“Para nosotros, cristianos, el cielo no está lejos, separado de la tierra: en Jesús, el Cielo ha descendido sobre la tierra. Y gracias a Él, con la fuerza del Espíritu Santo, podemos asumir todo lo humano está orientado hacia el Cielo”, afirmó el Papa.
Explicó que el Libro de los Hechos de los Apóstoles narran “los momentos finales de su vida, cuando es capturado y lapidado”.
Llamó la atención sobre el hecho de que “en el clima alegre de la Navidad, esta memoria del primer cristiano asesinado por la fe podría parecer fuera de lugar. Sin embargo, precisamente en la perspectiva de la fe, la celebración de hoy se pone en sintonía con el verdadero significado de la Navidad”.
“En el martirio de Esteban, de hecho, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida: él, en la hora del testimonio supremo, contempla los cielos abiertos y da a sus persecutores su perdón”.
Hizo hincapié en que “este joven servidor del Evangelio, lleno de Espíritu Santo, supo narrar a Jesús con palabras y, sobre todo, con su vida. Mirándole a él, vemos realizarse la promesa de Jesús a sus discípulos: ‘Cuando os maltraten por mi causa, el Espíritu del Padre os dará la fuerza y las palabras para dar testimonio’”.
En San Esteban “aprendemos que la gloria del Cielo, aquella que dura para la vida eterna, no está hecha de riquezas y de poder, sino de amor y de entrega de sí”.
“Tenemos la necesidad de mantener la mirada fija en Jesús, ‘autor y perfeccionador de nuestra fe’, para poder dar razón de la esperanza que Él nos ha dado, por medio de desafíos y pruebas que debemos afrontar cotidianamente”.
El Pontífice indicó que en San Esteban el cristiano aprende “un estilo de vida plasmado según Jesús: tierno y valiente, humilde y noble, no violento y fuerte”.
“Esteban era diácono, uno de los primeros siete diáconos de la Iglesia. Él nos enseña a anunciar a Cristo por medio de gestos de fraternidad y de caridad evangélica. Su testimonio, culminado en el martirio, es fuente de inspiración para la renovación de nuestras comunidades cristianas”.
Esas comunidades “están llamadas a hacerse cada vez más misioneras, todas orientadas a la evangelización, decididas a llegar a los hombres y mujeres de las periferias existenciales y geográficas, donde hay más sed de esperanza y de salvación”. Están llamadas a ser comunidades “que no siguen la lógica mundana, que no se ponen a ellas mismas en el centro, su propia imagen, sino, únicamente la gloria de Dios y el bien de la gente, especialmente de los pequeños y de los pobres”.
El Papa Francisco finalizó su enseñanza previa al rezo del Ángelus pidiendo “que la fiesta del protomártir Esteban nos llama a recordar a todos los mártires de ayer y de hoy, a sentirnos en comunión con ellos, y a pedirles la gracia de vivir y de morir con el nombre de Jesús en el corazón y los labios”.
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