He leído hasta la pg 19 del documento conjunto entre luteranos y católicos, titulado Del conflicto a la unidad. Y, por fin, como se me había pedido puedo comenzar a dar mi opinión, mi sincera opinión. No lo he leído entero, como era mi propósito, porque he tenido un día con mucho trabajo en el hospital y le he dedicado sólo el tiempo que he podido.
Todo lo que he leído me parecido santo y bueno, hasta la última palabra. No cambiaría ni una sola línea de ese documento.
De este diálogo, nos beneficiamos los dos, tanto los luteranos como los católicos. No hay problema en hacer una conmemoración de la Reforma Luterana, porque el verbo conmemorar tiene dos significados: 1. Recordar solemnemente algo. 2. Celebrar una fecha importante.
Como resulta claro, no hay problema en recordar con gran solemnidad uno de los hechos claves en la Historia de la Iglesia. El hecho de recordarlo juntos supone ya un comienzo de la sanación del problema.
Por supuesto que podríamos haberlo conmemorado por separado, limitándonos a recordar los errores del otro según cada parte. Cada uno se hubiera quedado con su verdad, cada uno en su casa, cada uno hubiera seguido cultivando sus antagonismos. Pero, me parece a mí, que Dios prefiere lo que se ha hecho.
Por parte de algunos se acusará a este esfuerzo de relativismo. Pero lo que llevo leído, por el contrario, es un monumento a la verdad, a la verdad común, a la capacidad para reconocer lo que hay de verdad en el otro. El documento destila amor. Y en el amor toda esta tarea se hace más fácil.
Mañana continuaré leyendo el documento, pero unas últimas líneas sobre el tema. El cardenal Burke es una persona inteligente y erudita en su especialidad. Si tuviera que dar un consejo al Papa Francisco sería el de tener muy cerca a este purpurado. Aunque sólo fuera porque siempre le diría la verdad y le ofrecería una perspectiva distinta de la nuestro Santo Padre; lo cual siempre es enriquecedor. A mí me hubiera resultado facilísimo y gozoso ofrecer mi respeto y obediencia como Papa a alguien como Burke. Pero tanto Burke como yo tenemos que comprender que quizá Dios nos quiere enseñar algo a través de alguien como el Papa Francisco.
Entiendo todos los argumentos que da el cardenal Burke en sus entrevistas. Pero, con la humildad de lo poco que soy en la Iglesia, me atrevo a sugerir que hay un punto intermedio entre la verdad y el amor. Un punto que no traiciona la verdad y que, sin embargo, pone el énfasis en más cosas que la verdad. Jamás hay que traicionar la verdad. El amor no puede pasar por encima de la verdad. Ahora bien, llegar hasta el límite de la verdad por amor al ser humano (sea en una cuestión matrimonial o ecuménica) no es traicionar la verdad.
Quiero al cardenal Burke y al Papa Francisco. Y afortunadamente no tengo que renunciar a ninguno de los dos. Puedo escuchar a los dos y ver como se complementan incluso aunque no lo pretendan. ¿Uno ha hecho declaraciones con intención de criticar? No soy yo quién para juzgar. ¿Que el otro podría ser más cuidadoso en sus afirmaciones teológicas? No soy yo quién para juzgar.
Ni juzgo las intenciones de uno, sean cuales sean. Ni juzgo la arquitectura teológica papal, sea cual sea. Sé que el primero no va a caer ni en la desobediencia ni en la crítica inadmisible. Sé que el segundo no va a ofrecer un magisterio inaceptable. Así que mi papel es muy sencillo, como corresponde a un alma cándida como yo, el autor de El curioso caso de la muerte del gato del obispo.
He llegado a la conclusión de que soy un alma bondadosa, aunque me mueva entre demonios y condenaciones eternas. Pero no nos despistemos, mañana seguiré leyendo el documento.
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