Después de la cena de ayer y después del almuerzo de hoy, he escuchado la dicción límpida, verdadera música para mis oídos, de don José Guerra Campos, santo y sabio obispo que lo fue de Cuenca. O felix diocesis. Pocas veces se puede afirmar de alguien que da una conferencia que su mismo hablar (con independencia del contenido) es verdadera música. Pero si su entonación es magistral, el contenido forma una unidad perfecta con la forma.
¡Y pensar que la archidiócesis de Madrid pudo haber caído en manos de un obispo como este o de don José María de la Higuera! Qué distinta hubiera sido la evolución de la iglesia en toda la nación. Qué sucesión benéfica de causas y efectos hubieran dado lugar. Ay, Pablo VI, qué buena persona eras, qué hombre tan espiritual, pero qué pésimas decisiones tomaste al hacer nombramientos.
Ahora ya han pasado suficientes años como para poder exclamar en voz alta: ¡Escoger a Tarancón pudiendo nombrar a La Higuera!
Sin duda los ángeles del cielo se quedaron con la boca abierta. Pero Dios calló. Pablo VI, no te juzgo lo más mínimo. Pero qué objetivo es el hecho de que buena parte de los problemas eclesiales que vinieron después tuvo su triste origen en esos lamentables errores. Pudiendo escoger al santo que además era sabio, se escogió al moderno por ser moderno.
¿Qué hubiera sucedido si dos santos de esa talla, monseñor Guerra y La Higuera, si esas dos luminarias, hubieran sido colocados en lo más alto del candelabro eclesial para dar luz, para ofrecer una guía segura, para hacer ver el camino en mitad de la oscuridad de los años 70 y 80? Ellos se daban cuenta del rumbo que habían tomado las cosas en las grandes facultades de teología. Nuevas corrientes que se infiltraron en los despachos curiales a base de nombramientos. Un nuevo rumbo que repercutiría en los cinco continentes.
Había en los años 70 una generación episcopal de mentalidad ortodoxa y espiritual que eran conscientes del cambio que se estaba operando. Los que les siguieron no son tan culpables, ya eran de esa otra mentalidad… nueva.
Hubo una serie de obispos curiales formados en el amor a la ortodoxia, acostumbrados a poner los ojos en los santos, hombres espirituales y obedientes, que se tuvieron que dar cuenta totalmente del cambio de guardia que se estaba produciendo. Llegaron clérigos jóvenes, amantes de la novedad, de la modernidad. Los valores cambiaron. Los resultados fueron patentes. Los desastres inexcusables.
Muchas veces, os lo aseguro, me he preguntado acerca de la cuestión de la responsabilidad. Dejo ese asunto totalmente en manos de Dios. Yo siempre me esfuerzo en pensar que hubo buena voluntad, ignorancia, que quedaron engañados por la situación, por el ambiente. Pero el tema de la pedofilia solo es el síntoma de esa gangrena espiritual. Solo es el acceso purulento más visible de una enfermedad interna. Es la parte que se ve de la ruina que no se ve.
Ecclesia reformanda en medio de una generación en la que sigue habiendo tarancones y lahigueras. Hay una lucha callada, silenciosa, entre la ortodoxia y la heterodoxia, entre el espíritu y la carne. También ahora como en los años 70 y 80.
Hay que alejar de nosotros el juicio interno, la crítica, hay que estar unidos a los pastores. Pero la lucha no ha acabado ni acabará hasta que la Jerusalén Celeste descienda sobre la tierra.
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