La historia de Willy: El “sin techo” que fue enterrado en el Vaticano

ROMA, 27 Feb. 15 (ACI/EWTN Noticias).- Todos en la zona externa del Vaticano llamada Borgo conocían a Willy Herteleer. “Borgo” es el barrio que bordea la Plaza de San Pedro por el norte. Además de los monseñores, religiosas, cardenales y romanos que viven en esa área, hay también muchos “sin techo”.

Puedes verlo cada mañana en la Misa en la Parroquia Pontificia de Santa Ana, justo afuera del Borgo y dentro de los muros del Vaticano.


Willy era uno de ellos.


Su aspecto ascético, la cruz alrededor de su cuello y su carrito de supermercado se convirtieron en el equipaje que llevaba.


Willy participaba en la Misa cada mañana. “Mi medicina es la Comunión”, decía siempre. Estaba siempre bien aseado, pero no buscaba atención médica muy frecuentemente.


Uno de sus más cercanos amigos era un monseñor italiano, una religiosa americana y un periodista alemán. Ellos fueron quienes lo acompañaron al final de sus días.


Willy murió en diciembre, en el hospital que solía visitar cerca del Vaticano, para usar los servicios higiénicos o asearse un poco.


Él tenía que verse bien, porque pasaba sus días como un evangelizador en las calles. Tras la Misa matutina, se detenía por un rato a hablar con las personas.


“¿Cuándo fue tu última confesión¡” le preguntaba a todos con los que se encontraba. ¿Vas a comulgar? ¿Vas a Misa?”.


Hacía la misma pregunta a otros “sin techo” con los que decidió vivir. Él había escogido esa vida.


Por un tiempo vivió en un refugio. “Sí, es bonito, acogedor y limpio. Sí, comes bien y la gente es buena”, decía a las personas. “Pero necesito libertad. ¡Amo la libertad!”.


Willy prefería a sus amigos. Prefería las calles. Prefería al monseñor que le llevaba naranjas, los periodistas que le tomaban fotos.


Después de Misa, hablaba con su amigo, el P. Amerigo. “Gracias por su homilía pronunciada con tanta calma. La entiendo bien y me ayuda a meditar a lo largo del día”, le dijo al sacerdote.


Tantas breves conversaciones, pero también retratos. Aquellos presentados durante su funeral, en el Colegio Alemán, llamado el Camposanto Teutónico, en el Vaticano.


Mons. Amerigo Ciani ha sido durante mucho tiempo pintor, así como canónigo de la Basílica de San Pedro. Sus exhibiciones se han presentado incluso internacionalmente, y ha hecho dos retratos de Willy en su ambiente.


Él era una de las muchas personas que viven en las calles alrededor de San Pedro, hombres y mujeres que viven en los márgenes de las rutas turísticas, que tienen amigos en todo el vecindario.


El 12 de diciembre de 2014, Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. El Papa Francisco estaba celebrando la Misa en la Basílica de San Pedro por la patrona de América, y Willy falleció. Sus amigos no lo vieron durante esa semana en la Misa matutina, y comenzaron a buscarlo.


Uno de ellos, un alemán, Paul Badde, se había convertido recientemente en cófrade de la Cofradía del Camposanto de los Teutones y Flamencos. Él propuso que Willy sea enterrado ahí, entre los “cófrades”.


El cementerio se remonta a los tiempos de Carlomagno, que concedió esa parcela de tierra junto a la basílica para enterrar a los peregrinos de tierras alemanas y flamencas que perecieron en su viaje.


La cofradía está conformada de sacerdotes y hombres y mujeres descendientes de alemanes. Los sacerdotes alemanes residen en el campus, en una residencia justo al lado del cementerio. Todo está dentro del Vaticano, pero es de alguna forma autónomo e independiente, un pequeño pedazo de Alemania.


Sus amigos organizaron todo, desde los difíciles permisos de Italia y Bélgica, donde Willy comenzó su vida. Hicieron contacto con su familia, sus cuatro hijos, a quienes Herteleer, de más de 80 años, no había visto en décadas.


Mons. Ciani concelebró la Misa con el rector del Camposanto Teutónico, P. Hans-Peter Fischer. Solo algunos amigos asistieron, incluyendo la Hermanas Franciscana de la Eucaristía Judith Zoebelein.


Willy vivía solo, pero no se sentía solo, dijo Mons. Ciani en la homilía. “La presencia de Dios era fuerte y viva dentro de él. Rezaba y rezaba. Rezaba por la conversión de todos, incluso para que los extranjeros se arrepientan”.


Y así es como acaba la historia de Willy sobre la tierra, con una tumba en el cementerio del Vaticano, que por tradición acepta peregrinos alemanes y flamencos, rodeado por el afecto de aquellos que estuvieron cerca suyo en vida. La suya fue solo aparentemente una vida vivida en los márgenes.


Lo más asombroso sobre su vida y muerte no ha aparecido en las noticias. En los diarios, su historia ha pasado solamente como un entierro “privilegiado” deseado por sus amigos, en el discreto silencio del amor.


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