Apoyo a Reig Pla / «La PMS se reduce y se puede acabar con la sexualidad reducida a lo genital»

Un hombre se quita la máscara LGTB

Hola, me llamo Rafael, vivo en España y tengo 32 años, soy maestro y psicopedagogo. Desde los 25 años estoy realizando un itinerario de maduración integral de la persona. Crecí con una sensibilidad muy aguda, todo me afectaba en exceso, era muy susceptible a las correcciones y toleraba poco la frustración. Era un chico alegre, risueño, me gustaba cantar, jugar a playmovil, hacer puzzles, jugar a “papás y mamás”, a juegos de mesa, a las cartas, a juegos predeportivos (donde era común jugar niños y niñas juntos). Dicha sensibilidad me ayudaba a descubrir el valor de la amabilidad y de la servicialidad. A medida que fui creciendo desarrollé un complejo de inferioridad tremendo respecto de mis compañeros y hermanos varones. Me veía torpe en los deportes, miedoso para arriesgar fuera de los juegos en los que yo me veía más seguro y con mucha necesidad de que otros me aprobasen. Intenté jugar en un equipo de balonmano, en uno de baloncesto y al tenis, pero el miedo escénico y la sensación de patoso me invadían y bloqueaban. Conseguí jugar al baloncesto cuando en el parque de mi barrio estaba con mis hermanos y otros niños amigos de toda mi familia, poniendo en juego mis aptitudes para el baloncesto, con ellos me sentía seguro, y era capaz de disfrutar jugando con niños y niñas. Crecí con un sentimiento de soledad grande a pesar de estar muy rodeado de gente. Por suerte, mi familia ha sido muy sociable y siempre hacíamos planes con otras familias donde yo me sentía más seguro que el patio del colegio. Crecí percibiendo a mi padre como alguien que me quería, pero a la vez le tenía miedo por sus prontos, sus exigencias y su modo de ejercer el poder cargado de autoritarismo. Mi madre era para mí el refugio en que yo me escondía de los gritos de mi padre. Durante los años de instituto empecé a tener más amigos personales desvinculados al entorno familiar, pero me sentía muy inseguro y me percibía como inferior. En mis padres no recibí el apoyo cuando dudé si continuar en el equipo de baloncesto o no. Yo pedí dejarlo y les pareció bien. Esto me confirmaba que no era digno de jugar con otros niños de mi edad y ponía el deporte en una categoría de privilegio para los más habilidosos, fruto de esta cultura que busca la eficiencia y el perfeccionismo, el poder como dominación y no como un servicio. A los 16 años hablé con mis padres porque experimentaba mucha confusión respeto de mi identidad. Experimentaba una fuerte excitación frente al cuerpo y la seguridad de otros varones y no sentía atracción hacía las mujeres. Ellos me trasmitieron mucha tranquilidad.
Había crecido con un nivel de vergüenza tóxica que me presentaba mis limitaciones como algo de lo que huir y no como una cuestión a afrontar y enfrentar
Experimenté un amor incondicional y un amor que me invitaba a trasformar el mundo, aquello por lo que yo me había sentido frustrado (mi falta de desarrollo en los deportes, mi aguda sensibilidad...) no debía hundirme en la autocompasión pero tampoco en la percepción de originalidad personal como un ser especial (sobreestimándome... “yo que soy tan bueno, que soy capaz de percibir y comprender las alegrías y sufrimientos de los demás”... como haciéndome y creyéndome el importante...). Soy único e irrepetible pero llamado a ser presencia de Cristo viviendo una vida de Comunión y Solidaridad con mis Hermanos, es decir, mis dones y cualidades, son llamados a vivir con los demás y al servicio de los demás para crecer juntos en el Amor. Como os comentaba en las dos primeras líneas a los 25 años en pleno uso de mi libertad decidí comenzar un itinerario de maduración integral en el que soy acompañado para sanar mis heridas de desamor. Comencé un camino de descendimiento a lo más profundo de mi ser. Comencé a poner nombre a mis deseos y frustraciones. Tenía y tengo un deseo profundo de entregarme a los demás... de hacer feliz a mi familia y a mis amigos, y, sin embargo, mis complejos, mi baja tolerancia a la frustración y mi sensibilidad aguda (dramatizaba en exceso, sintiendo a través de los demás y no con los demás) me impedían vivir así, en un amor de donación. Fui descubriendo que tenía enquistado mucho rencor hacia mis padres, a mis hermanos y a mis compañeros y amigos. El rencor pide venganza y aunque desease el bien para los demás de modo muy sutil y manipulador descubrí que llevaba en mi interior un “niño bueno” egocéntrico y tirano. Había crecido con un nivel de vergüenza tóxica que me presentaba mis limitaciones como algo de lo que huir y no como una cuestión a afrontar y enfrentar. Fui comprendiendo que nadie enseñó a mis padres a serlo e hicieron más de lo que pudieron. Ellos, como todos, arrastran heridas desamor. Tanto mi madre como mi padre son dos personas con un deseo de amor (entrega, donación, renncia a apetencias propias el uno por el otro, sacrificios mutuos para hacer el bien al otro...) mutuo muy grande y noble pero muy débil. Digo grande y noble porque sus intenciones han sido y son muy honestas deseando el bien de sus hijos, y débil porque educar a un hijo es cuestión complicada y al igual que sus virtudes y cualidades se trasmiten y contagian, también sus defectos se trasmiten viéndose frustrados muchas veces y cayendo en la mentira de cambiar esas intenciones nobles que tienen a priori por intenciones de dominación (autoritarismo y dependencia afectiva). Comprendí que las complicaciones de la vida, las dificultades económicas, el tiempo que nos querían dedicar y no podían, muchas veces por la cantidad de trabajo fuera y dentro de casa tantas veces hacían complicada la convivencia y frustraban su deseo de amarnos. Gracias al acompañamiento entre otras personas de B.V, comencé a perdonar a mis padres, creciendo en confianza con ellos y agradecimiento por haberme regalado ese amor (noble pero débil) incondicional y con ganas de trasformar el mundo en un mundo mejor. Empecé a caminar con ellos compartiendo mis frustraciones sin exigencia y mis alegrías como un regalo a ofrecer a otros. A varios de mis hermanos les había tenido envidia, y pude hablar con ellos y comenzar a pedir perdón y a perdonar. Empecé a jugar al fútbol, al padel y al baloncesto con hermanos y amigos con la esperanza de vivir un deporte nuevo, un fútbol y un baloncesto nuevo, donde poder aportar mi capacidad estratega para lograr un fin bueno, juego cargado de compañerismo y fraternidad donde juntos disfrutamos del juego en equipo. Podría empezar a nombrar a tantos y tantos psicólogos, psiquiatras, filósofos, teólogos, médicos, biólogos, pedagogos, antropólogos... y de tantas otras ciencias que sin hablar directamente de la PMS (proyección hacia personas del mismo sexo) exponen teorías acerca de las conductas del ser humano, y de los porqués existenciales, planteamientos vitales... y que, sin embargo, estando lejos de pretender dejar de experimentar PMS, al hacer vida esos planteamientos, la PMS se reduce y se puede acabar con las fantasías que reducían la sexualidad a lo genital, sensitivo corporalmente, excitación fisiológica, dejando de lado la dimensión psicológica y espiritual de la sexualidad. No hago cita de los nombres de dichos autores porque de momento se ha demostrado con las leyes GTBI que no hay intención alguna de un diálogo abierto, respetuoso y científico. Se quiere impone una ideología, pero por el momento se ha impuesto un modelo único de pensamiento totalitario que quiere impedir el derecho a la libre elección de madurar las heridas de desamor entre otras muchas represiones. Quiero mostrar mi solidaridad con don Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, con el COF de dicha diócesis y con B.V y pido a todos los obispos de la Iglesia católica que denuncien la tiranía de la Ideología de Género y la cultura gay y promuevan la formación-maduración integral de la persona y un acompañamiento a las personas con PMS que quieran madurar. También reto a los periodistas a no manipular la información que reciben de otros (ya sea recibida de forma licita o ilícita por parte de estos), provocando la desinformación, haciendo calumnias y difamaciones. Prueba de esto es que nos encontramos en algunos periódicos, titulares que ponen frases que comienzan con fidelidad a quien las escribe y que terminan con palabras que no han sido escritas por dichas personas o instituciones a las que se les atribuye dicha frase. ¡Basta ya de mentir! Con la esperanza de poder vivir en una cultura que promueva la vida, la alegría y la esperanza, la bondad, la verdad  la belleza del amor humano, me despido. Un abrazo, Rafael. * Testimonio recogido por Es posible la Esperanza en apoyo del obispo de Alcalá de Henares, monseñor Juan Antonio Reig Pla, que mantiene un servicio de acompañamiento a personas con Proyección hacia personas del Mismo Sexo (PMS).

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