Apreciables hermanas y hermanos:
El tema central de estos días es sí, la Muerte, pero sobre todo, la Resurrección de Jesús, que ha sellado, de esta forma, una alianza con nuestra pobre humanidad, y esa alianza ya nada la podrá romper, porque el Espíritu que Cristo nos mereció con su Pasión y su Resurrección nos recuerda que somos pueblo, que somos pertenencia, familia, hijos de Dios, y que Él nos ama por encima de nuestras infidelidades, inconstancias y pobrezas. Dios es nuestro Padre para siempre.
Jesús, siendo el Hijo único de Dios, aprendió a obedecer padeciendo, muriendo, y por eso se convirtió para nosotros en causa de salvación. Esto hemos celebrado en la Semana Santa. El Señor padece, se entrega, muere por obediencia al Padre pero, al mismo tiempo, se convierte para nosotros en causa de nuestra salvación.
Nosotros no nos salvamos por nuestros méritos, porque somos buenos o santos, o perfectos; nos salvamos porque Cristo padeció, murió y resucitó por nosotros. Él nos mereció la salvación, nos la alcanzó, nos la regala.
Jesucristo, como el grano de trigo, fue enterrado, murió, pero de ese grano de trigo enterrado y muerto, surgió la vida. Ésta es la hora de Dios que, resucitando, nos abre el camino de la vida.
Estos temas son para que muevan nuestra mente y nuestro corazón para decir, con sinceridad, lo mismo dijeron los griegos al apóstol Felipe: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21).
Las celebraciones de la Semana Santa han sido para vivirlas con ese anhelo profundo, sincero, de ver a Jesús. Que Resurrección del Señor nos ayude a ver en lo profundo de nuestra fe a Jesús, y darnos cuenta quién es para nosotros. Si es así, estamos, como se dice, del otro lado, porque este acontecimiento no es folklor que hay que repetir cada año, sino una gran fiesta que nos debe ayudar a conocer más a Jesús, amarlo, adherirnos más a Él.
Que nuestra oración en este tiempo sea humilde y sincera, en lo más íntimo, para ver a Jesús Resucitado. Porque en la medida que lo conozca, que lo ame y que me adhiera, en esa medida vamos a ser nuestra su Palabra.
En la medida en que nosotros podamos ver a Jesús, nos sentiremos comprometidos a hacer nuestra su invitación de dar la vida. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no produce fruto. Si nuestra vida no se da en un servicio concreto a los demás (y, a veces, no hay que buscarlos lejos porque los tenemos en casa, los ancianos, los enfermos, los abuelos), si nuestra vida no se da en servicio de caridad a los demás, es una vida sin fruto. Por eso, es importante que como cristianos busquemos ver a Jesús, conocerlo más, amarlo más, adherirnos más a Él, para que su Palabra sea vida de nuestra vida, para que seamos auténticos discípulos de Él.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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