Pbro. José Marcos Castellón Pérez
La Iglesia también ha sufrido del delito de falsificación de documentos oficiales como actas de bautismo, de matrimonio y, los más comunes, comprobantes de pláticas pre-sacramentales, entre otros. Se trata de hechos muy reprobables, más allá de lo jurídico y administrativo, porque expresan el poco amor a la verdad y, por tanto, a Jesucristo que es la Verdad, al que se pretende recibir por medio de los sacramentos. ¿Qué tipo de cristiano es aquel que quiere recibir la gracia mediante el engaño y la falsificación? ¿Qué pensar de quienes medran vendiendo estos documentos falsos?
Frente a esta deplorable situación, la Iglesia, cuya única finalidad en el mundo es evangelizar, debe entrar en una profunda revisión sobre los procedimientos canónicos y, sobre todo, de cómo se está llevando a cabo la preparación a los sacramentos, especialmente cuando se trata de los sacramentos de iniciación cristiana que exigen un proceso de evangelización inspirado en el catecumenado y que responda a las necesidades y realidades del mundo actual.
La respuesta hasta ahora es la de blindar los documentos con técnicas de autentificación. Sin duda, se trata de una respuesta oportuna, pero muy insuficiente, pues se trata sólo de una medida burocrática. En este mismo sentido, se pidió a las personas que atienden las notarias parroquiales que no recibieran documentos sin este sello de autentificación a partir de inicios del mes en curso, cosa que muchos han cumplido cabalmente sin un mínimo de discernimiento y comprensión por quienes portan documentos auténticos que no tienen todavía este sello, sin pensar en que toda medida jurídica o administrativa tiene un periodo suficiente de “vacación” y justas excepciones. Algunas gentes han realizado puntualmente todos los requisitos y, por la falta de esa medida, tienen que ir, como en oficina de gobierno, de notaría en notaría… ¡burocracia pura!
Parece que se ha tratado el tema sólo desde nuestra perspectiva, de forma muy autorreferencial, sin hacer una sana autocrítica, sin preguntarnos al menos dos cosas: ¿No estamos dando la impresión de ser tan burocráticos, que perdemos la oportunidad de hacer posible el encuentro con Cristo desde la forma de dar la información y de pedir los requisitos necesarios, sin tener por qué descuidar lo indispensable de las formas canónicas? ¿Al ofrecer las pláticas pre-sacramentales estamos verdaderamente evangelizando, viviendo el Kerigma y haciéndolo vivir a quienes asisten a nuestras pláticas? Estas herramientas pastorales son una gran oportunidad para evangelizar, pues es un momento privilegiado de cercanía para con muchas personas, que quizá sea el único espacio de encuentro con la Iglesia; si se falsifican los comprobantes de pláticas es señal de que la gente no lo ve como un anuncio gozoso de Jesucristo sino como una charla aburrida, moralista, sin impacto en sus vidas; para ellos es simplemente un requisito y nosotros estamos ratificando esa perspectiva al pensar que la falsificación, una cuestión moral y pastoral, la resolvemos sólo con un sello, una solución sólo burocrática.
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