Pbro. Lic. Armando González Escoto
En los últimos veinte años Guadalajara se ha vuelto una ciudad plural; semejante a un espacio lleno de burbujas que coexisten pero no se tocan; la otrora sociedad tapatía se ha fragmentado en mundos diversos, ajenos y excluyentes. Ni la comunidad católica, raíz y origen de la ciudad, ha escapado a esta atomización.
No pocos de estos mundos distintos, aun siendo minoritarios, se han sabido organizar en colectivos capaces de hacer conquistas importantes. La clave común a muchos de estos nuevos sectores sociales, es la mirada secularizada sobre la vida, su destino y su sentido.
El fenómeno de la pluralidad es complejo, pero su posibilidad de sobrevivencia radica en principios básicos que no siempre sus promotores logran entender o lo hacen de manera parcial, en parte porque somos sociedades en desarrollo.
Así, sucede que cuando los adalides de la diversidad, los derechos y la democracia logran posicionarse, usan su éxito para atropellar la diversidad y los derechos de los demás de manera autoritaria. A eso llamo pensamiento subdesarrollado, más atento a la reivindicación que a la construcción de una sociedad multicultural.
No olvidemos que la libertad tiene como límite el derecho de los demás, y la tolerancia está condicionada por el respeto; entender estos principios básicos es clave para coexistir en la pluralidad.
Desde esta perspectiva -y ya solo por honestidad- cuando un artista toma elementos del universo cultural católico para reinterpretarlos a su gusto y manera, debe saber que, si bien tiene la libertad para hacerlo, no tiene derecho para imponerlo a quienes no admiten la visión del mundo en que el artista vive; tampoco sería ético pagar con el dinero público, que es de todos, este tipo de visiones parciales, independientemente de los sofismas con que se pretenda justificarlo.
Desde luego que una obra de arte es también un mensaje, una propuesta, una enseñanza que se quiere dar y se da; pero cuando ésta incluye elementos católicos, son los católicos quienes deben decidir si admiten el mensaje, o lo rechazan cuando distorsiona, altera o confunde sus valores y símbolos, particularmente cuando la obra trasciende el espacio del museo y se impone en el espacio público.
Desde el pensamiento católico, el sincretismo es opuesto a la inculturación, son conceptos y objetivos distintos; la inculturación rescata y hace trascender las formas culturales valiosas del mundo secular orientándolas a la verdad cristiana, en tanto que el sincretismo mezcla y confunde formas y fondos, produciendo endriagos que debilitan a las mismas concepciones que pretende unir; por supuesto que el sincretismo se ha dado con enorme frecuencia, pero no toca a la cristiandad legitimarlo, ni siquiera admitirlo como un “valor”.
La pluralidad es difícil, en ella los contextos son más importantes que los textos, pues éstos acaban siendo monólogos monolingües, se hablan para sí mismos en un lenguaje que sólo ellos entienden, ignorando justamente la pluralidad que afirman defender. Este tipo de desvíos convierte los mundos distintos de la pluralidad en mundos opuestos, introduciendo el conflicto que se buscaba superar.
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