Mons. Manuel Talamás Camandari (+)
La Pobreza Evangélica nos convence de que “no sólo de pan vive el hombre” y así nos conduce al descubrimiento y a la vivencia de los Valores Espirituales.
Pero más que nunca, urge vivir la Pobreza Evangélica, porque nos prepara para las grandes transformaciones sociales; porque uno de los factores que más se oponen a tales “transformaciones audaces profundamente innovadoras” (Paulo VI), es el apego a las riquezas.
Y ese es precisamente el meollo de la Pobreza Evangélica: el desapego de los bienes materiales.
Desapego que permite ir adaptando, sin revoluciones sangrientas, los sistemas socio-económicos a las necesidades de la época histórica que se vive. Pues a la persona que tiene mucho, le hace descubrir lo que de injusto tiene el actual sistema económico.
La Pobreza Evangélica no desprecia la riqueza, porque sabe que es indispensable para atender las mil necesidades humanas.
Sólo pide que se le dé un destino fundamentalmente comunitario, a fin de que nadie crezca de lo que se requiere para su maduración humana.
Y cuando comunitariamente es abundante la riqueza, exige que no se use para obtener exceso de placer. Ni que se emplee para oprimir a otras personas o a otros pueblos.
La pobreza no puede ser Evangélica, sino brota del Amor, que es la síntesis del Evangelio. Y tal Amor nos exige amar al prójimo como a nosotros mismos, ya sea que el prójimo sea otra persona. O que sea otra nación.
Así pues, si nosotros no vivimos la Pobreza Evangélica ¿cuál es nuestra excusa?
(Tomado del libro: “¿Cuál es su excusa?”, del obispo +Manuel Talamás Camandari, página 54, tercera edición)
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