Macario. O el tum tum del loco y la oscuridad de la gente

Macario. O el tum tum del loco y la oscuridad de la gente

Por Francisco Xavier SÁNCHEZ |

El cuento Macario es la propia narración que un niño (o probablemente un adolescente) hace, mientras está sentado junto a una alcantarilla esperando a que salgan ranas para matarlas. El croar de las ranas ha impedido a su madrina, con quien él vive, poder dormir. Y ella le ha pedido matarlas para poder descansar. También vive con Felipa, la mujer que hace la comida en casa de su madrina.

En el breve relato poco a poco nos vamos enterando que el niño tiene deficiencia mental. Le tienen que amarrar las manos porque le gusta darse de topes con su cabeza sobre todo lo que encuentre, en ocasiones hasta sangrarse. También le gusta comer mucho. Es tanta su hambre que llega incluso a comer: ranas, sapos, y hasta garbanzo remojado y maíz seco que él les da a los puercos. Dice que la gente lo llama loco porque tiene mucha hambre. “Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído.” (p. 62).

También le gusta beber muchas cosas, como leche de chiva o de puerca recién parida, pero sobre todo le gusta probar la leche de Felipa, que es dulce como las flores de obelisco. Sin decir la edad de Felipa, el niño dice que Felipa cada noche lo visitaba al cuarto donde él dormía para darle a beber su leche y hacerle cosquillas en su cuerpo, aunque ya tiene tiempo que no lo ha vuelto a visitar. “Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más porque al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacía cosquillas por todas partes.” (p. 63). Al finalizar su narración nos enteramos de que es un niño huérfano de padre y madre que ya se han ido al cielo. Y que él tiene que portarse bien para poder volverlos a ver. Los temas del castigo, del pecado y del infierno, están presentes en toda la narración. Macario vive con culpabilidad y con miedo de irse al infierno porque eso es lo que le han dicho. “Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le contará al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo.” (p. 63-64). Y eso es lo que también él piensa, aunque no está tan seguro. “A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de estos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo que encuentre.” (p. 63).

Aunque el narrador de la historia nunca se refiere a él mismo con algún nombre preciso, sin embargo Rulfo al intitular este cuento “Macario”, nos da a entender que el protagonista mismo lleva ese nombre. Es interesante remarcar que el significado del nombre Macario en griego, makários, significa feliz, aquel que ha encontrado la felicidad, que es dichoso. En las bienaventuranzas se utiliza como adjetivo: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados (…) Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios.” (Mateo 5, 6.8).

Al describir como trata la gente a Macario podemos afirmar que puede llegar a decir como Sartre –aunque en distinto contexto–, el infierno son los otros. Son el pueblo, el señor cura, su madrina y Felipa, los que abusan de la inocencia de Macario, y lo utilizan de alguna o de otra manera. De la gente del pueblo dice: “no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba, me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada.”. Del señor cura Macario afirma irónicamente, que prefiere escuchar el tum tum del tambor que se oye al exterior de la Iglesia, que los sermones del señor cura: “Pero lo que yo quiero es oír el tambor (…) Oírlo como cuando uno está en la Iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la Iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura.” (p. 64). Con respecto a su madrina, parece ser buena con él, sin embargo ella lo utiliza como sirviente en su casa. Esto lo podemos deducir por las actividades que realiza de cuidar a los animales de su madrina sin ser retribuido económicamente, y por las condiciones del cuarto que utiliza para dormir. “Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto.” (p. 65). Finalmente su relación con Felipa es la más ambigua de su historia. Felipa, a quién él quiere tanto, también lo utiliza. ¿Lo trata como hijo o como amante? Ella le da sus pechos para amamantarlo y nutrirlo de su leche, dulce como las flores de obelisco, pero también para satisfacer su deseo sexual. “Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las agujeraba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir a chorros por la lengua.” (p. 63).

El relato de Macario de Juan Rulfo nos hace pensar en el Aforismo 125 de La Gaya ciencia de Nietzsche. En los dos casos se trata de dos personas que tienen deficiencia mental, y que con una luz en el caso de Nietzsche, y con el ruido de la cabeza en el caso de Rulfo, transmiten otra manera de poder vivir humanamente. Los locos no son ellos, ya que ellos han logrado entender el sentido de la vida, sino la gente que los rodea. Dice el señor cura del cuento de Rulfo que: “El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro” (p. 64). Macario quisiera salir a la luz, salir de su cuarto, de su refugio, de su yo, pero cuando lo ha intentado la gente lo trata mal. “Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quien lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno.” (p. 64).

El ruido es un elemento muy significativo en este texto. Hay tres clases de ruidos. Uno físico, otro sobrenatural y otro ético. El físico es el que hacen las ranas y que molesta el sueño de la madrina de Macario. Su madrina quiere descansar, no quiere que nada la perturbe y por eso recurre a Macario. No quiere ser perturbada por nada ni por nadie. El ruido sobrenatural es el que hacen las animas en pena. Es un ruido que no podemos escuchar bien a causa del ruido que hacen los grillos. “El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto.” (p. 65). Y finalmente está el ruido ético, que es el que hace Macario al darse de golpes con su cabeza. Lo hemos llamado ético porque nos parece que es el único que busca entrar en relación con los demás, pero los demás no están preparados para escucharlo, para atenderlo, para solidarizarse con él, con su propia condición de deficiente mental “Y uno se de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor.” (p. 64). El tambor (la presencia misma de Macario) no es capaz de llamar la atención de la gente que lo rodea, todos lo utilizan, todos abusan de él. Al igual que el Loco, del aforismo de Nietzsche, también Macario podría decir: “He llegado demasiado pronto. Todavía no ha llegado mi hora” La hora de una humanidad realmente sensible al sufrimiento del otro. El hambre de Macario no es de comida, sino de justicia y de amor. Sin embargo Macario a pesar de todo es feliz en su inocencia porque no se ha dejado contaminar por la maldad del mundo, todavía sigue escuchando y amando el propio tum tum de su cabeza.

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