De los grandes valores humanos
Jorge Espinoza Jiménez,
4º de Teología
Estamos en febrero que, como sabemos, es el mes en que se deja un día particular para celebrar y recordar la amistad, aunque no podemos dejarnos llevar por la mercadotecnia del consumo y olvidar lo esencial y lo más importante, que es agradecer a Dios por este gran regalo de la amistad. Tengamos en cuenta que a nuestros amigos debemos tenerlos siempre presentes, y no sólo cuando lo marca el calendario civil en una fecha particular. Muchas veces hemos escuchado hablar de este tema; pero, ¿qué es un amigo?
Se dice que un amigo es una persona que, sin ser de tu propia familia, comparte sus alegrías y tristezas, sus triunfos y fracasos, sus gozos y esperanzas. Es aquel que te corrige cuando te equivocas y te levanta cuando caes. En resumidas cuentas, decimos que el amigo es aquel en quien puedes confiar plenamente y está presente en todos los momentos de nuestra vida.
Y, por supuesto, la amistad no puede ser la excepción en el Seminario. Como sabemos, los seminaristas vivimos entre 10 y 15 años de formación dentro del Seminario, en el cual tenemos la oportunidad de hacer grandes amistades. Con ellos hemos vivido enormes alegrías y tristezas, como también desaveniencias y reconciliaciones.
Podemos decir que el Seminario, además de ser un semillero de vocaciones, es un semillero de amistades, fundadas desde el mejor amigo del hombre, que es Cristo Jesús, pues Él dijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos˝; por tanto, las amistades fincadas desde el Seminario están llamadas a ser como la amistad de Cristo por los hombres; a ser generosas; que propicien que haya donación mutua entre los amigos, donación que se traduce en gestos concretos, en el compartir bienes materiales, experiencias espirituales e incluso correcciones fraternas.
Es así que la vida seminarística está marcada por profundas y reales relaciones de amistad, que perduran durante toda la vida, no sólo entre los que reciben el gran don de la ordenación sacerdotal, sino también entre los compañeros que han decidido salir de esta Institución, y esto se corrobora en reuniones de ex compañeros que se llevan a cabo esporádicamente o incluso periódicamente entre Sacerdotes, laicos y sus familias, que en algún momento formaron parte de esta gran familia del Seminario.
Concluyo con un reconocimiento a las grandes amistades que se forjan en el Seminario y que perduran toda la vida, además de ser ayuda invaluable para alcanzar metas y objetivos, sobre todo que se apoyan para llegar a la meta más grande: la santidad. Claro, siempre recordando que el Amigo por excelencia, el que nunca falla, es Nuestro Señor Jesucristo, el Amigo que siempre va a estar ahí, en las buenas y en las malas, siempre tendiendo la mano cuando estemos caídos y perdidos.
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