Como no podía ser de otra manera, el Papa Francisco dedicó la Audiencia General de este miércoles de Semana Santa a hablar precisamente del Triduo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, “culmen de todo el año litúrgico, culmen de nuestra vida cristiana”. De este modo repasó las celebraciones más destacadas de estos días remarcando que todo cristiano está llamado a ser “centinela del mañana”.
El Pontífice explicó que en el primer día se conmemora la Última Cena y el lavatorio de pies. “Jesús –como un siervo- lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos. Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión, que está al servicio de Dios y de los hermanos”.
Precisamente, el Papa destacó que esto “vino también por nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos ha revestido de Cristo. Esto sucede cada vez que hacemos el memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para obedecer su mandamiento, el de amarnos como Él nos ha amado”.
“Si nos acercamos a la comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente”.
El viernes se celebra el misterio de la muerte de Cristo “y adoramos la cruz”. “En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dice: ‘¡Todo se ha cumplido!”.
“¿Y qué significa esta palabra?”, se preguntó Francisco. “Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el más grande amor”.
Subrayando cómo el testimonio de Jesús ha inspirado a muchas personas que también han dado su vida, recordó “un heroico testimonio” de un sacerdote de la Diócesis de Roma que fue asesinado en Turquía mientras se encontraba allí como misionero, el P. Andrea Santoro. El sacerdote fue asesinado por un estudiante musulmán radical en su parroquia el 5 de febrero de 2006 mientras se encontraba en su parroquia.
Francisco recordó que pocos días antes de este suceso, escribió: “Estoy aquí para vivir en medio de esta gente y permitir a Jesús hacerlo prestándole mi carne… Uno se vuelve capaz de salvación ofreciendo la propia carne. El mal del mundo se lleva y el dolor se comparte, absorbiéndolo en la propia carne hasta el fondo, como ha hecho Jesús”.
Este y otros testimonios y ejemplos “nos sostienen en el ofrecimiento de nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Cristo”.
Dejando a un lado el discurso que tenía previsto, el Santo Padre reflexionó aún más sobre este asunto. “Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús por confesar la fe, solamente por este motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre, un servicio que ha hecho Cristo, nos ha redimido hasta el final”.
“Qué bello será que todos nosotros al final de nuestra vida, con nuestros fallos, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, nuestro amor al prójimo podamos decir al Padre como Jesús: ‘he cumplido’. No con la perfección con la que lo ha dicho Él, sino ‘Señor, he hecho todo lo que he podido hacer’. Adorando la Cruz, mirando a Jesús pensamos en el amor, en el servicio de nuestra vida, en los mártires cristianos… ninguno de nosotros sabe cuándo vendrá esto, pero podemos pedir la gracia de poder decir ‘Padre, he hecho todo lo que he podido, he cumplido”.
Por su parte, el Sábado Santo “es el día en el que la Iglesia contempla el ‘descanso’ de Cristo en la tumba después del victorioso combate en la cruz”.
Y en este día, “la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe es reunida en Ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente. En la oscuridad que envuelve lo creado Ella permanece sola para mantener la llama de la fe, esperando contra toda esperanza en la Resurrección de Jesús”.
Por la tarde, en la Vigilia Pascual, “celebramos a Cristo resucitado, centro y fin del cosmos y de la historia; velamos llenos de esperanza en espera de su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación”.
El Papa alertó de cómo “a veces la oscuridad de la noche parece penetrar en el alma; a veces pensamos: ‘Ya no hay nada que hacer’, y el corazón no encuentra más la fuerza de amar… pero en esa oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio”.
Sobre lo mismo, el Papa Francisco indicó que “en la oscuridad más profunda nosotros sabemos que la noche es más noche, tiene más oscuridad poco antes de que comience el día, pero en esa oscuridad es Cristo el que vence”.
“La piedra del dolor es quitada, dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua! En esta santa noche, la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no se dé el lamento de quien dice ‘Ya no hay nada que hacer’, sino la esperanza de quién se abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido la muerte y nosotros con Él”.
En este punto, el Papa aseguró que “nuestra vida no termina delante de la piedra de un sepulcro, nuestra vida va más allá, con la esperanza al Cristo que ha resucitado en ese sepulcro”.
“Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana, que saben ver los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que corrieron al sepulcro al alba del primer día de la semana”, concluyó el Papa.
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