Beethoven: vocación y frutos de vida

Sergio Padilla Moreno

La liturgia de la Palabra de este III Domingo de Cuaresma nos habla de la vocación particular que recibimos de Dios, la importancia de dar frutos de vida desde ella y de las tentaciones que enfrentamos para apartarse de lo que estamos llamados a ser y hacer.  Es por eso que vale la pena voltear a ver el testimonio vital de tantos hombres y mujeres que han llegado a la meta, convirtiéndose en ejemplo de decir sí a la vida -el mayor don de Dios-, en medio de las más complejas vicisitudes, con pasión, determinación y fortaleza, aunque con momentos de miedo, desaliento y cansancio. En este sentido es que hoy vale la pena hablar del gran compositor Ludwig van Beethoven (1770-1827), quien el próximo martes 26 de marzo cumplirá un aniversario más de su muerte.

Desde muy temprana edad Beethoven demostró cualidades para la música, hecho que su padre trató de explotar para hacer de su hijo un niño prodigio al modo de Mozart. La muerte temprana de su madre en 1787, provocó que su padre ahondara en su problema con el alcohol y la depresión, por lo que el joven Beethoven tuvo que hacerse cargo de sus hermanos dando clases de piano y tocando el violín en una orquesta. Cuando todavía no cumplía los treinta años de edad se le comenzaron a manifestar los problemas de sordera. En 1802 escribió lo que se llama el “testamento de Heiligenstadt”, una carta dirigida a sus hermanos donde confiesa: “Desde mi infancia, mi corazón y mi mente estuvieron inclinados hacia el tierno sentimiento de bondad, inclusive me encontré voluntarioso para realizar acciones generosas, pero, reflexionad que hace ya seis años en los que me he visto atacado por una dolencia incurable, agravada por médicos insensatos, estafado año tras año con la esperanza de una recuperación, y finalmente obligado a enfrentar el futuro una enfermedad crónica (cuya cura llevará años, o tal vez sea imposible); nacido con un temperamento ardiente y vivo, hasta inclusive susceptible a las distracciones de la sociedad, fui obligado temprano a aislarme, a vivir en soledad, cuando en algún momento traté de olvidar es, oh, cuan duramente fui forzado a reconocer la entonces doblemente  realidad de mi sordera, y aun entonces, era imposible para mí, decirle a los hombres, ¡habla más fuerte!, ¡grita!, porque estoy sordo.”

La creciente sordera no lo abatió, sino que lo motivó a enfrentarse a ella a través de la total dedicación a la composición, poniendo en papel los sonidos que tenía en su cabeza y su espíritu. Las últimas obras que compuso, entre ellas su famosa Novena sinfonía y la Missa Solemnis, las hizo totalmente sordo, por lo que Beethoven es un ejemplo de frutos vitales de una vocación vivida con pasión y fortaleza.

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Sinfonía Nº 9, en re menor, Op. 125 “Coral” https://www.youtube.com/watch?v=thEJQF8a2-M

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