Hoy voy a transcribir aquí un correo que recibí hace dos días. Me parece una carta de verdad muy buena. Al final, añadiré yo unas líneas. Por supuesto, oculto toda identificación del autor, aunque he dejado constancia de su nacionalidad. Los subrayados son míos, no del autor de la carta.
Estimado Padre:
Créame que a diario sigo esta apasionante disputatio sobre la la ortodoxia de Amoris Letitia. Más allá de los ataques personales, me quedo con el saludable debate, en que los defensores de la ortodoxia son como el primogénito enojado de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,25-30), mientas usted intenta ofrecer la visión del padre que quiere ver de vuelta al hijo descarriado.
En mi humilde opinión, y desde la visión de un lego en Teología, creo que el problema estriba en el prejuicio cognitivo de los lectores en razón del autor de la exhortación apostólica, hasta incluso de carácter inconsciente -como creo que han incurrido los venerables cardenales de la dubia-: es concebir que Su santidad, al ser jesuita, redactó la exhortación insuflado en el probabilismo, laxismo, casuismo, o derechamente “jesuitismo”. Debo confesar que lo digo por experiencia propia: así leí los párrafos polémicos de Amoris Laetitia en una primera oportunidad, no recuerdo bien si fue a fines del año pasado o a inicios de este año.
Sin embargo, una vez al oír en misa la lectura del Evangelio según san Juan sobre la mujer samaritana (Jn 4,7-29) -que, por lo demás, el Papa la cita en la repetida exhortación (nn. 64, 289 y sobre todo 294)-, me hizo entender con mayor humildad la exhortación: no es el resurgimiento del casuismo, sino el fomento de un itinerario, de aproximar a los que están en situación “irregular” hacia la plena comunión con Dios, sin que por eso se profane a los Sacramentos.
Por ejemplo, y tratando de responder a la primera de los dubia, la nota 351 (n. 305) considero que ha de entenderse como la invitación del sacerdote a la aproximación de los sacramentos, y primeramente hacia la reconciliación; si el divorciado vuelto a casar y cuyo primer matrimonio fue celebrado canónicamente y no está disuelto, bien podría arrepentirse de su situación, logrando una contrición perfecta en ese momento… desde luego, podría ocurrir que esa persona, después de su confesión y durante cierto lapso, vivir con su conviviente sine more uxorio y, por consiguiente, si no añade otro pecado en su vida, estaría en la debida disposición de cuerpo y alma para recibir la Eucaristía.
Mas puede ocurrir que tal contrición perfecta sea temporal y, tiempo después, vuelva a vivir more uxorio por diversas circunstancias, incluso sin que haya intención de violentar la ley, sino por tratar de evitar el quiebre sentimental con la actual conviviente. Es, pues, indispensable que el sacerdote sea un amigo cariñoso que la invite a esa persona a acercarse al estado de gracia -máxime si la invitación se extiende a ambos concubinos-, luego a sostenerlos en dicha gracia hasta lograr que esa persona o ambas, sin daño a la familia irregular que formó o formaron con posterioridad, se sostengan en ella, es decir, actuando siempre según la libertas maior que expone san Agustín.
La interpretación espiritual del Evangelio citado (sobre todo alegórico y moral), en mi falible opinión, nos arroja luz sobre esto (Jn 4,16-26): Cristo, en vez de censurar a la samaritana por su concubinato, primero le convida a beber de un agua que jamás le causará sed y sólo después alude indirectamente tal amancebamiento, pero otra vez sin reproche. Si bien el Evangelio no da más detalles sobre esa mujer, sin duda expone a Nuestro Señor como maestro antes que juez, un anfitrión que nos convida a su casa, a pesar de estar sucios y sin el traje adecuado para entrar en su Palacio, pues entre el umbral de la puerta y la mesa del comedor, hay un pasillo donde el convidado, si así lo quiere, llegará limpio y bien vestido a sentarse a la mesa del Señor; porque no es posible sentarse en la mesa sin estar antes limpio y bien vestido.
A mi modo de ver, las gradaciones de responsabilidad a que alude Amoris Laetitia (n. 301 y ss) son, simplemente, hipótesis donde el sacerdote puede aprovecharse que la circunstancia de los concubinos no está fundada en el dolo o la culpa, sino -perdóneme la licencia, estimado Padre- en un hecho fortuito sobreviniente: así, es más fácil la enseñanza de la Ley Divina, pues los concubinos no la recibirán con desdén o suspicacia -como lo haría el concubino contumaz-, sino con apertura de aprender y corregir. Por algo el Papa precisa que, la comprensión por situaciones irregulares no supone, en modo alguno, la enmienda o derogación del mandato divino: “La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio” (n. 307).
Es un texto profundo, y por lo mismo hay que leerlo en su conjunto e interpretarlo en su contexto, y siempre teniendo presente la segura guía de la Revelación, de la tradición y del Magisterio, ya que si lo interpretamos aislando los pasajes, claramente veremos el sesgo casuista y revolucionario. Ante ello, quizá me ayudó mi deformación profesional como abogado, al recordar un viejo adagio del derecho romano: “Incivile est nisi tota lege perspecta una aliqua particula eius proposita iudicare vel respondere” (Es injusto juzgar o responder atendiendo a una pequeña parte de la ley sin haber atendido a la ley entera).
Perdóneme Padre por esta licencia en escribirle… son sólo aproximaciones de un humilde lector suyo, que me da pudor escribir en los comentarios de los lectores. Si dije alguna estupidez, discúlpeme.
Saludos cordiales desde Chile,
Contestación mía
Estimado sr. X:
Permítame decirle que yo, en un primer momento, también tuve un acercamiento no positivo al texto. Después, llegué a una conclusión parecida a la suya, que usted tan brillantemente ha sintetizado: No es el resurgimiento del casuismo, sino el fomento de un itinerario.
Tiene usted toda la razón. La exhortación se puede leer como una apoteosis del relativismo, o se puede leer desde el amor a la ley objetiva, al magisterio anterior. Si san Juan Pablo II hubiera escrito esta exhortación al final de su vida, como coronación pastoral de sus encíclicas, hubiera sido un texto muy alabado.
Y como usted muy bien dice, la exhortación no debería generar una interminable listas de casos con sus remedios, sino que se trata del espíritu con que afrontar muchos casos, muchísimos casos.
Un cordial saludo.
Padre Fortea
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