Francisco invitó a los franciscanos a ser portadores de misericordia, reconciliación y paz
En el discurso que les dirigió, el Santo Padre señaló que la minoridad “nos llama a ser y a sentirnos pequeños ante Dios, confiándonos totalmente a su infinita misericordia. La perspectiva de la misericordia es incomprensible para aquellos que no se ven como ‘menores’, es decir, pequeños, necesitados y pecadores ante Dios. Cuantos más somos conscientes de ello, más cerca estamos de la salvación, cuanto más estamos convencidos de que somos pecadores, más estamos dispuestos a ser salvados”, expresó Francisco.
“Minoridad también significa salir de nosotros mismos, de nuestros esquemas y puntos de vista personales; significa ir más allá de las estructuras -que también son útiles si se usan sabiamente- más allá de los hábitos y las certezas, para testimoniar una cercanía concreta a los pobres, a los necesitados, a los marginados, en una actitud auténtica de compartición y de servicio”.
De igual modo la dimensión de la fraternidad es esencial para dar testimonio del Evangelio. “En la Iglesia primitiva -recordó- los cristianos vivían de tal forma la comunión fraterna que las personas se sorprendían al verlos tan unidos en el amor, tan disponibles para el don y el perdón mutuo”.
“Su familia religiosa, dijo el Pontífice a los franciscanos, está llamada a manifestar esta fraternidad concreta, recuperando recíprocamente la confianza en las relaciones interpersonales, para que el mundo vea y crea, reconociendo que el amor de Cristo cura las heridas y hace de todos una cosa sola”.
Francisco, desde esta perspectiva, invitó a los franciscanos a ser portadores de misericordia, reconciliación y paz, obedeciendo al carisma que hace de ellos una congregación “en salida”, ya desde sus orígenes.
“Se narra –dijo el Papa- que cuando pidieron a los primeros hermanos que mostrasen su claustro, subieron a una colina y señalando toda la tierra hasta donde llegaba la mirada dijeron: 'Este es nuestro claustro'. Queridos hermanos, vayan todavía hoy a ese claustro, que es el mundo entero, empujados por el amor de Cristo, como los invita a hacer San Francisco cuando dice: “Exhorto a mis hermanos en el Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene. En cualquier casa en que entren, primero digan: Paz a esta casa y séales lícito comer de todos los manjares que les ofrezcan”.
La exhortación de san Francisco, subrayó el Pontífice, es de gran actualidad. “Es profecía de fraternidad y minoridad también para el mundo de hoy. ¡Qué importante es vivir una existencia cristiana y religiosa sin perderse en disputas y chismes, cultivando un diálogo sereno con todos con medios pobres, anunciando la paz y viviendo sobriamente, contentos con lo que nos ofrecen! Requiere un empeño decidido en la transparencia, en el empleo ético y solidario de los bienes, con un estilo de sobriedad y despojamiento. En cambio, si están apegados a los bienes y riquezas del mundo, y depositan en ellos su seguridad, el Señor mismo los despojará de este espíritu de mundanidad para preservar el valioso patrimonio de minoridad y pobreza al que los llamó por medio de san Francisco. O son libremente pobres y menores o acabarán despojados”.
“El Espíritu Santo es el animador de la vida religiosa -continuó- Cuando las personas consagradas viven dejándose iluminar y guiar por el Espíritu, descubren en esta visión sobrenatural el secreto de su fraternidad, la inspiración de su servicio a los hermanos, el poder de su presencia profética en la Iglesia y en el mundo. La luz y la fuerza del Espíritu los ayudarán también a enfrentar los desafíos que se les presentan, en particular la disminución numérica, el envejecimiento y la escasez de nuevas vocaciones”.
“El pueblo de Dios los ama” exclamó Francisco y contó que una vez el cardenal Antonio Quarracino, (antecesor del cardenal Bergoglio en el arzobispado de Buenos Aires), le dijo: “En nuestras ciudades hay personas a las que llamamos “comecuras” y cuando pasa un sacerdote le dicen alguna que otra cosa. Por ejemplo, en la Argentina, les llaman “cuervos”, explicó Francisco. “Pero nunca, nunca, me contaba el cardenal Quarracino -añadió- dicen algo cuando ven a un franciscano con el hábito ¿Por qué? Porque han heredado una autoridad en el pueblo de Dios con la minoridad, con la fraternidad, con la mansedumbre, con la humildad, con la pobreza. Por favor ¡consérvenla! ¡No la pierdan! El pueblo los ama”.
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