“Asociada por los griegos con la expresión hýbris (desmesura), la soberbia es una concepción exaltada de la propia persona, una actitud engañosa con la que el individuo intenta hacer alarde de superioridad, la misma que usó el demonio en el desierto para tentar a Jesús con la promesa de darle todos los reinos del mundo, cuando ninguno de ellos le pertenecía. Es decir, que, en principio, el soberbio es un mentiroso”, señala el padre Juan Jesús Priego, escritor potosino, autor de más de 15 libros, uno de ellos sobre los pecados capitales.
Explica que el soberbio difícilmente consigue amigos, pues la amistad sólo se da entre iguales, y él siente que nadie está a su nivel, por lo que en lugar de amigos ve vasallos. “Su sufrimiento radica en que intenta inútilmente ser el centro de todo; en que no logra que los demás graviten a su alrededor; en que no tolera la crítica ni el desamor”.
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Como ejemplo de dicha actitud, el padre Juan Jesús cita el pasaje del vanidoso que es visitado en su planeta por el Principito. “Cuando éste le pregunta: ‘¿por qué quieres que te aplauda?’. El hombre dice: ‘Porque soy el más hermoso, el mejor vestido, el más rico e inteligente de este planeta’. ‘Pero si aquí sólo habitas tú’, señala el Principito. ‘No importa, admírame de todos modos’, dice el hombre”.
Cuando una persona habla mucho de sí –explica–, de sus logros, sus capacidades, sus conquistas, resulta fastidioso platicar con ella, y eso también la hace sufrir, lo que hace necesario que en algún momento cambie de actitud.
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Para contrarrestar la soberbia –señala–, la persona puede comenzar por un ejercicio: intentar emular en Jesús, quien, al ser criticado, maltratado y odiado por muchos, aceptó con humildad las cuotas de desamor y antipatía que le prodigaron. Así como admitir, a nivel personal, que Dios me ha dado mucho, pero no todo lo que yo ostento. Además, reconocer, apreciar y sobre todo celebrar los méritos de mi prójimo”.
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