El P. Eduardo Hayen Cuarón, director del semanario Presencia, de la Diócesis de Ciudad Juárez, destacó en el editorial de la publicación que “solamente cuando nosotros echamos de menos a Dios y cuando él nos gusta, podemos celebrar la Navidad”.
El sacerdote recordó que cuando vio al narcotraficante retirado “su aspecto físico me estremeció. Su cabeza estaba totalmente rapada y no había parte alguna de su cuerpo que no tuviera un tatuaje, desde la punta de la cabeza hasta la punta del pie, con piercings en oídos, boca, lengua, narices y cejas”.
“Por la mirada de ese hombre, musculoso y de voz grave, intuí detrás de él una vida muy complicada y un profundo sufrimiento. En años pasados había trabajado para un narcotraficante muy poderoso, hoy ya muerto. Quería que alguien lo escuchara”, dijo.
La infancia de ese hombre, continuó, “había sido muy difícil”, pues tras crecer en una familia disfuncional “en la que hubo mucha violencia” y llegar a dormir desde niño en basureros, “era el candidato perfecto para ser reclutado por la mafia”.
“Ya metido en el bajo mundo, inició su colección de secuestros y asesinatos. Algunas veces sus enemigos a él lo secuestraron, lo envolvieron en plástico y le pusieron cinta adhesiva para balearlo y así evitar llenar de sangre toda la habitación. En todas esas ocasiones, inexplicablemente, se había salvado de la muerte. Su vida sentimental también era anarquía, pues había conocido a múltiples parejas con las que procreó diversos hijos”, señaló.
A continuación, el P. Hayen Cuarón señaló que “dos cosas me conmovieron después de escucharlo. Lo primero era su falta de sensibilidad por los asesinatos cometidos. En todos sus años de trabajar para el hampa nunca sintió remordimiento alguno. Había crecido sin brújula moral y los golpes de la vida le habían endurecido el corazón”.
“Solamente en las últimas semanas comenzaba a despertarse en su alma eso que se llama ‘conciencia’”, señaló.
“Lo otro que me conmovió fueron un par de preguntas que me lanzó: ‘Padre, ¿cree usted que yo pueda llegar a ser una persona buena?, ¿cree que Dios me pueda perdonar y aceptar?’. No pude evitar darle un fuerte abrazo con lágrimas en mis ojos. Era el divino pastor que había recorrido montes y collados para buscar a su oveja perdida, y ahora estaba hablándole al corazón”, dijo.
Ciudad Juárez, con más de millón 300 mil habitantes, se encuentra al norte de México, en la frontera con Estados Unidos. Del otro lado del río Bravo se encuentra la ciudad estadounidense de El Paso, en el estado de Texas.
Originalmente llamada Paso del Norte, recibió su nombre actual en honor al ex presidente Benito Juárez. Para el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, que realiza un análisis de la violencia mundial cada año, la situación durante 2010 en Ciudad Juárez solo era comparable a la que vivió Medellín (Colombia) durante el combate contra el Cartel de Medellín liderado por Pablo Escobar –entre 1989 y 1993–, y la de Bagdad (Irak) en 2006.
En el momento más crítico de la violencia, en Ciudad Juárez morían en promedio 8 personas al día. Entre 2008 y 2010, Ciudad Juárez ocupó el primer lugar en el listado de 50 ciudades más violentas del mundo, elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.
Para 2018, Ciudad Juárez ocupó el quinto lugar del listado.
El director de Presencia subrayó que en el alma de ese narcotraficante arrepentido “había Adviento. Si el Señor, en varias ocasiones, lo había librado de la muerte, era por una misteriosa razón”.
“Traicionado por sus padres, por las mujeres que había tenido y por gente de la mafia, aquel hombre lleno de tatuajes había puesto muchas rejas de desconfianza en su alma. Sin embargo Jesús ahora se detenía frente a esas rejas y sus miradas empezaban a cruzarse. El hombre se encontraba con Alguien que no venía a juzgarlo, ni a humillarlo ni a traicionarlo, sino que lo invitaba a abrir los candados para ofrecerle su salvación”.
“¡Qué Navidad la de ese hombre! No nos quepa duda alguna: le gustamos a Dios”, añadió el sacerdote.
El P. Hayen Cuarón subrayó que Jesús “nos echa de menos cuando estamos lejos de la Iglesia; echa de menos nuestra voz cuando no hacemos oración”.
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