Mi madre es de costumbres morigeradas. Las comidas de navidad bien sé que no me harán ganar peso. La cena de nochebuena consistió en unas pocas cigalas y langostinos de primero. De segundo, rodaballo con salsa romescu. Y de postre unas cortezas de naranja cubiertas de chocolate. Todo eso sin turrón ni pan. Como se ve, lo único que pudo provocarme indigestión fue el discurso del rey.
Y lo digo en broma, porque no vimos el discurso de Felipe VI. En mi casa no hay ningún monárquico, pero tampoco hay ningún monárquico. Lo que sí que es tradición, desde niño, es no escuchar el discurso. Solo lo puse un momento, sin voz, para ver la decoración.
Qué lejos queda el año 2014 en que el rey dio el discurso con un fondo que parecía sacado de una sala de estar de la serie Cuéntame y con un árbol de navidad que no lo tiene ni el más pobre minero de la cuenca cantábrica. Alguien le debió sugerir que había que huir de la ostentación y vaya que si huyó. Con ese decorado del 2014 solo faltaba que se asomase de la cocina su madre preguntando si quería que hiciera, de segundo, tortilla de patata.
Puede verse el discurso del 2014 en este link, su único interés es la decoración:
Ahora puede verse el discurso de la reina Isabel, hasta Stalin observaría alguna diferencia de estilo entre los dos vídeos:
Pues bien, vistos los dos estilos, esto se puede aplicar a la Iglesia: a su liturgia, a sus protocolos, a su arquitectura moderna, a las vestiduras pontificales. Basta ver los dos vídeos para entender más que con varias lecciones teóricas. Desde luego el árbol de navidad del rey de España, le perseguirá (como un fantasma) en los blogs hasta el día en que se jubile.
Desearía que, en una liturgia pontifical catedralicia, los maestros de ceremonias entiendan que la sencillez sienta muy mal. De las liturgias vaticanas no tengo ninguna queja, son profesionales.
Publicar un comentario