En su mensaje previo al rezo del Regina Coeli, que presidió por primera vez desde hace meses desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano y con la presencia de fieles en la Plaza de San Pedro este domingo 31 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, el Pontífice explicó cómo el Resucitado reunió a los discípulos e hizo de ellos su Iglesia.
“El Evangelio de hoy nos lleva a la tarde de Pascua y nos muestra a Jesús resucitado que se aparece en el cenáculo, donde se habían refugiado los discípulos. Tenían miedo”, explicó el Papa.
Jesús se sitúa en medio de ellos y “les dice: ‘Paz a vosotros’. Estas primeras palabras pronunciadas por el Resucitado son más que un saludo. Expresan el perdón a los discípulos que lo habían abandonado. Son palabras de reconciliación y de perdón”.
“También nosotros, cuando deseamos paz a los demás, estamos dando nuestro perdón y también pidiendo perdón”, aseguró.
Con ese saludo, “Jesús ofrece su paz a aquellos discípulos que tenían miedo, que incluso les cuesta creer en lo que han visto, es decir, el sepulcro vacío y, sobre todo, el testimonio de María Magdalena y de las otras mujeres. Jesús perdona y ofrece su paz a sus amigos”.
“Perdonando y reuniendo en torno a Él a sus discípulos, Jesús hace de ellos su Iglesia: una comunidad reconciliada y preparada para la misión. Cuando una comunidad no está reconciliada, no está preparada para la misión, sólo está preparada para discutir dentro de ella. El encuentro con el Señor Resucitado da un vuelco a la existencia de los apóstoles y los transforma en valientes testigos”.
“De hecho, inmediatamente después, dice: ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’. Estas palabras hacen entender a los apóstoles que son enviados a prolongar la misma misión que el Padre confió a Jesús”.
“No es tiempo de quedarse encerrados ni llorar por los buenos tiempos pasados con el Maestro. La alegría de la resurrección es grande, pero es una alegría expansiva que no debe guardarse para sí mismo. Es para darla”.
“Precisamente, para animar la misión, Jesús entrega a los apóstoles su Espíritu”. “El Espíritu Santo es el fuego que quema los pecados y crea hombres y mujeres nuevos. Es el fuego de amor con el que los discípulos podrán ‘incendiar’ el mundo. Ese amor de ternura que prefiere a los pequeños, a los pobres, a los excluidos”.
“En los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación recibimos el Espíritu Santo con sus dones: entendimiento, sabiduría, ciencia, consejo, piedad, fortaleza y temor de Dios”.
“Este último don, el temor de Dios, es, precisamente, lo contrario del miedo que paralizaba a los discípulos: es el amor por el Señor, es la certeza de su misericordia y de su bondad, es la confianza de poder moverse en la dirección por Él indicada sin que no nos falte nunca su presencia y su apoyo”.
“La fiesta de Pentecostés renueva la conciencia de que en nosotros habita la presencia vivificante del Espíritu Santo. Él también nos entrega la valentía de salir fuera de los muros protectores de nuestros ‘cenáculos’, sin caer en el descanso de una vida tranquila o encerrarnos en costumbres estériles”.
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