Jorge Carrillo-Sánchez
La ancianidad, para las sociedades antiguas, ha sido objeto de veneración sin lugar a dudas. Ser anciano era sinónimo de ser sabio, por aquello de la sabiduría que proveen los años vividos y la experiencia. El viejo era no sólo querido, sino muchas veces consultado como fuente de objetividad, de consejo divino, capaz de resolver las cuestiones más difíciles que demandaran su juicio y consejo.
El INEGI señala que en Jalisco, más del 9 por ciento de la población es de adultos mayores, es decir, alrededor de 800 mil personas son mayores de 60 años, y según las autoridades gubernamentales, cada mes se registra el abandono de uno o dos adultos mayores en los centros de salud; son personas con nombre y apellido, que tienen pocas oportunidades de empleo, y muchos de ellos son maltratados por sus familiares.
El Documento de Aparecida, en los números 447 a 450, describe a la ancianidad como un bien, no como una “desgracia”. El ser anciano en el contexto cultural de la postmodernidad es hacer referencia a alguien sin voz. Aún en el seno de muchas familias hay exclusión de abuelos y familiares mayores. Los asilos y los geriátricos se han convertido en verdaderos “depósitos de viejos”.
Una Pastoral de los Ancianos, está llamada a responder a las expectativas de participación de los ancianos, valorando el “don” que ellos representan como testigos de la tradición de fe, maestros de vida y agentes de caridad. Entre los ámbitos que más favorecen el testimonio de los ancianos en la Iglesia, según Aparecida, son: El campo de la caridad, el apostolado, la liturgia, las Asociaciones y Movimientos Eclesiales, la familia como el lugar natural en el cual se nace y se muere; además de la contemplación y la oración, y formación de agentes como una necesidad de despertar vocaciones para el trabajo de y para adultos mayores.
Muchos de nuestros ancianos y adultos mayores son verdaderos discípulos misioneros de Jesús por su testimonio y sus obras. En estos tiempos de la globalización, los ancianos son un estorbo. Pero el anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, aunque no pensemos en ello.
El Papa Francisco señala que los ancianos son una riqueza, y que no se pueden ignorar, “porque esta civilización seguirá adelante sólo si sabe respetar su sensatez y su sabiduría”
Hace falta en nuestra iglesia y en sociedad una cultura de inclusión y respeto de las personas adultas mayores; abrir espacios para el intercambio generacional. Garantizar sus derechos humanos; y sobre todo, hace falta que estén presentes los ancianos en la agenda pública ciudadana de Jalisco con políticas, programas y presupuesto suficiente para su atención.
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