la pandemia, la violencia, la falta de seguridad, la falta de trabajo y la falta de respeto a la vida, tomando en cuenta el mes de María y la iniciativa del Papa para rezar el Rosario implorando la ayuda divina y también para apoyar la iniciativa de Eduardo Verástegui, se me ocurrió llamar a los llamados famosos para hacer este video y de esta manera invitar a sus ‘fans’ a que también oren con ellos”, dijo.

El P. Aguilar propuso además una segunda iniciativa, para que “todas las personas se graben rezando un Ave María y bajo el lema de ‘Un Ave María por México’ o ‘Un Ave María por el Mundo’, todos suban este video a las redes”.

“De esta manera estaremos haciendo lo que Cristo nos dijo: echen las redes más profundos. Y en esta ocasión serían las redes sociales”, indicó.

VATICANO, 30 May. 20 (ACI Prensa).- Durante el rezo del Rosario en la gruta de Nuestra Señora de Lourdes de los Jardines Vaticanos este sábado 30 de mayo para pedir por el fin de la pandemia de coronavirus, el Papa Francisco recitó la oración que presentó a comienzos del mes de mayo dirigida a la Virgen María.

La oración está dividida en dos partes, y el Pontífice rezó una antes de iniciar el Rosario y la otra al concluir.

A continuación, las oraciones rezadas por el Papa Francisco:

Oración 1:

Oh María,
tú resplandeces siempre en nuestro camino
como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos,
que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús,
manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo romano,
sabes lo que necesitamos
y estamos seguros de que lo concederás
para que, como en Caná de Galilea,
vuelvan la alegría y la fiesta
después de esta prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre
y hacer lo que Jesús nos dirá,
Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo
y se cargó de nuestros dolores
para guiarnos a través de la cruz,
a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
no desprecies nuestras súplicas en las necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Oración 2:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios».

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos. Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.


Este es un vídeo muy bueno, realmente, muy bueno. Pero hay un problema —y es un problema creciente que se refleja muy bien en este vídeo y es considerar, erróneamente, que las vidas humanas valen lo mismo que las vidas de los animales:
Me parece espantoso, una increíble aberración, los que les parece bien que hay que reducir la población humana y que eso solo se puede conseguir por la fuerza. Porque, y eso está claro, los que viven no van a dejar por las buenas que les maten.
En el futuro, podemos esperar bioterrorismo cuyo único propósito sea acabar con grandes cantidades de humanos. Eso es un tipo de terrorismo que muy difícil de prevenir: el terrorismo que no tiene móviles políticos ni reivindicaciones ni busca desestabilizar un poder; el terrorismo que busca la muerte por la muerte, en cualquier lugar, de cualquier ser humano.

VATICANO, 30 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco presidió este sábado 30 de mayo el rezo del Rosario desde la gruta de Nuestra Señora de Lourdes, que se encuentra en los Jardines Vaticanos, para pedir a la Virgen por el fin de la pandemia de coronavirus y rezar por los enfermos, los fallecidos y sus familiares, así como por todos los profesionales y voluntarios que luchan contra la enfermedad.

A la iniciativa se han sumado 50 santuarios marianos de todo el mundo que se han conectado con el Santo Padre en la gruta de Nuestra Señora de Lourdes por vía telemática.

Entre esos santuarios marianos están el de Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de la Concepción de Aparecida o la Santa Casa de Loreto. Entre las televisiones que han retransmitido el evento en directo está EWTN.

La gruta de los Jardines Vaticanos es una réplica de la del Santuario de Lourdes inaugurada en 1905 durante el Pontificado de Pío X.

El Pontífice llegó a la gruta a las 05:30 p.m. (hora local de Roma) y, mientras sonaba el canto de inicio, cruzó la reja de la gruta y ofreció un ramo de flores a la Virgen. Después se dirigió a su puesto y rezó la primera parte de la oración mariana por él mismo escrita antes de empezar el rezo del Rosario.

“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe…”, comienza esta oración compuesta de forma especial por Francisco para el mes de mayo. En ella pide auxilio a María para ayudar a la humanidad a superar la grave crisis sanitaria, económica y social desatada por la pandemia de coronavirus.

El rezo del Rosario comenzó con la exposición de la intención: “Nos ponemos bajo el manto materno de la Virgen María para confiar al Señor, por medio de su intercesión, a la humanidad entera sometida duramente a prueba durante este período de pandemia”.

Después comenzó la recitación de los Misterios Gloriosos del Rosario: “la resurrección del Señor”, “la ascensión del Señor al cielo”, “la venida del Espíritu Santo”, “la Asunción de la Virgen María al cielo”, “la coronación de María como Reina del cielo y de la tierra”.

Cada misterio se ofreció por los médicos, enfermeros y todo el personal sanitario; por los militares, fuerzas de seguridad, bomberos y voluntarios; por los sacerdotes y consagrados que han llevado los sacramentos y el consuelo cristiano a los enfermos; por los moribundos y los difuntos y sus familias; y por aquellas personas que se encuentran necesitadas de fe y esperanza, en especial por los desempleados, las personas que están solos y por los niños recién nacidos.

El rezo del Rosario lo dirigirán 14 personas diferentes: un neumólogo del Hospital San Felipe Neri de Roma, una enfermera, un voluntario de Protección Civil junto con su mujer y su hija, superviviente del coronavirus, el capellán del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas Lazzaro Spallanzani, la Superiora General de las Hijas de San Camilo (también superviviente del virus), una farmacéutica, la hija de una víctima del virus, un periodista vaticanista, un matrimonio que ha tenido un hijo durante la pandemia y su hija mayor.

Tras la recita de todos los Misterios Gloriosos del Rosario, el Papa Francisco rezó la segunda parte de la oración mariana que compuso para el mes de mayo antes de impartir la bendición final y concluir con el cántico del Ave María de Fátima.

Antes de despedirse, el Papa Francisco se dirigió en español a los santuarios de América Latina: “Me dicen que hay muchos santuarios de América Latina y quisiera dar un saludo en español: A todos ustedes, los santuarios de América Latina, veo Guadalupe, y tantos otros que están comunicados en la oración. En mi lengua materna los saludo y gracias por estar cerca de todos nosotros. Que nuestra Madre de Guadalupe nos acompañe”.

VATICANO, 30 May. 20 (ACI Prensa).- El Papa Francisco envió a los sacerdotes de la Diócesis de Roma, de la que es Obispos, una carta con motivo de la Solemnidad de Pentecostés mediante la cual quiere hacerse cercano a cada uno de ellos en un momento en el que todavía duran las consecuencias de la pandemia causada por el coronavirus que tanto sufrimiento ha causado, y todavía causa, en tantas personas.

A continuación, el texto completo de la carta del Papa Francisco:

Queridos hermanos:

En este tiempo pascual pensaba encontrarlos y celebrar juntos la Misa Crismal. Al no ser posible una celebración de carácter diocesano, les escribo esta carta. La nueva fase que comenzamos nos pide sabiduría, previsión y cuidado común de manera que todos los esfuerzos y sacrificios hasta ahora realizados no sean en vano.

Durante este tiempo de pandemia muchos de ustedes me compartieron, por correo electrónico o teléfono, lo que significaba esta imprevista y desconcertante situación. Así, sin poder salir y tomar contacto directo, me permitieron conocer “de primera mano” lo que vivían.

Este intercambio alimentó mi oración, en muchas situaciones para agradecer el testimonio valiente y generoso que recibía de ustedes; en otras, era la súplica y la intercesión confiada en el Señor que siempre tiende su mano (cf. Mt 14,31).

Si bien era necesario mantener el distanciamiento social, esto no impidió reforzar el sentido de pertenencia, de comunión y de misión que nos ayudó a que la caridad, principalmente con aquellas personas y comunidades más desamparadas, no fuera puesta en cuarentena. Pude constatar, en esos diálogos sinceros, cómo la necesaria distancia no era sinónimo de repliegue o ensimismamiento que anestesia, adormenta o apaga la misión.

Animado por estos intercambios, les escribo porque quiero estar más cerca de ustedes para acompañar, compartir y confirmar vuestro camino. La esperanza también depende de nosotros y exige que nos ayudemos a mantenerla viva y operante; esa esperanza contagiosa que se nutre y fortalece en el encuentro con los demás y que, como don y tarea, se nos regala para construir esa nueva “normalidad” que tanto deseamos.

Les escribo mirando a la primera comunidad apostólica que también vivió momentos de confinamiento, aislamiento, miedo e incertidumbre. Pasaron cincuenta días entre la inamovilidad, el encierro y el anuncio incipiente que cambiaría para siempre sus vidas. Los discípulos, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban por temor, fueron sorprendidos por Jesús que «poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!” Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo”» (Jn 20,19-22). ¡Que también nosotros nos dejemos sorprender!

«Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor» (Jn 20,19). Hoy, como ayer, sentimos que «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón» (Const. past. Gaudium et spes, 1).

¡Cuánto sabemos de esto! Todos hemos oído los números y porcentajes que día a día nos asaltaban y palpamos el dolor de nuestro pueblo. Lo que llegaba no eran datos lejanos: las estadísticas tenían nombres, rostros, historias compartidas. Como comunidad presbiteral no fuimos ajenos ni balconeamos esta realidad y, empapados por la tormenta que golpea, ustedes se las ingeniaron para estar presentes y acompañar a vuestras comunidades: vieron venir el lobo y no huyeron ni abandonaron el rebaño (cf. Jn 10,12-13).

Sufrimos la pérdida repentina de familiares, vecinos, amigos, parroquianos, confesores, referentes de nuestra fe. Pudimos mirar el rostro desconsolado de quienes no pudieron acompañar y despedirse de los suyos en sus últimas horas. Vimos el sufrimiento y la impotencia de los trabajadores de la salud que, extenuados, se desgastaban en interminables jornadas de trabajo preocupados por atender tantas demandas.

Todos sentimos la inseguridad y el miedo de trabajadores y voluntarios que se expusieron diariamente para que los servicios esenciales fueran mantenidos; y también para acompañar y cuidar a quienes, por su exclusión y vulnerabilidad, sufrían aún más las consecuencias de esta pandemia.

Escuchamos y vimos las dificultades y aprietos del confinamiento social: la soledad y el aislamiento principalmente de los ancianos; la ansiedad, la angustia y la sensación de desprotección ante la incertidumbre laboral y habitacional; la violencia y el desgaste en las relaciones. El miedo ancestral a contaminarse volvía a golpear con fuerza. Compartimos también las angustiantes preocupaciones de familias enteras que no saben cómo enfrentarán “la olla” la próxima semana.

Estuvimos en contacto con nuestra propia vulnerabilidad e impotencia. Como el horno pone a prueba los vasos del alfarero, así fuimos probados (cf. Si 27,5). Zarandeados por todo lo que sucede, palpamos de forma exponencial la precariedad de nuestras vidas y compromisos apostólicos.

Lo imprevisible de la situación dejó al descubierto nuestra incapacidad para convivir y confrontarnos con lo desconocido, con lo que no podemos gobernar ni controlar y, como todos, nos sentimos confundidos, asustados, desprotegidos. También vivimos ese sano y necesario enojo que nos impulsa a no bajar los brazos contra las injusticias y nos recuerda que fuimos soñados para la Vida.

Al igual que Nicodemo, en la noche, sorprendidos porque «el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va», nos preguntamos: «¿Cómo puede suceder eso?»; y Jesús nos respondió: «¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes?» (cf. Jn 3,8-10).

La complejidad de lo que se debía enfrentar no aceptaba respuestas casuísticas ni de manual; pedía mucho más que fáciles exhortaciones o discursos edificantes incapaces de arraigar y asumir conscientemente todo lo que nos reclamaba la vida concreta.

El dolor de nuestro pueblo nos dolía, sus incertidumbres nos golpeaban, nuestra fragilidad común nos despojaba de toda falsa complacencia idealista o espiritualista, así como de todo intento de fuga puritana. Nadie es ajeno a todo lo que sucede. Podemos decir que vivimos comunitariamente la hora del llanto del Señor: lloramos ante la tumba del amigo Lázaro (cf. Jn 11,35), ante la cerrazón de su pueblo (cf. Lc 13,14; 19,41), en la noche oscura de Getsemaní (cf. Mc 14,32-42; Lc 22,44).

Es la hora también del llanto del discípulo ante el misterio de la Cruz y del mal que afecta a tantos inocentes. Es el llanto amargo de Pedro ante la negación (cf. Lc 22,62), el de María Magdalena ante el sepulcro (cf. Jn 20,11).

Sabemos que en tales circunstancias no es fácil encontrar el camino a seguir, ni tampoco faltarán las voces que dirán todo lo que se podría haber hecho ante esta realidad altamente desconocida. Nuestros modos habituales de relacionarnos, organizar, celebrar, rezar, convocar e incluso afrontar los conflictos fueron alterados y cuestionados por una presencia invisible que transformó nuestra cotidianeidad en desdicha.

No se trata solamente de un hecho individual, familiar, de un determinado grupo social o de un país. Las características del virus hacen que las lógicas con las que estábamos acostumbrados a dividir o clasificar la realidad desaparezcan. La pandemia no conoce de adjetivos ni fronteras y nadie puede pensar en arreglárselas solo. Todos estamos afectados e implicados.

La narrativa de una sociedad profiláctica, imperturbable y siempre dispuesta al consumo indefinido fue puesta en cuestión develando la falta de inmunidad cultural y espiritual ante los conflictos. Un sinfín de nuevos y viejos interrogantes y problemáticas —que muchas regiones creían superados o los consideraban cosas del pasado— coparon el horizonte y la atención.

Preguntas que no se responderán simplemente con la reapertura de las distintas actividades, sino que será imprescindible desarrollar una escucha atenta, pero esperanzadora, serena pero tenaz, constante pero no ansiosa que pueda preparar y allanar los caminos que el Señor nos invite a transitar (cf. Mc 1,2-3).

Sabemos que de la tribulación y de las experiencias dolorosas no se sale igual. Tenemos que velar y estar atentos. El mismo Señor, en su hora crucial, rezó por esto: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno» (Jn 17,15).

Expuestos y afectados personal y comunitariamente en nuestra vulnerabilidad y fragilidad y en nuestras limitaciones corremos el grave riesgo de replegarnos y quedar “mordisqueando” la desolación que la pandemia nos presenta, así como exacerbarnos en un optimismo ilimitado incapaz de asumir la magnitud de los acontecimientos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-228).

Las horas de tribulación ponen en juego nuestra capacidad de discernimiento para descubrir cuáles son las tentaciones que amenazan atraparnos en una atmósfera de desconcierto y confusión, para luego hacernos caer en derroteros que impedirán a nuestras comunidades promover la vida nueva que el Señor Resucitado nos quiere regalar. Son varias las tentaciones, propias de este tiempo, que pueden enceguecernos y hacernos cultivar ciertos sentimientos y actitudes que no dejan que la esperanza impulse nuestra creatividad, nuestro ingenio y nuestra capacidad de respuesta.

Desde querer asumir honestamente la gravedad de la situación, pero tratar de resolverla solamente con actividades sustitutivas o paliativas a la espera de que todo vuelva a “la normalidad”, ignorando las heridas profundas y la cantidad de caídos del tiempo presente; hasta quedar sumergidos en cierta nostalgia paralizante del pasado cercano que nos hace decir “ya nada será lo mismo” y nos incapacita para convocar a otros a soñar y elaborar nuevos caminos y estilos de vida.

«Llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!”» (Jn 20,19-20).

El Señor no eligió ni buscó una situación ideal para irrumpir en la vida de sus discípulos. Ciertamente, nos hubiera gustado que todo lo sucedido no hubiera pasado, pero pasó; y como los discípulos de Emaús, también podemos quedarnos murmurando entristecidos por el camino (cf. Lc 24,13-21).

Presentándose en el cenáculo con las puertas cerradas, en medio del confinamiento, el miedo y la inseguridad que vivían, el Señor fue capaz de alterar toda lógica y regalarles un nuevo sentido a la historia y a los acontecimientos. Todo tiempo vale para el anuncio de la paz, ninguna circunstancia está privada de su gracia.

Su presencia en medio del confinamiento y de forzadas ausencias anuncia, para los discípulos de ayer como para nosotros hoy, un nuevo día capaz de cuestionar la inamovilidad y la resignación, y de movilizar todos los dones al servicio de la comunidad. Con su presencia, el confinamiento se volvía fecundo gestando la nueva comunidad apostólica.

Digámoslo confiados y sin miedo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). No le tengamos miedo a los escenarios complejos que habitamos porque allí, en medio nuestro, está el Señor; Dios siempre ha hecho el milagro de engendrar buenos frutos (cf. Jn 15,5). La alegría cristiana nace precisamente de esta certeza.

En medio de las contradicciones y de lo incomprensible que a diario debemos enfrentar, inundados y hasta aturdidos de tantas palabras y conexiones, se esconde esa voz del Resucitado que nos dice: «¡La paz esté con ustedes!».

Reconforta tomar el Evangelio y contemplar a Jesús en medio de su pueblo asumiendo y abrazando la vida y las personas tal como se presentan. Sus gestos le dan vida al hermoso canto de María: «Dispersa a los soberbios de corazón; derriba a los poderosos de su trono y enaltece a los humildes» (Lc 1,51-52).

Él mismo ofreció sus manos y su costado llagado como camino de resurrección. No esconde ni disfraza o disimula las llagas; es más, invita a Tomás a hacer la prueba de cómo un costado herido puede ser fuente de Vida en abundancia (cf. Jn 20,27-29).

En reiteradas ocasiones, como acompañante espiritual, pude ser testigo de que «la persona que ve las cosas como realmente son y que se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz.

Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Y de ese modo se anima a compartir el sufrimiento ajeno y a no escapar de las situaciones dolorosas. De ese modo se da cuenta de que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás.

Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece y experimenta que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: “Lloren con los que lloran” (Rm 12,15). Saber llorar con los demás, esto es santidad» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 76).

«“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo”» (Jn 20,22).

Queridos hermanos: Como comunidad presbiteral estamos llamados a anunciar y profetizar el futuro como el centinela que anuncia la aurora que trae un nuevo día (cf. Is 21,11); o será algo nuevo o será más, mucho más y peor de lo mismo.

La Resurrección no es sólo un acontecimiento histórico del pasado para recordar y celebrar; es más, mucho más: es el anuncio de salvación de un tiempo nuevo que resuena y ya irrumpe hoy: «Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (Is 43,19); es el porvenir que el Señor nos invita a construir. La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación; nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor.

Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestionó y trastornó, dejemos que sea esa otra Presencia discreta, respetuosa y no invasiva la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad.

Si una presencia intangible fue capaz de alterar y revertir las prioridades y las aparentes e inamovibles agendas globales que tanto asfixian y devastan a nuestras comunidades y a nuestra hermana tierra, no tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular.

Un puñado de hombres temerosos fue capaz de iniciar una corriente nueva, anuncio vivo del Dios con nosotros. ¡No teman! «La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 109).

Dejemos que nos sorprenda una vez más el Resucitado. Que sea Él desde su costado herido, signo de lo dura e injusta que se vuelve la realidad, quien nos impulse a no darle la espalda a la dura y difícil realidad de nuestros hermanos.

Que sea Él quien nos enseñe a acompañar, cuidar y vendar las heridas de nuestro pueblo, no con temor sino con la audacia y el derroche evangélico de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14,13-21); con la valentía, premura y responsabilidad del samaritano (cf. Lc 10,33-35); con la alegría y la fiesta del pastor por su oveja perdida y encontrada (cf. Lc 15,4-6); con el abrazo reconciliador del padre que sabe de perdón (cf. Lc 15,20); con la piedad, delicadeza y ternura de María en Betania (cf. Jn 12,1-3); con la mansedumbre, paciencia e inteligencia del discípulo del Señor (cf. Mt 10,16-23).

Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales.

Dejémonos sorprender también por nuestro pueblo fiel y sencillo, tantas veces probado y lacerado, pero también visitado por la misericordia del Señor. Que ese pueblo nos enseñe a moldear y templar nuestro corazón de pastor con la mansedumbre y la compasión, con la humildad y la magnanimidad del aguante activo, solidario, paciente pero valiente, que no se desentiende, sino que desmiente y desenmascara todo escepticismo y fatalidad.

¡Cuánto para aprender de la reciedumbre del Pueblo fiel de Dios que siempre encuentra el camino para socorrer y acompañar al que está caído! La Resurrección es el anuncio de que las cosas pueden cambiar. Dejemos que sea la Pascua, que no conoce fronteras, la que nos lleve creativamente a esos lugares donde la esperanza y la vida están en lucha, donde el sufrimiento y el dolor se vuelven espacio propicio para la corrupción y la especulación, donde la agresión y la violencia parecen ser la única salida.

Como sacerdotes, hijos y miembros de un pueblo sacerdotal, nos toca asumir la responsabilidad por el futuro y proyectarlo como hermanos. Pongamos en las manos llagadas del Señor, como ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, la de la humanidad entera.

El Señor es quien nos transforma, quien nos trata como el pan, toma nuestra vida en sus manos, nos bendice, parte y comparte, y nos entrega a su pueblo. Y con humildad dejémonos ungir por esas palabras de Pablo para que se propaguen como óleo perfumado por los distintos rincones de nuestra ciudad y despierten así la discreta esperanza que muchos —silenciosamente— albergan en su corazón: «Atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados.

Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,8-10). Participamos con Jesús de su pasión, nuestra pasión, para vivir también con Él la fuerza de la resurrección: certeza del amor de Dios capaz de movilizar las entrañas y salir al cruce de los caminos para compartir “la Buena Noticia con los pobres, para anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19), con la alegría de que todos ellos pueden participar activamente con su dignidad de hijos del Dios vivo.

Todas estas cosas que pensé y sentí durante este tiempo de pandemia quiero compartirlas fraternalmente con ustedes para ayudarnos en el camino de la alabanza al Señor y del servicio a los hermanos. Deseo que a todos nos sirvan para “más amar y servir”.

Que el Señor Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí.

Fraternalmente,

FRANCISCO

CIUDAD DE MÉXICO, 30 May. 20 (ACI Prensa).- La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes y su Fundación La Morada de la Misericordia, con el apoyo y asesoría de la Conferencia del Episcopado Mexicano, lanzaron una campaña para ayudar a que los sacerdotes tengan el equipo de protección necesario para atender espiritualmente a enfermos de coronavirus COVID-19.

En un comunicado remitido a ACI Prensa, los organizadores de la campaña explicaron que necesitan de colaboración “para llevar a los enfermos atención sacerdotal oportuna y segura”.

“Dona un equipo de protección a uno de los sacerdotes que, con generosidad y valentía, estarán dispuestos a visitar y atender pastoralmente a los enfermos por esta pandemia COVID-19 y a sus familiares”, alentaron.

En promedio, los gastos de adquisión y envío de un traje de protección completo son de alrededor de 750 pesos mexicanos (alrededor de 34 dólares). Sin embargo, se reciben donaciones de cualquier monto.

Al poco tiempo del lanzamiento, la campaña logró proveer a 100 sacerdotes con los implementos de seguridad que les permitirán asistir espiritualmente, de forma segura, a enfermos de COVID-19. Sin embargo, ya son 3.000 los pedidos de ayuda que ha recibido.

Las donaciones se pueden realizar desde cualquier parte del mundo a través de PayPal haciendo click AQUÍ, o se Moneypool ingresando AQUÍ.

En México se pueden realizar donaciones a través del banco BBVA BANCOMER a nombre de la Fundación La Morada de la Misericordia, A.C., a la cuenta 0113972569 CLABE 012180001139725697.

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