Una buena lectura postsinodal: Santa Mónica

Ahora que, por fin, se ha acabado el Sínodo de los obispos, creo que a todos nos hace falta algo para hacernos olvidar el mal sabor de boca de ciertas intervenciones, que, por decirlo de alguna manera, no han sido precisamente edificantes. Así pues, usaremos el agere contra ignaciano: para quitar de la boca el sabor mundano a relativismo y desesperanza, nada mejor que el buen sabor de la santidad.

En mi opinión, pocas lecturas hay más recomendables que las vidas de santos, porque muestran en concreto que es posible vivir según la voluntad de Dios, aunque al mundo (dentro o fuera de la Iglesia) le parezca un ideal inalcanzable. Hoy propongo, además, leer la vida de una santa que se distinguió sobre todo por hacer esa voluntad de Dios en su familia: Santa Mónica.

En la Editorial Vita Brevis, acaba de publicarse una breve y amenísima vida de la santa de Tagaste. El libro, titulado Santa Mónica: Las lágrimas de una madre, es una traducción del original inglés de F.A. Forbes, una religiosa que escribió numerosas vidas de santos, algunas de las cuales ya fueron publicadas anteriormente por la editorial.

Generalmente, conocemos a Santa Mónica por ser la madre de San Agustín y por haberse pasado años y años rezando por la conversión de su hijo, hasta que Dios se la concedió. De ahí el subtítulo del libro: Las lágrimas de una madre. Su propio obispo le dijo un día, cuando estaba tentada de desesperanza: “Es imposible que el hijo de tantas lágrimas se pierda”. Conviene señalar que antes de convertirse, Agustín logró grandes éxitos profesionales y llegó a ser uno de los profesores y oradores más prestigiosos del imperio, pero Mónica, a pesar de que se alegraba con esos éxitos, sabía que lo verdaderamente importante era otra cosa: la fe en Cristo, que da la vida eterna. Por ello, no dejó de “molestar” al cielo hasta que Dios le dio la gracia de ver a Agustín bautizado.

La vocación de Santa Mónica, sin embargo, no se limitó a la maternidad de uno de los más grandes santos de la Iglesia. No sólo tuvo un hijo difícil, también tuvo un matrimonio lleno de problemas. Sus padres la casaron con un pagano, Patricio, que, además de ser de carácter violento y complicado, tenía una idea muy diferente de lo que era el matrimonio. Su suegra la veía como una competidora por el afecto de Patricio y contagió su antipatía por la joven esposa a los esclavos y sirvientes de la casa, que inventaban todo tipo de falsedades sobre ella. Todo esto producía grandes sufrimientos a Mónica, precisamente en la época en la que su querido hijo Agustín se había distanciado de ella al abandonar la fe y hacerse maniqueo.

La mentalidad de hoy le habría dicho a Santa Mónica que se divorciase, que estaba plenamente justificado que dejara a su marido, que era joven y podía “rehacer su vida”. Multitud de amigas, tan bienintencionadas como mundanas, le habrían dicho que tenía “derecho a ser feliz”, que su marido era un cerdo y su suegra una arpía y debía pagarles con su propia moneda. Es decir, probablemente lo mismo que le dijeron en aquel entonces, porque el paganismo romano no era muy diferente del actual.

Mónica, sin embargo, era una verdadera cristiana y su respuesta sorprendió a todo el mundo. En vez de separarse de su marido, le fue siempre fiel y reaccionó ante sus enfados y desprecios con amor y respeto. En lugar de responder a su suegra con la misma moneda, procuró hacerle la vida más fácil en todo momento y la cuidó con amor cuando fue perdiendo las fuerzas por la edad. Lejos de enfadarse con los criados por sus intrigas y maledicencias y descargar sobre ellos su frustración, se preocupaba por su bienestar, intentaba evitarles castigos y les hablaba de Cristo.

¿Resultado? Mónica sufrió y mucho, pero sus sufrimientos no fueron en vano. Los esclavos se convirtieron y comenzaron a bautizarse uno tras otro. Su suegra se convirtió y terminó queriéndola como a una hija. Su esposo se convirtió y ella tuvo el gozo de ver cómo se bautizaba antes de morir. Así se cumplió la Palabra de Dios: Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres (1P 3,1). Para su familia, sus amigos y los enfermos que cuidaba después de enviudar, Mónica fue el rostro presente y vivo de Cristo, el camino de la fe, la ocasión elegida por Dios para que su gracia tocara los corazones.

Por si eso fuera poco, el libro muestra una época muy poco conocida de la vida de Santa Mónica, después de la conversión de su hijo. Mientras se preparaba para el bautismo, Agustín se retiró a una casa en el campo, en Casiciaco, junto con algunos amigos, para dedicarse a rezar, meditar y filosofar tranquilamente. Allí acudió también su madre y, además de cuidar maternalmente de todos, participó en las discusiones de filosofía con su hijo y sus amigos, hablando de la verdad, la felicidad y, por supuesto, Dios. Todo ello poco antes de la muerte de la santa en Ostia, que es una de las escenas más conmovedoras de su vida.

Mi consejo para madres, hijas, suegras, nueras, amigas y abuelas: lean este libro (o cualquier otra vida de la santa, por supuesto). Así verán que no es teoría, sino realidad: la felicidad no está donde cree el mundo, sino en hacer la voluntad de Dios. En Mónica podrán ver que la vocación cristiana es a dar la vida y a morir por los demás, empezando por los que están más cerca. Y comprenderán que todo aquello de lo que se quejan (como todos nos quejamos) no es maldición que les destruye, sino cruz que contiene en su interior la vida eterna, la única que merece la pena.

Mi consejo para hijos, padres, yernos, suegros, amigos y abuelos: lean este libro (o cualquier otra vida de la santa, por supuesto). Además de admirarse ante la vida de una santa, comprenderán mejor el milagro de la familia cristiana, ese asombroso regalo que Dios hizo al mundo al vivir en un hogar humano en Nazaret, y el milagro de las madres cristianas, que quizá hayan conseguido más conversiones con sus sacrificios y oraciones que todos los predicadores del mundo.

Mi consejo para todos en general es leer vidas de santos. El único fracaso real en esta vida es no ser santo y leer vidas de santos nos ayuda a dar el primer paso: desear ser como ellos. Dios hará el resto, si le dejamos hacer. En lugar de convencernos de que gritemos yes, we can, como hace el mundo, los santos, humildemente, nos recuerdan que Dios sí puede hacer en nosotros maravillas, porque ya las hizo en ellos.

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El libro puede adquirirse en Amazon.com, Amazon.es, Amazon México o a través de la página web de la Editorial Vita Brevis, tanto en formato papel como electrónico.

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