El enfermo es Cristo en la cruz

El dolor nos lleva a experimentarnos como hijos de Dios y transforma completamente nuestra vida y nuestro entorno. Nadie humanamente puede resistir tanto sufrimiento en una enfermedad en fase terminal.

PAIPID (3)

Dulce Natalia Romero Cruz

Cuando el ser humano se da cuenta que su vida es plenamente feliz al encuentro con Cristo entonces hay una transformación impresionante en su vida. Se experimenta hijo de Dios y eso le cambia todo el sentido a su vida.
En el proceso de acompañar a enfermos de VIH, ver su sufrimiento físico, la Madre Bertha López Chávez –fundadora de Paipid y de la Congregación de Misioneras y Misioneros de Cristo Resucitado, nos comparte su experiencia: “veo más allá de una persona que sufre un síndrome (múltiples enfermedades que finalmente llevan a la muerte), además de la cantidad de medicamentos que tienen que tomar. Aunque normalmente esas personas son jóvenes y tienen un margen de resistencia impresionante, su proceso de desgaste es más lento, al igual que gente con enfermedades degenerativas que me ha llevado a contemplar cómo la enfermedad va provocando que el hombre volteé hacia el origen de su existencia.

PAIPID (2)

Transformación
del dolor
“Este hombre en medio del dolor se encuentra con Dios y va dejándose acompañar por Él y entonces el malestar se convierte en algo productivo y bueno al fortalecer su fe y es capaz de superar sufrimiento y abandono, que sin Dios los lleva a quitarse la vida.
“Cuando el ser humano descubre que su vida se ha transformado, es capaz de sanarse internamente. Muchas veces nosotros traemos muchos ruidos y estamos distraídos, por el ajetreo de la vida cotidiana y no captamos que el Señor nos busca, pero el hombre que sufre entra en un ambiente de escucha porque ya va dejando los distractores materiales y se encuentra con Dios y se da cuenta que nunca ha estado solo. Cuando el paciente está en fase terminal yo lo veo y pienso que él no puede resistir a tanta pesadumbre sino fuera por una gracia especial, por lo que vemos que en el momento más álgido del dolor saben que es Cristo el que ya lo asumió. Ahí me di cuenta que es Cristo en la cruz, porque nadie más resistiría tanto; Él agarra el dolor humano y lo ofrece al Padre”, explica Sor Bertha López.

“Solo así se explica porque el enfermo en fase terminal ya no reniega, ya lleva su dolor con paz, porque ya no es el enfermo sino Jesucristo que se ofrece por la salvación de la humanidad. Es una maravilla”.

PAIPID (1)
La Pasión de Cristo
desde el dolor
Por eso a quienes se dedican a cuidar enfermos o les toca cuidar un familiar, viven su propia Pasión de Cristo: “se hace todo un memorial en el hombre. Por eso en este Viernes Santo contemplemos al Señor que sufre, que entra a asumir el dolor del hombre enfermo. Contemplamos constantemente la Pasión de Cristo los que nos dedicamos a atender enfermos, así que invitó a todas esas personas a ver el rostro de Cristo en ellos y también a saber que no van a estar solos en tanto sufrimiento que se convierte en redención.
“Los que los atendemos llevamos una vida de fe al volvernos contemplativos y ver el rostro de Cristo en cada uno de los pacientes. El enfermo llega a ser una bendición porque permite darse cuenta de lo cerca que pueden estar del Señor. Todos estos milagros vivimos en PAIPID, tanto aquí en Guadalajara como en África, cuando las Misioneras tienen que atender a 5 mil personas que han caminado miles de kilómetros para poder recibir alivio; se ven cuando decenas de niños abandonados en Ecuador fueron atendidos por las hermanas y comparten y dan su vida por ellos; esos milagros se ven cuando recogemos a un indigente de la calle, o una niña embarazada, con el adicto, y cualquier persona en una situación de vulnerabilidad. No nos queda de otra que contemplar a Cristo, bajar su cuerpo de la cruz y embalsamarlo, para esperar la resurrección. Entonces experimentamos la alegría de que el enfermo ha resucitado y celebramos la Pascua”.
Los Misioneros y Misioneras de Cristo Resucitado llevan 25 años cerca del dolor, tanto en 6 ciudades México, como en África y Ecuador, donde tienen presencia.

De cómo hace 90 años fue martirizado el Agustino fray Elías del Socorro Nieves, en la cañada de Caracheo, Michoacán

Pbro. Tomás de Híjar Ornelas

El 10 de marzo de 1928 se cumplieron 90 años de la muerte a tiros de tres católicos mexicanos, uno de los cuales, de 45 años de edad, ostenta ahora el título de beato, fray Elías del Socorro Nieves.
Los ajusticiaron soldados del Ejército Federal a las órdenes del capitán Manuel Márquez Cervantes, que tres días antes se posesionaron del poblado Cañada de Caracheo, en el municipio guanajuatense de Cortázar, dizque buscando unos ladrones, aunque lo cierto fue que recibió como una ofensa personal la oposición de esa comunidad a que él, su gente y cabalgaduras se acuartelaran en el templo parroquial, pues si bien los cultos públicos estaban suspendidos, las iglesias seguían abiertas a los devotos y a cargo de juntas de vecinos, que como en este caso tuvieron el valor y celo para evitar desmanes y sacrilegios.
El capitán Márquez pudo vengarse los católicos de la Cañada poco después, cuando uno de sus subalternos, el Mayor Rodríguez, le remitió, proveniente del rancho de San Pablo, a fray Elías Nieves, desde 1921 a cargo de la atención espiritual de la Cañada de Caracheo, de la parroquia agustiniana de Yuriria, en la arquidiócesis de Morelia, el cual, al que delataron sus espejuelos y el luto de su atuendo, aun cuando lo llevara cubierto bajo un calzón de manta.
Optaron correr su suerte los hermanos José Dolores y José de Jesús Sierra, de 21 y 28 años de edad, que esa noche lo hospedaron en su casa.

“Si deseas tener vida en Cristo, no tengas miedo a morir por Cristo”.
Así escribió San Agustín y lo vivió cabalmente fray Elías del Socorro en la fecha aludida. ese día, cerca de San Nicolás de la Guaira, a dos kilómetros de la Cañada de Caracheo, por la carretera a Cortazar, pese a los ruegos del fraile los soldados fusilaron a los hermanos Sierra, que murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
Consumada la hazaña, el capitán soltó al reo sobreviviente las palabras: “Ahora le toca a usted. Vamos a ver si morir es como decir misa”. El religioso sólo pidió elegir el sitio de su ejecución, que fue en un potrero conocido como el Llano, al pie de un añoso mezquite. Luego orar, distribuyó entre los presentes sus escasas pertenencias, donando al capitán su reloj de bolsillo, anteojos y cobija, que éste conservará toda la vida. Recitó el Credo e impartía la bendición a los soldados, que se arrodillaron para ello, cuando a la voz de “Yo no necesito bendiciones de curas; a mí me basta mi pistola”, el capitán le pegó dos tiros en la frente, tal y como lo vieron ocultos a corta distancia, un niño pastor y su madre, quienes avisaron a la gente de lo acaecido y dieron sepultura al cadáver.

beato eliias del socorro nieves

“Murió como un héroe y como un santo”
Eso dijo, muchos años más tarde el  capitán Márquez, al ser interrogado durante el proceso de canonización del agustino. También, que conservaba los objetos que le donó el mártir.
En 1979, viviendo en un islote en el Estado de Veracruz, intentó sin éxito entrevistarlo fray Luis Camblor, OSA, postulador de las causas de canonización de los agustinos, pero el anciano no tuvo ánimo o disposición para recibirlo, pero sí para dejar constancia del pesar que a la postre le produjo haberle quitado la vida a gente buena en un acto de cólera y crueldad injustificada.

“No les abandonaré ni vivo muerto”
Eso llegó a decir fray Elías a sus feligreses de la Cañada y así lo recuerdan sus descendientes, ahora custodios de sus reliquias.
Nativo de la Isla de San Pedro, del lago de Yuriria, Guanajuato, donde vio la luz primera en 1882, en la infancia sufrió de pobreza extrema y orfandad, de enfermedades graves y un obstáculo casi insuperables para abrazar el estado eclesiástico: haber ingresado a los 22 años con los agustinos con mínima preparación académica previa y haberse ordenado presbítero en tiempo de persecución religiosa (1916).
Ejerció su ministerio en Yuriria, Aguascalientes, Maravatío, Pinícuaro y desde 1921, en la Cañada de Caracheo, la fábrica material de cuyo templo llevó a su fin.
Negándose a salir de sus confines incluso en 1926, cuando los obispos de México suspendieron los cultos públicos en los templos de México, habilitó una cueva en el cerro (el Leñero), donde durante más de un año celebró la misa y administró los sacramentos.

Lo beatificó Juan Pablo II en Roma, el 12 de octubre de 1997.

Pbro. Tomás de Híjar Ornelas

El 10 de marzo de 1928 se cumplieron 90 años de la muerte a tiros de tres católicos mexicanos, uno de los cuales, de 45 años de edad, ostenta ahora el título de beato, fray Elías del Socorro Nieves.
Los ajusticiaron soldados del Ejército Federal a las órdenes del capitán Manuel Márquez Cervantes, que tres días antes se posesionaron del poblado Cañada de Caracheo, en el municipio guanajuatense de Cortázar, dizque buscando unos ladrones, aunque lo cierto fue que recibió como una ofensa personal la oposición de esa comunidad a que él, su gente y cabalgaduras se acuartelaran en el templo parroquial, pues si bien los cultos públicos estaban suspendidos, las iglesias seguían abiertas a los devotos y a cargo de juntas de vecinos, que como en este caso tuvieron el valor y celo para evitar desmanes y sacrilegios.
El capitán Márquez pudo vengarse los católicos de la Cañada poco después, cuando uno de sus subalternos, el Mayor Rodríguez, le remitió, proveniente del rancho de San Pablo, a fray Elías Nieves, desde 1921 a cargo de la atención espiritual de la Cañada de Caracheo, de la parroquia agustiniana de Yuriria, en la arquidiócesis de Morelia, el cual, al que delataron sus espejuelos y el luto de su atuendo, aun cuando lo llevara cubierto bajo un calzón de manta.
Optaron correr su suerte los hermanos José Dolores y José de Jesús Sierra, de 21 y 28 años de edad, que esa noche lo hospedaron en su casa.

Reliquias del P. Nieves en la Cañada de Caracho

“Si deseas tener vida en Cristo, no tengas miedo a morir por Cristo”.
Así escribió San Agustín y lo vivió cabalmente fray Elías del Socorro en la fecha aludida. ese día, cerca de San Nicolás de la Guaira, a dos kilómetros de la Cañada de Caracheo, por la carretera a Cortazar, pese a los ruegos del fraile los soldados fusilaron a los hermanos Sierra, que murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
Consumada la hazaña, el capitán soltó al reo sobreviviente las palabras: “Ahora le toca a usted. Vamos a ver si morir es como decir misa”. El religioso sólo pidió elegir el sitio de su ejecución, que fue en un potrero conocido como el Llano, al pie de un añoso mezquite. Luego orar, distribuyó entre los presentes sus escasas pertenencias, donando al capitán su reloj de bolsillo, anteojos y cobija, que éste conservará toda la vida. Recitó el Credo e impartía la bendición a los soldados, que se arrodillaron para ello, cuando a la voz de “Yo no necesito bendiciones de curas; a mí me basta mi pistola”, el capitán le pegó dos tiros en la frente, tal y como lo vieron ocultos a corta distancia, un niño pastor y su madre, quienes avisaron a la gente de lo acaecido y dieron sepultura al cadáver.

“Murió como un héroe y como un santo”
Eso dijo, muchos años más tarde el  capitán Márquez, al ser interrogado durante el proceso de canonización del agustino. También, que conservaba los objetos que le donó el mártir.
En 1979, viviendo en un islote en el Estado de Veracruz, intentó sin éxito entrevistarlo fray Luis Camblor, OSA, postulador de las causas de canonización de los agustinos, pero el anciano no tuvo ánimo o disposición para recibirlo, pero sí para dejar constancia del pesar que a la postre le produjo haberle quitado la vida a gente buena en un acto de cólera y crueldad injustificada.

“No les abandonaré ni vivo muerto”
Eso llegó a decir fray Elías a sus feligreses de la Cañada y así lo recuerdan sus descendientes, ahora custodios de sus reliquias.
Nativo de la Isla de San Pedro, del lago de Yuriria, Guanajuato, donde vio la luz primera en 1882, en la infancia sufrió de pobreza extrema y orfandad, de enfermedades graves y un obstáculo casi insuperables para abrazar el estado eclesiástico: haber ingresado a los 22 años con los agustinos con mínima preparación académica previa y haberse ordenado presbítero en tiempo de persecución religiosa (1916).
Ejerció su ministerio en Yuriria, Aguascalientes, Maravatío, Pinícuaro y desde 1921, en la Cañada de Caracheo, la fábrica material de cuyo templo llevó a su fin.
Negándose a salir de sus confines incluso en 1926, cuando los obispos de México suspendieron los cultos públicos en los templos de México, habilitó una cueva en el cerro (el Leñero), donde durante más de un año celebró la misa y administró los sacramentos.

Lo beatificó Juan Pablo II en Roma, el 12 de octubre de 1997.

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