En primer lugar, el Papa destacó que para evitar la amargura del alma es importante “conocer el pasado, proyectados hacia el futuro, para vivir mejor el presente, un tiempo oportuno para la formación y la santificación, acogiendo las oportunidades que el Señor da para seguirle y configurar su vida a Él”.
Así lo dijo este 22 de marzo durante la audiencia concedida a la comunidad del Pontificio Colegio Filipino. Esta audiencia a los sacerdotes, religiosas y fieles laicos del Pontificio Colegio Filipino “de Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje” se realizó con ocasión de los 500 años de la evangelización en Filipinas y de la primera Misa celebrada el 31 de marzo de 1561, día de Pascua; así como por el 70 aniversario de la fundación de esta institución que San Juan XXIII inauguró en 1961.
En su discurso, el Santo Padre recordó que el tiempo del que está hecha nuestra vida “es un don que Dios nos ha dado y ha confiado a nuestra responsabilidad, para que sepamos aprovechar la oportunidad para decir nuestro ‘gracias’, para hacer buenas obras y mirar al futuro con esperanza”.
Por ello, el Pontífice sugirió pensar en el pasado “en la historia que cada persona y cada realidad llevan consigo”, porque retroceder en el tiempo “es caminar con la memoria, desandando los pasos de los que nos han precedido, para volver a los orígenes de su fe con sentimientos de gratitud y asombro por lo que se nos ha dado”.
En esta línea, el Papa explicó que “cada aniversario nos da la oportunidad de hojear ‘el álbum familiar’ y recordar de dónde venimos, qué fe hemos vivido y qué testimonios evangélicos nos han permitido ser lo que ahora somos” y subrayó la importancia de recordar las gracias de Dios, de no olvidar, de la memoria del camino recorrido como dijo Moisés en el Libro del Deuteronomio, ya que “un cristianismo sin memoria es una enciclopedia, pero no es vida”.
“Cada uno de nosotros debe mirar atrás y recordar los tantos pasos, bonitos y feos, buenos y malos, pero viendo siempre que allí está la Providencia de Dios. Mirar al pasado nos hace recordar a quienes por primera vez hicieron que nos enamoráramos de Jesús -un párroco, una monja, nuestros abuelos o padres-, con quienes estamos en deuda por el don más grande”, afirmó el Papa.
En este sentido, el Santo Padre también aconsejó: “Cuando se sientan cansados y desanimados -nos pasa a todos sentirnos abatidos- por alguna prueba o fracaso, miren hacia atrás, a su historia, no para huir a un pasado ‘ideal’, sino para redescubrir el ímpetu y la emoción del ‘primer amor’”.
“Volver al primer amor. Sienta bien volver sobre los pasos de Dios en nuestra vida, todas las veces que el Señor se ha cruzado en nuestro camino, para corregir, animar, retomar, revivir, perdonar. Así tenemos claro que el Señor nunca nos ha abandonado, que siempre ha estado cerca de nosotros, a veces de forma discreta, otras de forma más evidente, incluso en los momentos que nos parecían más oscuros y áridos”, añadió.
Luego, el Santo Padre subrayó que “así como el pasado no debe ser un retiro intimista, también debemos combatir la tentación de la huida hacia adelante, cuando no vivimos nuestro presente en paz”, por lo que advirtió el peligro de la “procesión pecaminosa sobre el futuro, inmadura, para escapar del presente”.
De este modo, el Papa alertó sobre “la mística de las quejas” y animó a no darle vueltas al “laberinto de las quejas propias, de las propias insatisfacciones, de los disgustos propios”, ya que “este es el principio de una enfermedad muy fea que es la amargura del alma”.
Asimismo, el Santo Padre indicó que el presente es “el único tiempo que está ahora en nuestras manos y que estamos llamados a aprovechar para un camino de conversión y santificación”.
“El presente es el momento en el que Dios llama, no el ayer, ni el mañana: hoy; estamos llamados a vivir el hoy, incluyendo sus contradicciones, sufrimientos y miserias -incluidos nuestros pecados- que no hay que huir ni evitar, sino asumir y amar como ocasiones que el Señor nos ofrece para estar más íntimamente unidos a Él y también en la cruz”, dijo el Papa.
Por último, el Santo Padre concluyó que “si el pasado nos ofrece la oportunidad de ser conscientes de la solidez de nuestra fe y nuestra vocación, el futuro ensancha nuestros horizontes y es una escuela de esperanza”.
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