Homilía Domingo 2º Adviento (A): Inmaculada Concepción

(Cfr. www.almudi.org)

 


           (Gen 3,9-15.20) "¿Y quién te ha dicho que estabas desnudo?
           (Ef 1,3-6.11-12) "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo"
           (Lc 1,26-38) "Dios te salve, llena de gracia"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Basílica Santa María la Mayor (8-XII-1980)

         
--- La primera esperanza
El Concilio Vaticano II enseña en la Constitución “Lumen gentium”: “Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: ‘Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos’ (1 Tim, 2,5-6)  Pero la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo” (60).

Lo demuestra de modo particular esta solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Este es el día en que confesamos que María -elegida de modo particular y eternamente por Dios en su amoroso designio de salvación- ha experimentado también de modo especial la salvación: fue redimida de modo excepcional por obra de Aquél, a quien Ella, como Virgen Madre, debía transmitir la vida humana.

De ello habla también las lecturas de la liturgia de hoy. San Pablo en la Carta a los Efesios escribe: “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la Persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables en Él por el amor” (Ef 1,3-4).

Estas palabras se refieren de modo particular y excepcional a María. Efectivamente, Ella, más que todos los hombres -y más que los ángeles- “fue elegida en Cristo antes de la creación del mundo”, porque de modo único e irrepetible fue elegida para Cristo, fue destinada a Él para ser Madre.
Luego, el Apóstol, desarrollando la misma idea de su Carta a los Efesios, escribe: “...Nos ha destinado (Dios) en la Persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya” (Ef 1,5).

Y también estas palabras -en cuanto se refieren a todos los cristianos- se refieren a María de modo excepcional. Ella -precisamente Ella como Madre- ha adquirido en el grado más alto la “adopción divina”: elegida para ser hija adoptiva en el eterno Hijo de Dios, precisamente porque Él debía llegar a ser, en la economía divina de la salvación, su verdadero Hijo, nacido de Ella, y por esto Hijo del Hombre: Ella como frecuentemente cantamos- ¡Hija amada de Dios Padre!

Y finalmente escribe el Apóstol: “Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria” (Ef 1,11-12).

Nadie de modo más pleno, más absoluto y más radical “ha esperado” en Cristo como su propia Madre, María.

Y tampoco nadie como Ella “ha sido hecha heredera en Él”, ¡en Cristo!
Nadie en la historia del mundo ha sido más cristo-céntrico y más cristo-foro que Ella. Y nadie ha sido más semejante a Él, no sólo con la semejanza natural de la Madre con el Hijo, sino con la semejanza del Espíritu y de la santidad.

Y porque nadie tanto como Ella existía “conforme al designio de la voluntad de Dios”, nadie en este mundo existía tanto como Ella “para alabanza de su gloria”, porque nadie existía en Cristo y por Cristo tanto como Aquella, gracias a la cual Cristo nació en la tierra.

--- La Inmaculada es la gran fiesta del Adviento
He aquí la alabanza de la Inmaculada, que la liturgia de hoy proclama con las palabras de la Carta a los Efesios. Y toda esta riqueza de la teología de Pablo se puede encontrar encerrada también en estas dos palabras de Lucas “Llena de gracia” (“Kecharitoméne”).

La Inmaculada Concepción es un particular misterio de la fe, y es también una solemnidad particular. Es la fiesta de Adviento por excelencia. Esta fiesta -y también este misterio- nos hace pensar en el “comienzo” del hombre sobre la tierra, en la inocencia primigenia y luego, en la gracia perdida y en el pecado original.

Por esto leemos hoy primeramente el pasaje el pasaje del libro del Génesis, que da la imagen de este “comienzo”.

Y cuando, precisamente en este texto, leemos de la mujer, cuya estirpe “aplastará la cabeza de la serpiente” (Gen 3,15), vemos en esta mujer, juntamente con la Tradición, a María, presentada precisamente inmaculada por obra del Hijo de Dios, al cual debía dar la naturaleza humana. Y no nos maravillamos de que al comienzo de la historia del hombre, entendida como historia de la salvación, esté inscrita también María, si -como hemos leído en San Pablo- antes de la creación del mundo todo cristiano fue elegido ya en Cristo y por Cristo: ¡Esto vale mucho más para Ella!

La Inmaculada es, pues, obra particular, excepcional y única de Dios: “Llena de gracia...”.

--- Gracias por su Inmaculada Concepción
Cuando en el tiempo establecido por la Santísima Trinidad, fue a Ella, el Ángel y le dijo: “No temas... Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (Lc 1,30-32), solamente Aquella que era “llena de gracia” podía responder tal como entonces respondió María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

Y María respondió así precisamente.

Hoy, en esta fiesta de Adviento, alabamos por ello al Señor.
Y le damos gracias por esto.

¡Damos gracias porque María es “llena de gracia”!

Damos gracias por su Inmaculada Concepción.

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