Segundo día de la visita de mis padres a casa. Bueno, aquí la vida doméstica sigue discurriendo por los normales cauces bíblicos: podéis leer la relación entre Abrahán Lot y esposas, o la de Jacob y Esaú, etc. Nunca ha sido fácil ser pariente de alguien, pero ser pariente de alguien es absolutamente necesario para aparecer en este mundo. Incluso los huevos de gallina no aparecen de pronto como el monolito de 2001, Odisea del etc.
Y es que un hombre viene a tu casa y ya está. Viene una mujer y, por supuesto, va a mirar la casa como un agente de seguridad de un aeropuerto. (Espero que este comentario de género no implique la comisión de algún delito.) Pero si viene tu madre (además, mi madre tiene el cargo de madre-inspectora), entonces la revisión es más… profunda, maternalmente profunda.
Si dejara libertad a mi madre, tiraría la mitad de las cosas que hay bajo mi techo. Y mucho me temo que, sin exagerar, tiraría tres de cada cuatro cosas.
Pero el verdadero campo de batalla es la comida. ¿Os imagináis que otra vez me ha preguntado si quiero fruta de postre? ¡Otra vez!
Con mi mejor acento oxfordiano, le he contestado gentilmente, rezumando amabilidad, moviendo un poquito la mano, como si negara levemente: “Thank you so much for your enthusiasm and support for healthy food! I’m sorry I’m not able to help you at this time. I would prefer a little cake”.


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