Volver al hombre para tocar a Cristo con la caridad fraternal

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El Evangelio que nuestra madre Iglesia dispone para hoy: “Domingo  de Resurrección”, revela el vínculo entre las Escrituras y el acontecimiento pascual del Señor, convirtiéndose éste último en la clave para su adecuada comprensión y las Escrituras en imprescindible espejo para la lectura del suceso (Jn 20, 1-9).

María Magdalena, sacramento de la misericordia para sus hermanos
Los relatos de la resurrección del evangelio joánico inician especificando que: “El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba” (v. 1). Ese primer día de la semana comienza un nuevo ritmo en el orden del tiempo, una nueva creación, porque en éste acaeció el hecho más importante de nuestra fe cristiana. Los discípulos de Jesús lo transformaron en el “Día del Señor” (compárese Ap 1, 10).
María Magdalena, estremecida al ver la tumba vacía, se echó a correr llevando la noticia a Simón Pedro y al discípulo amado: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (v. 2). La resurrección es la eternidad que ingresa en el tiempo, o el tiempo que accede a la dimensión de la eternidad. María Magdalena es una de aquellas mujeres que junto a la madre del Señor estuvieron con Jesús al pie de la cruz (compárese Jn 19, 25). Ella, pecadora perdonada, se convirtió en sacramento de la misericordia divina para sus hermanos, siendo nada menos que la primera mensajera del sepulcro vacío.

Desconocer las Escrituras
es desconocer a Cristo
Pedro y el discípulo a quien Jesús quería salieron corriendo para ver lo ocurrido (véase v. 3). El último llegó primero, pero no entró, sino que aguardó a Pedro (véanse vv. 4-5). El discípulo amado reconoce la preeminencia de Pedro (v. 5: compárese con Jn 21, 15-17). Pedro descubre no sólo los lienzos como ocurrierra al discípulo amado, sino también el sudario que estaba plegado en un sitio aparte (compárense vv. 6-7 y el v. 5). Después, el discípulo a quien Jesús quería ingresó “vio y creyó” (v. 8). El sepulcro vacío fue para él un “signo”.
El evangelista explica, “porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” (v. 9). Aunque no cita ningún texto concreto invita a leer el acontecimiento a través de las Escrituras (compárese Lc 24, 27). La resurrección de Jesús les transformó la vida y apoyados en ella releyeron la vida y la enseñanza de Jesús. ¡Cuánta razón asiste a Jerónimo cuando asegura “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”!
Basta ya de un catolicisimo sin Biblia!
Sólo hay un modo noble de vivir: El anhelo de sobrevivir; anhelo al que dio cumplimiento Cristo quien al resucitar colma nuestra esperanza nacida de la fe. La fe en la resurrección tiene una importancia existencial iluminando nuestra vida y otorgándole dirección, argumento y sentido. En cada uno de nosotros puede revivir el milagro de Cristo resucitado hasta llevarnos a manifestar como Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20).
Permítaseme insistir: “Hasta entonces no habían entendido las Escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” (v. 9). En palabras actuales: “¡Basta ya de un catolicisimo sin Biblia!” (Carlos Carreto).
En un libro precioso que adquiri en nuestro Instituto Bíblico Católico, escrito por el padre Henri Caldelari, fundador de los Laicos Misioneros del Sagrado Corazón, quien nos invita a dejar que la palabra de Jesús, el Resucitado, vencedor de la muerte, imprima su sentido profundo en nuestro corazón, y así, siguiendo el ejemplo de María Magdalena, aquella linda mujer, testigo de primerísima plana: “Volver al hombre, único medio de tocar a Cristo, con la caridad fraternal. Con un compromiso concreto al servicio de los hermanos, queremos responder al amor que se ha manifestado en nuestro corazón” (Tu nombre es oración. Jesús nos enseña a rezar, EDICEP, Valencia 1993, pág. 156).

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