Una tradición de Fe y de “espíritu cristero” en San Diego de Alejandría

Pbro. Óscar Maldonado Villalpando


Un abrazo a la Naturaleza, aunque sea ésta de limitadas manifestaciones, de moderación casi monacal, de castos alcances; un abrazo al ser de nuestra Historia, cuya relevancia más se vive a nuestro interior, porque es de cada quien, pero que indudablemente resuena en el concierto de nuestra región y de nuestra época, como el tambor de un corazón desbordado; un abrazo a los hermanos que afinan el alma al unísono… todo eso es lo que suscita la Fiesta de La Peñita cada 17 de septiembre en San Diego de Alejandría, allá donde Los Altos de Jalisco se juntan con Guanajuato.

Y así sucedió este año de abundantes lluvias, tan provocativas y dadoras de fecundidad a estas tierras.


EL LUGAR CUESTA ARRIBA

“Cuando Dios llueve, es una gran bendición”. Y ahora que lo ha hecho con prodigalidad, hemos encontrado el campo cuesta arriba, sobrado de lluvia como tan pocas veces sucede. Desde el Paseo de la Presa, que desde hace algunos años fuera arreglado y dispuesto para embellecer estos lugares, se empezaba a disfrutar del húmedo y generoso ambiente regional.


UNA HISTORIA INTRÉPIDA Y VALIENTE
CIMG1884[1]Porque así fueron aquéllos que tomaron las armas ante el intento de coartar los poderes de Dios y de manipular la Fe de todos los corazones. Una fuerza interior los hizo cambiar los aperos de labranza por una carabina. Montar el caballo de ir a Misa y comprar los avíos, para ir a defender el derecho a creer libremente. Estos lugares, muy precisamente, fueron el escenario de valientes escaramuzas de los Cristeros, que provocaron la salida de los Federales. A las alturas de La Peñita solían replegarse, protegidos por la complicidad de los cazahuates tupidos en la ladera fangosa. Y luego de la planada de La Peñita, seguían los potreros del Pedregal y del Romeral, donde los escuadrones de Jalpa, de San Diego y San Julián realizaban sus concentraciones y acuerdos, protegidos por el enmarañado huizachal.

Entusiasma recordar cómo, en aquel 15 de marzo de 1927, de estos rumbos salió el General Miguel Hernández, Jefe del Regimiento, para ir a auxiliar a “El Catorce” y al Padre José Reyes Vega en el glorioso Combate de San Julián, que saldó la completa derrota del General federal Espiridión Rodríguez Escobar con todo y sus Guardias Presidenciales.

Un poco adelante está, en la Cuesta del Cañón de Jalpa, la Barranca de Coachalotes, que fuera igualmente una guarida inexpugnable de los Cristeros, refugio de los heridos en su famosa cueva. “El hospitalito” se llamaba el lugar donde el Padre Bruno Mendoza, hoy Canónigo de la Catedral de San Juan de los Lagos, reedificó la construcción; ahí también se curaba a los heridos Cristeros.

Todo este entorno, pues, musita valentía, recuerda orgullo y genera devoción.


LA DIVINA PROVIDENCIA

Casi siempre “con el Jesús en la boca” se esperaba el temporal, sobre todo a mediados del siglo pasado, pues dependía de éste, abundante o escaso, el poder comer o no comer, según hubiera cosecha o no. Y como en 1957 no llovía, en lugar de maíz se trajeron papas del Bajío; papas para los animales, papas para la gente.

Fue a partir de entonces que, como un Moisés reencarnado, el señor Cura Saturnino Covarrubias Cisneros buscó la cumbre de La Peñita para hablar con Dios por su pueblo, que en el llano pobre imploraba la lluvia en la primera Misa de La Peñita. Este Sacerdote, que iniciara su camino vocacional en Totatiche, iluminado por las pláticas que recordaban a San Cristóbal Magallanes Jara, según los decires del señor Cura Teodoro Ríos Cárdenas, y que luego pasó a Guadalajara y terminó su carrera en Montezuma, Nuevo México, en 1948, fue el que inició tal tradición en San Diego.

Y desde entonces, año tras año, se impone venir a la entrevista con La Divina Providencia. El pueblo, como el campamento, se queda solo en este día para venir a congregarse aquí a recordar los motivos iniciales y genuinos que están en el fondo de esta entrañable tradición; consciente de que hay que reavivarlos e impulsarlos cada año, para no olvidar su propia historia y sus raíces.

Como auténtico buen Pastor, don Saturnino buscó que hubiera una sana convivencia para su familia parroquial; una oportunidad de convivir con alegre fraternidad, de jugar en el campo, de fomentar el deporte. Y por esto se organizó aquéllo, que fue como una olimpíada ranchera, con carreras a pie, salto de altura, salto con garrocha y futbol, y así se sigue haciendo. Se cumplía ya desde entonces lo que pide el Papa Francisco hoy: “Procuremos ser una Iglesia que busca caminos nuevos”. Ni más ni menos, ésa fue la idea y el esfuerzo de aquel buen Párroco.

Por eso ahora seguimos reuniéndonos y celebrando en La Peñita, en esta septembrina fecha memorable.

Por lo regular, además de los pobladores de la región, participan los Sacerdotes hijos de la Parroquia, y acuden, asimismo, abundantes peregrinos de muchas partes. Por ejemplo, este año se hizo presente una Peregrinación de la Parroquia de San Pedrito, de Tlaquepaque, y no faltaron a la reunión el Jefe Vitalicio de la Guardia Cristera, José Alfredo Jiménez, de Jalostotitlán, así como otras representaciones y banderas cristeras.


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