Apreciables hermanas y hermanos:
Al reconocer las virtudes y cualidades en el Presbiterio de Guadalajara, que me edifican, en el contexto del Día del Párroco, les comparto, ahora, dos acentuaciones, para que se apliquen permanentemente en nuestras comunidades.
Más allá de las virtudes perennes que vivió el Santo Cura de Ars, y que nos siguen motivando, fuimos llamados para vivirlas en un tiempo y contexto concretos. Para este momento histórico, quiero resaltar la inclusión convencida y asumida, en el espíritu del Concilio Vaticano II, de todos los bautizados en la tarea pastoral.
Es obvio que lo hacemos, por ejemplo, pensando en los Catequistas. Sí tomamos en cuenta la participación de los laicos, pero que esta participación se haga franca, abierta, incluso, sea promocionada, porque –a veces- da la impresión que solo concedemos su inclusión. Debemos promover al laico en su derecho y en su deber que tiene, como bautizado, en la tarea evangelizadora de la Iglesia.
Hay sectores en los que solo ellos, los laicos, pueden estar presentes y activos. Nosotros no alcanzamos y no nos corresponden ciertos lugares. Solo ellos pueden llegar a esos espacios.
La conversión de las estructuras supone quitar de ellas lo que ya no funciona, pero para que las estructuras se hagan misioneras, tenemos que cambiar muchas cosas en nuestra mente, y una de ellas, para que las mismas estructuras funcionen, es darles su lugar a los bautizados.
Cuando solo miramos a los laicos que están cautivos en grupos parroquiales, los empobrecemos, y se ahoga la posibilidad de que sean auténticamente misioneros. A todos nos debe importar que se sumen más laicos con otra visión y sensibilidad de hacer llegar el mensaje del Evangelio a todas las circunstancias.
El otro acento está en la pastoral vivida en comunión, es decir, una pastoral integrada y asumida, no en la conciencia de que somos islas -cada quien en su comunidad-, sino que somos miembros de un Presbiterio, se nos ha confiado una porción de una única Iglesia, que tiene una sola misión, y que se ha dado, en el Plan Diocesano de Pastoral (PDP), un instrumento para llevar a cabo una pastoral integrada, de conjunto, expresión de la comunión de la Iglesia diocesana.
Que nos abramos a las inspiraciones que el Espíritu Santo nos ha marcado en las asambleas eclesiales de pastoral, y asumamos lo que nos está indicando, sí, por la visión de los sacerdotes que participan ahí, pero también por la visión que nos presentan los laicos en esas mismas asambleas. Que nos abramos al Espíritu para saber cuál es la misión de nuestra Iglesia en este momento y en este contexto.
El PDP no es ocurrencia del Obispo, ni de un grupo de inspirados, sino que lo estamos llevando a cabo en un espíritu de comunión. Así como lo hemos ido formulando, así lo debemos implementar, en comunión, para responder a las circunstancias que nos ha tocado vivir.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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