Si yo soy el cardenal Leopoldo de Medici y mi pintor me presenta este retrato, al momento hubiera ordenado: “Guardias, prendedlo”. Este óleo es la prueba de que se puede encarcelar a un pintor por una obra. Al menos, no lo rodeó de puntillas.
Las puntillas me parecen totalmente femeninas. Es mi opinión personal. No critico nada a los sacerdotes a los que les gustan. Mi crítica no es a los sacerdotes, sino a las puntillas. Lo siento por las puntillas y las florecitas de colorines bordadas en los manteles del altar, pero de mis iglesias las desterré.
Tampoco me gustan las capas. Por capa no me estoy refiriendo ni al manteo ni al ferraiolo, sino a las capas largas, larguísimas que usaban los obispos en cierta época: me recuerdan a los cuentos que comienzan con un érase una vez…
Independientemente de lo embarazosas que resultan, de lo mucho que tienden a ensuciarse y de que son un elemento bastante moderno en la vestimenta episcopal, el problema, el gran problema para mí, es que resultan irreales. Uno las ve y presentan un aspecto de irrealidad que no convence.
Ojo, lo repito, mi crítica es a las capas, no a los prelados a los que les gustan las capas. Tienen todo el derecho del mundo a que les gusten. Y defenderé su libertad a revestirse con cuanta seda deseen. Soy un amante de la libertad. También de la libertad in clothing.

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