Comienza el tiempo de Cuaresma y, como es tradición, el Papa Francisco acudió a primera hora de la tarde del miércoles a la celebración de la imposición de la ceniza. Antes, el Santo Padre visitó la Iglesia de San Anselmo en el monte Aventino, en Roma, donde tuvo un momento de oración, seguida de la procesión penitencial hacia la Basílica de Santa Sabina.
“El Señor no se cansa nunca de tener misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos todavía, una vez más, su perdón, invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, para tomar parte de su alegría, afirmó el Pontífice.
Pero, “¿cómo acoger esta invitación?', preguntó. “Nos lo sugiere San Pablo en la segunda lectura de hoy: 'Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios'”.
“Saben hermanos -ha dicho improvisando- que los hipócritas no saben llorar, han olvidado cómo se llora. No piden el don de las lágrimas”.
Sobre el “esfuerzo de conversión” señaló que “no es solamente una obra humana. La reconciliación entre nosotros y Dios es posible gracias a la misericordia del Padre que, por amor hacia nosotros, no ha vacilado en sacrificar a su Hijo unigénito”.
El Papa explicó en este punto que “Cristo, que era justo y no tenía pecado, por nosotros fue hecho pecado cuando sobre la cruz cargó con nuestros pecados, y así nos ha rescatado y justificado ante Dios. 'En Él' nosotros podemos transformarnos en justos, en Él podemos cambiar, si acogemos la gracia de Dios y no dejamos pasar en vano el 'momento favorable'”.
Por lo que respecta a “volver al Señor 'con todo el corazón'”, afirmó que “significa tomar el camino de una conversión no superficial y transitoria, sino más bien un itinerario espiritual que lleva a lo más íntimo de nuestra persona”.
En este sentido, “el corazón, en efecto, es la sede de nuestros sentimientos, el centro en el que maduran nuestras decisiones y nuestras actitudes”.
Pero esta llamada a la conversión no es sólo individual, sino que “se extiende a la toda la comunidad, es una llamada dirigida a todos”.
El Pontífice, en la homilía que pronunció antes de la imposición de la ceniza, explicó que “como pueblo de Dios comenzamos hoy el camino de la Cuaresma, tiempo en el que buscamos unirnos más estrechamente al Señor Jesucristo, para compartir el misterio de su pasión y de su resurrección”.
Sobre la celebración del Miércoles de Ceniza, el Papa indicó que la liturgia propone ante todo “el pasaje del Profeta Joel, enviado por Dios a llamar al pueblo a la penitencia y a la conversión, a causa de una calamidad (una invasión de langostas) que devasta Judea”.
“Solo el Señor puede salvar del flagelo y necesita que se le suplique con la oración y el ayuno, confesando el propio pecado”, a la vez que el profeta llama a la conversión.
“El profeta habita sobre todo en la oración de los sacerdotes, haciendo observar que va acompañada de lágrimas. Nos hará bien pedir, al inicio de esta Cuaresma, el don de las lágrimas, para que nuestra oración y nuestro camino de conversión sean cada vez más auténticos y no sean hipócritas”.
“Nos hará bien hacernos la pregunta: '¿Yo lloro?, ¿el Papa llora?, ¿los cardenales lloran?, ¿Los obispos lloran?, ¿los sacerdotes lloran?, ¿los consagrados lloran?'. El llanto en la oración”, dijo improvisando.
Comentando el Evangelio proclamado de San Mateo, Francisco aludió a las tres obras de piedad “previstas por la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno”. “En el transcurso del tiempo, estas prescripciones fueron destruidas por el formalismo exterior, incluso habían cambiado en un signo de superioridad social”.
“Jesús pone en evidencia una tentación común en estas tres obras, que se pueden resumir en la de la propia hipocresía (la nombra tres veces): ‘Estén atentos a no practicar su justicia delante de los hombres para ser bien admirados por ellos... Cuando hagan limosna, no toquen la trompeta ante ustedes, como hacen los hipócritas.... Cuando oren, no sean igual que los hipócritas, que... aman rezar de pie, para ser vistos por la gente... Y cuando ayunen, no se conviertan en personas melancólicas como los hipócritas”.
El Papa aseguró que “cuando se hace algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser estimados y admirados para este buena acción, para obtener una satisfacción”. “Jesús invita a cumplir estas obras sin ostentación, y a confiar únicamente en la recompensa del Padre 'que ven en lo secreto'”, agregó.
Para concluir, el Santo Padre pidió a María Inmaculada que “sostenga nuestro combate espiritual contra el pecado” y “nos acompañe en este momento favorable, para que podamos llegar a cantar juntos la alegría de la victoria en la Pascua de Resurrección”.
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