El Matrimonio está siendo violentado y vilipendiado en su naturaleza íntima por grupos de presión y gobiernos, desde hace algunas décadas, pretendiendo cambiar su esencia natural.
A ello se suma el influjo del contexto actual en que vivimos, de una cultura marcada por el acentuado subjetivismo y relativismo ético y religioso, de una mentalidad mundana marcada por el egoísmo, en que sólo se busca el bienestar personal (Papa Francisco)
Desafortunadamente esta situación produce desorientación, especialmente en los adolescentes y jóvenes, que son los más vulnerables a los cambios, llevándolos al error en la concepción misma del Matrimonio natural, con sus fines y propiedades esenciales, y a ver el Matrimonio como una mera forma de gratificación afectiva que puede adecuarse según el capricho de cada uno. Así, muchos católicos, sin el debido conocimiento y discernimiento, piden celebrar el Matrimonio religioso solo por presiones sociales o familiares o impulsados por la inercia del ambiente en que vivien, poniendo en riesgo la misma celebración válida del mismo.
Ante este panorama, los tres últimos Papas han insistido en la necesidad de ayudar a los novios a prepararse mejor. Porque “el bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del Matrimonio, y de la familia fundada en él, es demasiado grande como para no ocuparse a fondo de este ámbito pastoral específico” (Benedicto XVI).
En este sentido, el Papa Juan Pablo II (1981) urgía la preparación de los jóvenes al Matrimonio y a la vida familiar (Familiaris consortio, n. 66), con un proceso gradual y continuo, formado por tres momentos: una preparación remota, una próxima y otra inmediata. Esta misma propuesta quedó plasmada como norma para los pastores de almas en el Código de Derecho Canónico (canon 1063). El Papa Francisco volvió a retomar esta idea, explicando más ampliamente estas tres etapas de preparación, en Amoris laetitia, nn. 205-216.
La preparación remota exige más tiempo e involucra a las familias, sobre todo de los novios, y diversos recursos pastorales (grupos de novios, charlas, disponibilidad de consejeros, sacramentos, etc.). En esta etapa se busca ayudar a los jóvenes a madurar el amor por la persona con quien quieren compartir toda su vida, con acompañamiento cercano y el buen testimonio de matrimonios cristianos; a conocerce mejor mediante el diáologo abierto y sincero: lo que se desea del otro, lo que se espera de un eventual Matrimonio, lo que entienden del amor y el compromiso, el tipo de vida común que desearían, sus incompatibilidades y riesgos, sus virtudes y defectos.
Que comprendan que la mera atracción mutua no es suficiente para sostener la unión; incluso que sean capaces y honestos para romper la relación si descubren que no hay amor, o hay vicios arraigados o patologías que previsiblemente los llevarán al fracaso.
En la preparación próxima se ayuda a los novios a celebrar el Sacramento con las mejores disposiciones y comenzar con cierta solidez la vida familiar. Antes que ocupar la atención sólo en invitaciones, vestido, fiesta y otros detalles, dar prioridad a conocer el Matrimonio, con sus fines (bien de los cónyuges, procreación y educación de los hijos), propiedades esenciales (unidad e indisolubilidad), derechos y obligaciones. Pueden preparse con momentos de oración, personal o de los dos juntos, consagrar su proyecto a María nuestra madre, y recibir los sacramentos de la comunión y la confesión.
La preparación inmediata tiene como propósito ayudar a los novios para vivir con mucho fruto la celebración litúrgica, de tal modo que conozcan y vivan el sentido de cada signo (el consentimiento, los anillos, las arras, las lecturas bíblicas).
El Matrimonio es el único Sacramento que requiere de dos personas, que se sustenta en el amor recíproco y que perdura en el tiempo. El amor de uno solo no puede sostener el matrimonio, pretender redimir o rescatar al otro. Más bien, significa y hace presente el amor de Dios, Uno y Trino.
*Decano y profesor de la Facultad de derecho canónico de la Universidad Pontificia de México. Doctor en derecho canónico por Saint Paul University, Ottawa, Canadá.
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