Durante la Misa celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano por la Solemnidad de Pentecostés, rechazó que la Iglesia se divida en “derechas e izquierdas”, en “conservadores y progresistas”. Atribuyó esas divisiones a una visión mundana de la Iglesia y subrayó que, por medio del Espíritu Santo, “somos hijos de Dios”.
El Pontífice centró su homilía en la dicotomía “diversidad-unidad”, y explicó que “San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo”.
El Pontífice destacó la diversidad de origen y cultural de los apóstoles: “muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos”.
Por lo tanto, entre los apóstoles elegidos por Jesús “había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas”.
Ante esa diversidad de los apóstoles “Jesús no los cambió, no los uniformó y para convertirlos en ejemplares producidos en serie”.
Por el contrario, “dejó sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu”.
La plasmación de esa fuerza unificadora del Espíritu se produjo cuando los apóstoles comprobaron “con sus propios ojos” cómo, “aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía”.
Volviendo al contexto de la Iglesia de hoy, el Papa se preguntó: “¿Qué es lo que nos une? ¿En qué se fundamenta nuestra unidad?”. En ese sentido, recordó que “también entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad”.
Advirtió de la tentación de querer defender las ideas propias a cualquier precio, “considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros”.
Se trata de un error consistente en profesar “una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos”.
Frente a esa tentación, subrayó que “nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios”.
Por ello, invitó a mirar la Iglesia “como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo”. Porque “el mundo nos ve de derechas y de izquierdas”, en cambio, “el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios”.
“La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico”.
En su homilía, el Papa Francisco puso de relieve otro aspecto de la incidencia del Espíritu Santo en la Iglesia y que tiene que ver con el anuncio.
A pesar de ser “la primera obra de la Iglesia, los Apóstoles, en el cenáculo, “no preparan ninguna estrategia ni tienen un plan pastoral. Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no”.
“El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a ‘hacer el nido’. El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada”.
Por el contrario, “en la Iglesia, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido”.
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