Pbro. Lic. Armando González Escoto
Los vecinos del barrio ya no saben qué sea más molesto y pernicioso, si las constantes llamadas telefónicas para vender todo tipo de productos bancarios, o las frecuentes llamadas a su misma puerta de todo tipo de sectas. ¿Cómo es que algo tan serio y tan importante como la religión se ha convertido en un producto comercial?
Desde el momento en que se perdió el respeto a la verdad, a la honestidad y a la propia identidad, muchos vivales han hecho de la religión un verdadero y repugnante mercado, a todos les habló “Dios” y a todos les dijo que fundaran “la verdadera iglesia”, como si se tratara de abrir tiendas comerciales, y desde luego que lo hacen aunque jamás Dios les haya hecho ni siquiera señas. Y como basta un “visionario” para que de inmediato más de alguno le haga caso, pues las sectas se han multiplicado como conejos.
Si a eso se añade que no pocos de estos iluminados han sido igualmente ambiciosos, se entiende que de pronto el “elegido” se vuelva supermillonario, toda vez que entre sus agremiados, la cooperación económica no es libre y voluntaria, sino forzosa y bien estipulada. Muerto el fundador de la secta es evidente que debe ser reemplazado por el hijo, nomás faltaba que de pronto un negocio tan jugoso fuera a parar a manos ajenas, y así se la llevan, hasta poder establecer una ley: mientras más reducida a negocio es una religión, más en manos de la familia fundadora se va quedando.
Hoy día, el problema de estos grupos es qué nombre ponerse, pues ya hay en el mundo más de siete mil sectas que se hacen llamar cristianas, añadiendo algún apellido o poniéndose un título tan pomposo y redundante que difícilmente cabría en una tarjeta de presentación. Unas operan en locales comerciales, bodegas, casas o cocheras, otras construyen edificios grotescos en aras de diferenciarse, o francamente se dedican a piratearse los estilos.
Al margen de su número y de su historia, todas pueden dividirse en dos sectores: las que manejan el emocionalismo hasta el desvarío, es decir, llevan a sus feligreses a gritar, llorar, aullar, retorcerse, revolcarse, para luego sentir que “Dios” pasó entre ellos… una especie de manipulación psicótica que produce desahogos emocionales; y aquellas que apelan más bien al manejo cerebral, a una especie de programación que acorrala y convierte a los conversos en máquinas que repiten obsesivamente que “Jesús salva” y que todos los que no sean como ellos se van a condenar. Unos y otros se amparan en una biblia que históricamente han manejado a su antojo y que a su antojo y conveniencia interpretan.
En cambio, las estrategias básicas son las mismas, calumniar y difamar, ya que para la mayoría de estos grupos mentir y escandalizar no es pecado, si mintiendo y escandalizando logran seguidores. Sobre todo cuando les pagan, y bien, para persuadir a otros. El negocio es el negocio.
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