Pbro. Armando González Escoto
La Cuaresma ha sido una de las creaciones más pedagógicas y creativas de la comunidad católica. Nació de la necesidad cada vez más sentida de celebrar la fiesta de la Pascua de la mejor manera posible, para recalcar igualmente la importancia incomparable de esta celebración.
Preparar la Pascua sólo con tres días de anticipación pareció poco, así que se fueron añadiendo días a la preparación hasta quedar en 40. La intención era lograr una verdadera experiencia de renovación y de crecimiento al llegar el domingo de Resurrección.
Por lo mismo, la Cuaresma desde el principio tuvo un sentido de revisión, de autoevaluación, acompañado de un programa que ayudase a la superación, programa que incluía tanto el aspecto místico como el ascético, es decir, oración y penitencia, Gracia y esfuerzo humano para poder crecer y dejar atrás actitudes y conductas equivocadas.
El ayuno y la abstinencia de carnes rojas indicados para determinados días del periodo cuaresmal han sido la expresión externa del sacrificio y del esfuerzo que se ofrece a Dios para también disciplinar la voluntad, y de este modo poder lograr los bienes esperados.
Pero… porque no debe haber esfuerzo sin recompensa, los días de ayuno y de abstinencia han sido igualmente premiados con la promesa de la capirotada y las torrejas, junto con otras delicias culinarias típicas de la Cuaresma que restablecían el equilibrio entre el desierto y el oasis.
En apoyo a los objetivos de la Cuaresma, venía la práctica de los ejercicios espirituales que, por lo menos desde el siglo XVII, se introdujeron para todos los fieles en una versión reducida de días y de horas, es decir, seis días de la semana, una o dos horas por la tarde o noche, para las diversas edades y condiciones de las comunidades parroquiales. Otro tanto harán los retiros y los “encierros” sujetos a programas y estilos diversos.
En los últimos años, el buen propósito de hacer partícipes a los laicos como predicadores de estos ejercicios, produjo el mal resultado de que mucha gente dejó de asistir, no precisamente porque vieran en los agentes laicos personas menos preparadas, sino sobre todo porque para la gente, la figura del sacerdote sigue siendo muy estimable, y verlo y escucharlo durante los ejercicios era un “plus” que hacía más atrayente esta práctica.
El que de pronto se comenzase a perder la costumbre de practicar los ejercicios cuaresmales ha generado una búsqueda creativa de nuevos caminos y recursos para conservar lo importante, la preparación de la comunidad para la fiesta de la Pascua.
Como suele suceder, algunos han optado por apostar a estos nuevos caminos, sin aterrizar ningún proyecto, pero descartando los medios tradicionales, de tal modo que en lugar de sumar, restan, obteniendo como consecuencia un mayor empobrecimiento de la acción de la Iglesia en su compromiso evangelizador.
A veces nos pasa como al señor Cura que, ante la poca feligresía dominical, en lugar de buscar nuevos recursos para atraer a los fieles a la Misa, iba solamente recortando Misas, ‘que porque la gente ya no viene’.
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