Este domingo 18 de marzo concluye la semana anual de Cáritas con la colecta anual. Nuestras aportaciones brindan servicios médicos, alimenticios, educativos y para situaciones especiales.
Sonia Gabriela Ceja Ramírez
Desde hace más de dos décadas se realiza en nuestra diócesis la semana anual de Cáritas que concluye con la colecta que en esta ocasión se realizará el domingo 18 de marzo, explicó el padre Francisco de Asís de la Rosa Patrón, Coordinador Diocesano de Cáritas, durante su participación en el programa Semanario, a través de Radio María (que se transmite todos los viernes 12, del mediodía).
“Lo que pretendemos es promover la oración y la formación, por eso realizamos una semana completa dedicada a Cáritas”.
Para este propósito se distribuyó en todas las comunidades un folleto invitando a los fieles a rezar el Rosario o a seguir un esquema de Hora Santa, así como a reflexionar algunos temas como el del mandamiento ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’.
“Esto tiene que ver con una tarea fundamental de la Pastoral Social de la que forma parte Cáritas, que es la aceptación fraterna, rehacer el tejido social, pues es, en nuestra Arquidiócesis, una de las tareas que nos ha pedido trabajar la asamblea diocesana (familia, jóvenes y tejido social).
“Este año, hemos optado en Cáritas por apoyar la reflexión sobre el tejido social”.
Indicó que la identidad de Cáritas es un proceso, pues hay que estar dando siempre respuestas a situaciones nuevas, ”pero en esencia, hay tres cosas fundamentales: primero, organizar y coordinar el servicio de la caridad dentro de la comunidad católica; en segundo lugar, favorecer la formación de la consciencia de los cristianos católicos de su responsabilidad por el cuidado de los más débiles, de los más necesitados; y tres, influir en la sociedad para que los hombres y mujeres de buena voluntad se sumen a la tarea de construir una sociedad que nos permita vivir más humanamente. Dos de estas tareas son al interno de la Iglesia y la otra es hacia la sociedad en general”.
La ternura de la madre Iglesia
El padre Francisco resaltó la importancia de la oración pues dijo, la caridad es producto de la oración.
Dijo que el Papa Francisco desde el inicio de su pontificado ha querido fortalecer la tarea de Cáritas y habla de cómo este servicio de la caridad es la ternura de la madre Iglesia, es la caricia de la madre Iglesia, pero por otra parte, también es el compromiso para transformar las realidades sociales que llevan a algunas personas a situaciones de pobreza o de vulnerabilidad que les hacen más complejo el diario vivir.
Atención a las necesidades
más básicas
Señaló que en primera instancia el apoyo que brinda Cáritas es médico, cuentan con el servicio de una médico general, de un psicólogo y además, con un dispensario médico para poder donar medicamentos a quienes no tienen cómo adquirirlos. Quienes pueden hacerlo, aportan una cuota de recuperación.
“Brindamos servicios de alimentación. Tenemos un desayunador y también repartimos algunas despensas.
“Atendemos además algunas cuestiones educativas.
“Poco a poco estamos ampliando nuestros servicios; por eso los invitamos a colaborar con Cáritas mediante la oración, con su aportación económica en efectivo o en especie, y también nos pueden ayudar como voluntarios.
Cabe aclarar que Cáritas apoya a personas que no cuentan con alguna seguridad social como el IMSS el ISSSTE o seguro de gastos médicos. En algunos casos se apoya a personas que cuentan con seguro popular para los padecimientos que este seguro no cubre.
El padre Francisco enfatizó que Cáritas no da dinero, “todo se hace a través de acuerdos con otras instituciones, con empresas, con hospitales; nosotros solicitamos y pagamos el servicio a esas instituciones.
“Otros servicios son el apoyo a casas de migrantes, y a migrantes que requieren servicios médicos o apoyo de transporte cuando son deportados de Estados Unidos”.
Esto, además de las situaciones especiales como los sismos que azotaron a nuestro país durante el año pasado y para lo que Cáritas de Guadalajara pudo enviar 182 toneladas de ayuda.
Señaló que aunque existen muchas personas de buena voluntad, las necesidades siempre rebasan la ayuda disponible, por lo que exhortó a abrir el corazón y dar según sus posibilidades en la colecta del domingo 18 de marzo.
De aquellos Padres forjados en el campo
Pbro. Adalberto González González
De chico, y en el campo, lo único que sabe uno es dónde están los agujeros de las tuzas, de las zorras y de las víboras, que, según cuentan, a José le gustaba sacarlas con las manos sin que le hicieran nada, porque decían que a su papá, también de nombre José Martín, lo mordió una coralilla y lo encontraron tirado y echando espuma por la boca, donde andaba cortando limpiatunas, unas yerbas que limpian con facilidad las tunas chamacueras.
Y es que ahí en el cerratillo estaba un chamacuero lleno de tunas, y cuando lo encontró Tacho, su mediero, estaba casi sin resuello; le chupó la mordida, escupió el veneno, consiguió un balde con agua, puso a remojar tabaco y luego le impuso una plasta de ese tabaco; le amarró el paliacate rojo que traía, se lo llevó a su cuarto a descansar… y se alivió. Sí, duró como una semana nada más acostado, pero la libró. Aseguraba Don José que cada año le retoñaba el dolor, pero que por eso su hijo José Martín salió inmune a las mordidas de las serpientes.
No conocía uno en el rancho más que las plantas de talayotes, las de coastecomates y las de costomates; unas eran negras y dulces, y las otras eran verdes, como tomates, pero muy dulces. También se dan los chirlos entre los surcos con siembra. Por lo demás, si hay revoluciones y guerras, uno ni se da cuenta, a no ser por las pláticas y los miedos.
Tenía José unos perros galgos, pero afirmaba la gente que ni falta que le hacían, pues él solo agarraba los conejos y las liebres a pura corrida. Asimismo, tenía un perrito chaco, bueno para sacar tuzas de los agujeros; le decían “el mechudo”.
Las causas por las que se fue al Seminario eran pocas y sencillas: en su casa, todos hincados y con los brazos en cruz, rezaban en familia aquellos rosariotes. Además, el respeto, el buen trato con los hermanos, y el ejemplo del Padre que iba a celebrarles Misa al rancho, que se convertía en un verdadero día de fiesta.
Entró ya grande al Seminario, en aquella época en que prestaba uno el Servicio Militar a los 18 años. A José le tocó en el Cuartel Colorado. Y, como salió con “bola blanca”, tuvo que continuar el Servicio por un año en la Ciudad de México, pero allá estaba cuando sucedió la guerra entre gringos y japoneses y lo escogieron para ir a pelear en Japón por grande, bueno y valiente, pues seleccionaban a los más altos, listos y fuertes (lo cual no dejaba de ser un absurdo). Ya lo habían uniformado y armado para mandarlo allá, cuando un día antes de su salida cayó la bomba americana en Hiroshima y en Nagasaki.
Así pues, volvió al Seminario, se ordenó Sacerdote y prefirió irse a trabajar al Sur, como de Misionero, con todos los permisos y recomendaciones de sus Superiores de aquí. Su primer destino fue Yucatán, y de ahí pasó a Oaxaca. Después de muchos años de duros trabajos, de logros, derrotas y penurias, un día se sintió mal; se puso como con la memoria perdida, como confundido. El caso es que, al final de una extensa llanura, encontró un árbol grande y allí amarró a su caballo “Toñito” (de ese modo le puso a su caballo porque así se llamaba su señor Cura), y pensó acostarse a su sombra para ver si se recomponía un poco, sobre todo de su mente. Se recostó debajo del árbol y empezaron a bajar los changos por las ramas; un chango y otro chango subían y bajaban sin cuento y sin cuenta. -Por cierto, tiempo después, un compañero Sacerdote que le oía el relato, le dijo en son de burla: “Enantes no te llevó la changada”; pero José no se enojó por esa puntada-.
Se levantó de debajo del árbol, ya como descontrolado de la mente, quizá con Alzhéimer, dejó todo y se arrimó a la carretera. Eligió venirse para acá como pudo, con dinero o sin dinero, no sé, pues nomás traía su cara de hombre bueno. Arribó a Guadalajara y se dirigió a una iglesia, Santa Teresita, en la que era Párroco su tío, Don Román Romo González (hermano de Santo Toribio Romo), quien lo había ayudado desde el Seminario.
Por fin llegó al rancho de Santa Ana, en Los Altos de Jalisco, donde familiares, trabajadores y rancheros en general comentaban con enfado: “Nomás los exprimen primero, y luego los traen a su familia”… Muy duro, pienso yo.
De ahí lo remitieron al Albergue Trinitario Sacerdotal. De por sí era muy callado José Martín, aparte de que venía como lejano de todo lo que le decían. Se juntaba a los grupos que platicaban y él solamente oía muy respetuoso. Cuando le preguntaba uno por alguna canción que le gustara, siempre salía con aquella canción que decía:
“Soy un ranchero afamado
que de la sierra he bajado;
vengo a gastar mi dinero,
no vengo a pedir fiado”.
Ja ja ja, soltaba la risa José, porque se sentía alegre. Entonces le hacíamos la broma de que él no necesitaba ni caballos ni galgos para atrapar liebres porque las perseguía a campo traviesa y las agarraba de las orejas para luego echarlas a la cazuela; que metía las manos al escondrijo de las serpientes, sacaba el puño de culebras y nada le hacían.
Aquí en el Trinitario le echó muchas tanteadas al barandal, que es alto, por cierto, y algunas veces logró salirse, aunque luego lo hallaban en Santa Teresita. Tuvieron que acondicionarle una cama grande para que cupiera aquel hombre de semejante tamaño. Cuando yo lo vi por vez primera, luego luego dijo: “Éste es de Los Altos”. Y sí que atinó.
Poco a poco fue marchitándose y murió en santa paz, con su gran estatura, su sencillez y bondad.
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