Por Antonio MAZA PEREDA |
Pocos asuntos insuficientemente comprendidos como las características de la generación que se ha llamado los Millenials, personas que entraron al mercado laboral en el año 2000 y, según algunos, siguen llegando a ese mercado actualmente. Aproximadamente tendrán entre 20 y 35 años. Las universidades no tienen claro como lograr el óptimo aprendizaje de este grupo, las empresas no tienen claro como atraerlos, retenerlos y motivarlos. Ellos se sienten señalados y, en cierto modo discriminados, por no compartir valores de otras generaciones. Y a veces, hasta tratan de ocultarlo. Hablando del tema con una alumna mía, ¡brillante!, después de mucho jaloneo finalmente reconoció: “Sí, soy millenial, pero anticuada”.
La Iglesia no es excepción. No, no es que los Millenials sean anticatólicos. Simplemente no les interesa la Iglesia. En consecuencia, la insuficiente presencia de la Iglesia en esos ambientes tiene un fuerte impacto en la pastoral vocacional. Es muy difícil que haya muchos candidatos a la vida sacerdotal y consagrada si las juventudes católicas organizadas son escasas o inexistentes.
De cara al próximo sínodo de los Obispos, que tocará los temas de los jóvenes y las vocaciones, se está haciendo una amplia consulta sobre el tema. Habrá que desearle mucho éxito a este esfuerzo. Ojalá logren lo que no han podido otras instituciones y empresas muy importantes y que, colectivamente, tienen más recursos que la Iglesia. Por otro lado, es muy difícil evaluar las necesidades e intereses de esta generación, si ellos no están presentes en los organismos de Iglesia. Se corre el riesgo de consultar a los ya convencidos y suponer que todos los demás serán iguales.
Hablando recientemente con un encargado de la dimensión laical sobre este tema, me decía con mucha seguridad: “En ese tema no tenemos problema. Estamos impulsando más los coros y los equipos deportivos”. Como si esos fueran los únicos temas de interés de los jóvenes. Como si no tuvieran cuestionamientos más profundos, sino que todos fueran superficiales y solo les interesaran las actividades que ocurren en el tiempo libre.
En una reciente editorial de la Conferencia Episcopal Española se trata el tema. Y en su contenido no se ven propuestas concretas, sino generalidades que serían válidas para cualquier generación. Cosas como “… [se] debe trabajar paciente y perseverantemente en la presentación de la verdad de Jesucristo y de la verdad de la Iglesia y en el testimonio de la verdad del sacerdocio y de la verdad de la vida consagrada. Nada conseguiremos maquillando, edulcorando, relativizando estas verdades.” En cuanto al método, la editorial dice: “… nada conseguiremos tampoco sin una actitud de escucha, apertura, acogida y acompañamiento a los jóvenes y a sus inquietudes.” Muy cierto, pero eso también es cierto si sustituimos la palabra “jóvenes” y en su lugar ponemos adultos, ancianos, políticos, empresarios, científicos, maestros, comunicadores… o cualquiera otra categoría humana. Son de esas verdades que siempre son ciertas pero que son tan generales que no se implementan en la práctica.
Sí, siempre se puede hablar de las familias en crisis, de los medios, de la educación y hasta de las parroquias como los causantes de esa ausencia de los Millenials en la Iglesia. Por diagnóstico, aparentemente, no ha quedado. Aunque tal vez se ha quedado en las generalidades. Las familias que estamos viendo como la solución en este tema, ya están siendo formadas por los Millenials, sobre todo los más valientes, porque algunos están posponiendo indefinidamente la procreación de nuevas generaciones. Urgen soluciones concretas para que nos entendamos mutuamente, porque es un tema que no se resolverá fácilmente.
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