Jesús, el Maestro

Pbro. Juan José Olmos Medina

Flavio Josefo, un historiador judeoromano, en una de sus obras llamada Antigüedades judías, escrita a finales del siglo I –probablemente hacia el 93-95– nos ofrece un testimonio sobre Jesús. Es un aporte valioso porque se trata de fuente no cristiana y del primer siglo. Ciertamente el texto que nos llega ha sufrido, según el juicio de los expertos, algunas interpolaciones cristianas muy posteriores; es decir, se le añadieron algunas cosas con el fin de resaltar más la figura del Nazareno.
Quitando esos añadidos, de acuerdo al consenso de los peritos, el escrito quedaría más o menos así: «Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, que realizó hechos maravillosos y fue el maestro de aquellos hombres que aceptan con agrado las novedades. Se ganó a muchos judíos y griegos. Delatado por los principales de los judíos, Pilato le condenó a la crucifixión. Aquellos que antes le habían amado, continuaron afectos a él. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos» (Antigëdades XVIII, 3,3).
Josefo describe a Jesús como hombre sabio y maestro. Sobre este último título, el de maestro, versa nuestro artículo.

Jesús, un hombre con
muchos “títulos”
En los tres años aproximadamente que duró la misión de Jesús, o lo que ordinariamente llamamos “vida pública”, él recibió distintos títulos, como atestigua la Escritura, y entre ellos están los que encontramos generalmente en los cursos o tratados de cristología: Señor, Hijo de Hombre, Hijo de Dios, Mesías –con sus equivalentes (el Cristo, el Ungido)–, el Salvador y más. Destacan las referencias al Antiguo Testamento, donde se le concibe como uno de los grandes profetas, el justo de Dios, el que había de venir, etc. Se lo compara y nombra con elementos de la naturaleza como el agua, el pan, la vid o la luz; se suman elocuentes signos de la vida diaria como la puerta o el camino, o en definitiva con realidades que nos remiten a enseñanzas más profundas como la verdad y la vida.
Si los englobamos todos en la categoría de “títulos” (aun cuando no sea plenamente correcto), sobrepasan los cuarenta tan sólo en los evangelios, y el que con mayor frecuencia aparece es el de Maestro, y éste es uno de los pocos títulos que Jesús acepta e incluso se autonombra así: “Ustedes me llaman Señor y Maestro y dicen verdad, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho…” (Jn 13, 13-17).
Algunos de los títulos vienen acompañados de un calificativo o complemento que ayuda y mejora la comprensión, pensemos en el buen pastor, la luz del mundo, el pan de vida etc., pero el de maestro aparece generalmente así, sin más. Marcos nos dice que cuando un hombre rico se le acercó para consultarlo, lo llamó “maestro bueno” (Mc 10, 17-18) a lo que Jesús replica, ¿por qué me llamas bueno?, aceptando así tácitamente el mote de maestro.

Verdadero Maestro
La Sagrada Escritura nos habla de los doctores de la ley, de los soferim o escribas, pero es Didáskalos, el término más utilizado; está en griego y significa maestro. Apareciendo con menor frecuencia hay otras dos palabras que hacen referencia a la actividad de enseñar y son kathegetes y epistates, uno en referencia a la actividad catequizadora y la segunda orientada más a la supervisión o significando quien está a la cabeza como jefe o perito. Esos son los términos griegos y los hay también del hebreo o llamados arameismos, rabbi y con mucha menor frecuencia rabbuní, con un toque de intimidad y familiaridad.
Lo sorprendente no es sólo la referencia que hacen estos vocablos a la enseñanza y pedagogía de Jesús, sino en boca de quiénes los encontramos. En la colección cuadernos teológicos de Editorial Caminos, con el título “Encuentros con el Maestro: la pedagogía de Jesús de Nazaret”, Alejandro Dausá nos dice:
“Es muy interesante constatar la variedad de personas o grupos que así lo reconocen: otros maestros (los escribas), fariseos, cobradores de impuestos, jóvenes, herodianos, saduceos, empleados del jefe de la sinagoga, individuos anónimos de entre la multitud, un jefe de los judíos, leprosos, espías, seguidores de Juan Bautista, miembros de su propio grupo, y, en particular, Judas Iscariote, Pedro, Juan, Santiago, Marta, y María Magdalena. Incluso él mismo se autodefine como maestro. Ya mencionamos que en su época no era aún un título específico, como lo fue después de la reorganización del judaísmo. Sin embargo, la abundancia, y sobre todo la variedad de testigos que así lo reconocen, incluyendo a especialistas con cargos relevantes (tal el caso de Nicodemo), nos dan claros indicios de que constituía una de sus facetas impactantes.”

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Enseñanza en todo tiempo y lugar
Esta faceta de Jesús maestro, y la enseñanza como parte primordial de su misión, el magisterio pontificio en el número 7 de la exhortación apostólica Catechesi tradendae de 1979 , San Juan Pablo II lo expresa así:
“Jesús enseñó. Este es el testimonio que Él da de sí mismo: «Todos los días me sentaba en el Templo a enseñar». Esta es la observación llena de admiración que hacen los evangelistas, maravillados de verlo enseñando en todo tiempo y lugar, y de una forma y con una autoridad desconocidas hasta entonces: «De nuevo se fueron reuniendo junto a Él las multitudes y de nuevo, según su costumbre, les enseñaba»; «y se asombraban de su enseñanza, pues enseñaba como quien tiene autoridad». Eso mismo hacen notar sus enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y buscar un pretexto para condenarlo. «Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta aquí».”

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Qué tipo de maestro es Jesús?
Lo anterior nos da pie para ir tratando de responder algunas interrogantes: ¿Qué tipo de maestro es Jesús? Desde luego que no podemos imaginar en la primera mitad del primer siglo el sistema escolar de hoy en día, de hecho, aun cuando ya destacaban algunos como grandes maestros en el judaísmo, no será sino hasta la segunda mitad del primer siglo cuando la palabra maestro se generalice en Palestina. Hay diferencias que saltan a la vista entre Jesús y los maestros de su época. Mencionemos algunas: la primera de ellas es que Jesús no pertenece a la élite magisterial de su tiempo, no hay estudios que lo avalen, lo respalda su propia autoridad y la fuerza de su palabra, no es un maestro institucionalizado o titulado. Segundo, Jesús no pretende formar una escuela, y como maestro escoge a sus discípulos, mientras que era costumbre que los padres buscaran para sus hijos un buen mentor. Tercero, mientras que los discípulos de otros guías aspiran a ser maestros, Jesús pide a los suyos que no se hagan llamar maestros; funda no una escuela, sino una comunidad fraterna, donde el único maestro es Él. En lugar del prestigio y la fama, se augura para los seguidores acusaciones falsas y tribulaciones. Cuarto, Los discípulos de otros mentores pagan las enseñanzas bien de manera económica, algo poco frecuente, bien con servicios o donativos en especie para el sustento y la manutención del maestro. En ocasiones los discípulos eran vistos como sirvientes a las órdenes del preceptor. Jesús llama a sus discípulos amigos, no siervos, porque les da a conocer todo lo que hace. Se suma a lo anterior la inclusión de mujeres en el discipulado y podríamos hablar hasta del tiempo de permanencia en la formación. Sean suficientes las mencionadas para delinear el perfil de Jesús como un maestro muy peculiar.

Un maestro itinerante
“Se puso a enseñar…”. Ésta es, de acuerdo a los evangelios, la forma más común para introducir la actividad magisterial de Jesús. Actividad que igual desarrollaba en las plazas, en la sinagoga, sentado en la barca, o bien simplemente de camino. Jesús era pues un maestro itinerante. Enseña a la multitud, a los discípulos e incluso en los encuentros personales (Nicodemo por ejemplo); enseña por iniciativa propia y a petición de los suyos: “Enséñanos a orar”… simplemente dirigía su enseñanza a quien mostrara apertura para la escucha: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.

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Jesús enseña a vivir
El eje central de toda su doctrina es el Reino de Dios o Reino de los cielos en el Evangelio de Mateo. Pero más allá de los contenidos y los cinco grandes discursos que Mateo nos ofrece, Jesús enseña una nueva forma de vida. Podemos decir que como maestro no trae un cúmulo de sentencias más o menos sistematizadas, su intención es enseñar a vivir, de allí que la invitación al seguimiento implique renuncia y aceptación al mismo tiempo. Renuncia a formas de vida que se contraponen al Reino y aceptación de los nuevos valores que lo posibilitan y lo construyen.

Dónde aprendió Jesús?
Preguntas que han suscitado asombro, respuestas ingenuas y acríticas y hasta fantasiosas son ¿dónde aprendió Jesús?, ¿dónde estudió y adquirió esos conocimientos? Una respuesta insostenible es que como Hijo de Dios ya lo sabía y conocía todo. Jesús aprendió primeramente en casa; como todo niño judío, vivió sujeto a sus padres, así lo atestigua Lucas cuando nos dice que volvió con sus padres a Nazaret e iba creciendo en estatura, sabiduría y gracias a los ojos de Dios y de los hombres.
Recibió pues de su padre y madre los valores, el oficio y los primeros acercamientos a la Ley. Los niños judíos hasta la edad de once años se iniciaban en la llamada “casa de lectura” y tenían la oportunidad de continuar en la  “casa de aprendizaje”, donde tenían su acercamiento a la Torá. Es poco probable –aunque no imposible– que Jesús fuera discípulo de uno de los maestros de su tiempo; ante la carencia de fuentes, no podemos asegurarlo.
Además de lo recibido en casa, en la primera infancia y posiblemente a los pies de un maestro, está siempre la llamada educación informal, la que se recibe a diario contemplando la naturaleza, insertándose en el mundo laboral, en los roles y estructuras sociales, todos éstos buenas fuentes de enseñanza y aprendizaje práctico.
Las palabras de Jesús nos dejan claro que era un maestro carismático, observador de la vida doméstica, de los oficios y la naturaleza.
La pedagogía de Jesús
¿De qué manera hace llegar su mensaje?, ¿Cuál es la pedagogía, o mejor dicho la didáctica, de Jesús Maestro?
Jesús tiene como estrategia y método de enseñanza sus acciones y su palabra. Frecuentemente parte de la realidad y de los conocimientos que ya poseen sus interlocutores para propiciar el diálogo. Recurre a la exageración, los contrastes, la repetición y los signos, sin faltar la argumentación lógica.
Echa mano de las tradiciones del pueblo y de las costumbres y sabiduría de antaño, como lo demuestran el recurso a la Ley de Moisés, los Profetas y los Escritos, los proverbios y  parábolas, acciones simbólicas a la manera de los antiguos profetas, sentencias desconcertantes, aforismos y hasta la ironía.
La sabiduría popular enfatiza que el ejemplo es la mejor manera de enseñar, a este respecto afirmamos que Jesús, sin perder la convicción de ser enviado, no se convierte en un mero transmisor, sino que se vuelve testigo del mensaje y se identifica con él. Visto así, Jesús no es solamente el maestro, se vuelve a la vez la enseñanza misma. Cuando dice “aprendan de mí…” no hace alusión a sus palabras, sino a la vivencia de los valores y virtudes que practica, como la mansedumbre y la humildad.

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Enseñaba con autoridad
La manera en que Jesús enseñaba causó desde el asombro y el asentimiento hasta la indignación, el cuestionamiento y abierto rechazo. Sigue siendo hoy en día objeto de estudio y reflexión desde distintas perspectivas la “autoridad” de Jesús. Rompiendo convencionalismos, Jesús fue tenido como profeta, sanador y maestro, al punto que varios y distintos interlocutores se preguntaban sobre el origen de la autoridad con que actuaba.
Algunas escuelas de sociología distinguen entre la autoridad legal, autoridad tradicional y autoridad carismática. La primera deriva de un reconocimiento institucional o el desempeño de un rol por tiempo determinado, la segunda es la que viene por linaje o heredada y, finalmente, la tercera es la que se funda en las cualidades personales, se impone y es reconocida por la comunidad. Pueden darse de manera combinada y sólo muy pocas ocasiones convergen las tres en una misma persona.
Siguiendo esta división, la autoridad de Jesús no pertenece a las dos primeras; hemos visto cómo no encaja en los moldes sociales de los maestros de su tiempo. Algunos historiadores, sociólogos y  teólogos ven en Jesús una autoridad carismática. Cuando hablamos de Jesús como un personaje carismático en el sentido social nos referimos a que rompe con patrones preestablecidos, impacta por sus palabras y acciones y se vuelve “signo de contradicción”, algunos se adhieren y otros lo confrontan.
El concepto que se utiliza para hablar de la autoridad de Jesús es exousía, que podemos traducirla también como libertad, y es precisamente la autoridad de Jesús la que lo enfrenta con las autoridades legales o institucionales del pueblo.
Cuál es el origen de la
autoridad de Jesús?
Responder no es sencillo. En la Biblia se dan opciones múltiples: Dios, Él mismo, otros hombres y se adjudica incluso a satanás, pero en algo coincide la mayoría: Jesús tiene autoridad.
Hay otras cuestiones de fondo, ¿Cómo se concibió Jesús a sí mismo y su misión? Hemos dicho más arriba que enseña con sus palabras y acciones, pues en ellas va implícita la autoridad con que propone la novedad de su doctrina y al mismo tiempo su independencia de las instituciones o estructuras de su entorno. Su persona es su autoridad, sus acciones le dan autoridad, la relación única que mantenía con el Padre le da autoridad, la concepción progresiva y gradual de su persona y misión, son fuente de autoridad.
Leemos en Marcos 1, 22: “Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque los enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley”; y más adelante: “Todos quedaron asombrados hasta el punto de preguntarse unos a otros: ¿Qué está pasando aquí? Es una nueva enseñanza, llena de autoridad”.
El testimonio de Jesús y su forma de vida que asumía e integraba su mensaje le daba lo que muchos llaman autoridad moral, contrapuesta en clara referencia a los maestros de la ley, que eran la autoridad legal, desempeñada como un rol social, pero lejos de ser testimoniada y vivida. Notemos que se alude a la contraparte por el título que los identifica, “maestros de la ley”, pero los títulos no otorgan la verdadera autoridad. Siguiendo el texto antes citado nos dice que su fama se extendió por la región, y en otros pasajes ésta manera de actuar le ganaba el asentimiento y la adhesión popular.
Esta singularidad de Jesús como maestro, San Juan Pablo II la expresa de la siguiente manera en los números 8 y 9 de la Catechesi tradendae:

El único «Maestro». El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces se le da este título de maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento y especialmente en los Evangelios!…  Esta imagen de Cristo que enseña, a la vez majestuosa y familiar, impresionante y tranquilizadora, imagen trazada por la pluma de los evangelistas…

Enseñando con toda su vida. No olvido, haciendo esto, que la majestad de Cristo que enseña, la coherencia y la fuerza persuasiva únicas de su enseñanza, no se explican sino porque sus palabras, sus parábolas y razonamientos no pueden separarse nunca de su vida y de su mismo ser. En este sentido, la vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres…”

La sociedad necesita
verdaderos maestros
Como en aquel entonces, también hoy la sociedad y el mundo tiene necesidad de verdaderos maestros y educadores. Al respecto, el Concilio Vaticano II en su declaración sobre la educación cristiana, en el número 5 nos dice: “Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse”.

Los títulos no dan autoridad
Muchos de los maestros de hoy defienden una autoridad otorgada por títulos; ya lo dijimos, los títulos no dan autoridad libre o duradera, es autoridad generalmente vinculada al sistema y efímera. Si estos maestros con sus palabras y acciones asumen los valores humanos para ser verdaderos guías y educadores, adquieren ya autoridad con su persona y podrán ejercerla con libertad y credibilidad.
A comienzos de la década de los sesentas, el Papa San Juan XXIII ofrecía al mundo entero su encíclica Mater et Magistra, haciendo alusión al papel y misión de la Iglesia. Si la Iglesia quiere ser creíble como maestra, deberá asumir el reto de integrar su enseñanza a la vida diaria, dejar a un lado el rol de autoridad legal o institucionalizada, para recuperar o ganar a pulso una autoridad moral o carismática, que viene perdiendo en las últimas décadas.

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