El silencio de la voluntad

El silencio de la voluntad

Quiero lo que Dios quiere

Hemos tratado el silencio de la mente en sus tres aspectos temporales: el silencio de la memoria (pasado), el silencio de la imaginación (futuro) y el silencio del juicio (presente). Nuestra mente, teniendo en cuenta lo que la memoria recuerda del pasado y lo que la imaginación anticipa del futuro, emite un pensamiento. Hasta aquí la función de la mente. Ahora es el momento de actuar la voluntad. Es el momento de acoger o rechazar lo que la mente ha presentado para ser realizado. También en este momento hay que hacer silencio. Es lo que llamamos silencio de la voluntad.

Es necesario determinar bien qué entendemos por voluntad. Nos referimos a la facultad humana que mueve a hacer o no hacer una cosa. Sería lo que entendemos por el verbo querer, es decir, la determinación de ejecutar una cosa, que es diverso del amor o sentimiento que mueve a desear el objeto amado.

Una vez que la mente presenta aquello que debe ser realizado, la voluntad tiene que aceptarlo o rechazarlo. En el momento de la ejecución, aparecen muchos ruidos que deben ser silenciados.

Silencio de los gustos

Indudablemente que el pasado ha ido fraguando en nosotros ciertos gustos por las cosas que en un momento puede facilitar o estorbar nuestro actuar. La vida de Jesús y sus apóstoles nos muestra un hecho muy sencillo y claro de la presencia de los gustos en un sentido amplio. Avisan de la muerte de Lázaro, amigo de todo el grupo. La amistad del amigo impulsa a estar con él, un gusto en sentido técnico, y así lo expresan los apóstoles. Pero Jesús sabe que no es el momento de ir, que conviene esperar. Es lo que su mente le dice que hay que hacer. Jesús, supera su propio gusto, de ir inmediatamente con el amigo y sigue lo que la razón le ha propuesto como más conveniente. En nuestro actuar, debemos hacer silencio de los gustos, cuando éstos se interponen con lo que la mente nos presente como apropiado.

Silencio de los deseos

Ya hablamos de la acción de la imaginación. Ésta anticipa lo que puede suceder en el futuro. Vimos cómo, bien usada, ayuda a la mente a definir lo más apropiado. Al mismo tiempo, deja en la voluntad una tendencia a conocer, poseer o disfrutar el objeto deseado. Es necesario hacer silencio de los deseos si estos se oponen a lo que la razón ha indicado que debe ser hecho. Tenemos ejemplos muy claros en el evangelio. Los apóstoles no desean que su maestro sea hecho prisionero y muera, por lo que se oponen con energía a la invitación a subir a Jerusalén. Jesús les ayuda a silenciar ese deseo y hacer lo que conviene. Mayor fuerza de la lucha contra los propios deseos se descubre en la escena de Getsemaní. Cristo, verdadero hombre, experimentó con vehemencia un rechazo ante los dolores y humillaciones de la pasión, pero silenció su deseo aceptando la voluntad divina. Silenciar la voluntad es llegar a tener un solo deseo, hacer la voluntad de Dios.

Silencio de las decisiones

Si la memoria provoca los gustos en la voluntad, y la imaginación los deseos, el juicio impele a la voluntad a tomar una decisión. Igualmente que se requiere hacer silencio de los gustos y de los deseos, también, en ocasiones, es necesario hacer silencio de las propias decisiones. Nuevamente la vida de Cristo nos ofrece ejemplos claros de esto. Siempre me ha llamado la atención cómo Jesús era consciente de tener que trabajar en las cosas de su Padre y por eso se quedó en el templo de Jerusalén, pero solamente lo hizo una vez. ¿Por qué? Porque después de tomar la decisión de hacer las cosas de su Padre, se dio cuenta, por las palabras de María y de José, que todavía no había llegado su hora. En sentido contrario le pasó con las bodas de Caná. Su decisión era no actuar todavía, pero descubrió en la preocupación de María, que su hora había llegado.

Me detengo brevemente en este punto pues es motivo de mucho ruido interior. Puede parecer paradójico que Cristo, siendo Dios, tuviera que cambiar sus decisiones en el actuar concreto. Esto no nos debe extrañar pues era, en verdad, hombre igual que nosotros menos en el pecado. Y cambiar una decisión no es pecado, es la capacidad que tiene el hombre de conocer cada vez mejor las cosas y, sobre todo, de aplicar lo mismo a circunstancias diversas. Jesús buscó en todo momento cumplir las cosas de su Padre, pero éstas se realizaban de un modo cuando fue adolescente y otra cuando ya entró en su edad madura. Pero es necesario hacer silencio de las propias decisiones para tener la apertura necesaria para descubrir, aceptar y aplicar la voluntad de Dios en cada momento concreto.

Cómo saber cuál es la voluntad de Dios

Recuerdo un superior que me decía: la voluntad de Dios es siempre presente. Es decir, aunque siempre debemos hacer la voluntad de Dios esta puede variar de un momento a otro por lo que hay que cultivar constantemente el silencio de las propias decisiones para acoger en todo momento la palabra divina. ¿Cómo hacer esto? Son tres los pasos fundamentales que hay que realizar. En primer lugar se requiere orar. Sabemos bien que solo Dios puede expresarnos su voluntad. Se requiere pedir que nos ilumine y que abra nuestro corazón a sus indicaciones. En segundo lugar se requiere analizar la situación ayudado por la experiencia del pasado, por las expectativas para el futuro y las circunstancias del presente. En tercer lugar ayuda mucho el pedir consejo a quien tiene experiencia y deseo de ayudar.

Como religiosos, sabemos que la figura del superior goza de una gracia de estado especial para expresar la voluntad de Dios. Como seglares, la encontramos en el director espiritual. Se requiere un constante ejercicio del silencio de la voluntad para acoger en todo momento la voluntad divina expresada en las indicaciones del instrumento que Dios ha querido para nosotros que, por fe, sabemos que son expresiones del querer de Dios.

Silencio de los gustos, silencio de los deseos y silencio de las decisiones. ¿Debe la voluntad buscar otros silencios para el cumplimiento de lo que la mente le propone? Yo creo que sí.

Otros silencios

Podríamos hablar del silencio de la razón. Pudiera parecer una contradicción. Si la voluntad debe seguir lo que la razón le propone como realizable, ¿cómo será posible y bueno vivir un silencio de la razón? Me explico y creo que voy a ser entendido con facilidad. La voluntad debe seguir la propuesta de la razón pero no debe realizarla porque la razón se lo pide sino por amor. Eso significa silencio de la razón: no hacer las cosas por deber sino por amor. Cristo no solamente tenía como alimento realizar la voluntad del Padre sino que, además, buscaba agradarle.

Y hay otro silencio más que debe vivir la voluntad. Podríamos llamarlo el silencio de la justicia. La mente, si está bien formada, propone el juicio a seguir siempre de acuerdo al bien o la justicia: “hay que hacer el bien al prójimo”. Pero, ¿y cuándo nos encontramos ante una persona que hace el mal?, ¿qué me hace el mal? En ese momento la justicia salta con vehemencia imperando a la voluntad a no hacer el bien que la razón propone. Entonces es necesario elevarnos con el silencio de la justicia que los cristianos llamamos perdón. Para esto se requiere mucho amor, el amor que Jesús tuvo en la cruz hacia todos nosotros y hacia sus verdugos.

El silencio de la voluntad, en sus aspectos de silencio de la razón y de la justicia, es posible en la medida que hay amor.


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