“Pienso en tanta gente que llora: gente aislada, gente en cuarentena, los ancianos solos, gente hospitalizada y las personas en terapia, los padres que ven que, como no reciben la paga, no darán de comer a los hijos. Tanta gente que llora. También nosotros, en nuestro corazón, los acompañamos. Y no nos hará mal llorar un poco con el llanto del Señor por todo su pueblo”, señaló el Pontífice.
El Santo Padre invitó, “ante un mundo que sufre tanto, ante tanta gente que sufre las consecuencias de esta pandemia”, a preguntarse: ¿soy capaz de llorar como, seguramente, lo habría hecho Jesús y lo hace el mismo Jesús?”.
Insistió en que “muchos lloran hoy. Y nosotros, desde este altar, desde este sacrificio de Jesús, de Jesús que no se avergüenza de llorar, pidamos la gracia de llorar. Que hoy sea para todos nosotros como el domingo de las lágrimas”.
En su homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre el fragmento evangélico en el que se narra la resurrección de Lázaro.
Recordó que “Jesús tenía amigos. Los amaba a todos, pero tenía amigos con los cuales tenía una relación especial, como se hace con los amigos, de un amor mayor, de una confianza mayor. Y muchas, muchas veces se quedaba en casa de estos amigos: Lázaro, Marta, María… Y Jesús sentía dolor por la enfermedad y la muerte de su amigo” Lázaro.
Jesús “llegó al sepulcro y se conmocionó profundamente y, muy turbado, preguntó: ‘¿Dónde lo habéis puesto?’. Y Jesús rompió en llanto. Jesús, Dios, pero hombre, llora”.
Explicó que también “en otra ocasión en el Evangelio se dice que Jesús lloró: cuando piensa en Jerusalén. ¡Y con cuánta ternura llora Jesús! Llora desde el corazón, llora con amor, llora con los suyos que lloran. El llanto de Jesús. Quizás ha llorado otras veces en la vida, no lo sabemos; seguramente en el Huerto de los Olivos. Pero Jesús llora de amor, siempre”.
“Se conmociona profundamente y, muy turbado, llora. Cuántas veces hemos escuchado en el Evangelio esta conmoción de Jesús, con esa frase que se repite: ‘Viéndolo tuvo compasión’. Jesús no puede mirar a la gente y no sentir compasión. Sus ojos están con el corazón; Jesús ve con los ojos, pero mira con el corazón y es capaz de llorar”.
El Papa Francisco terminó la homilía preguntándose: “¿Mi corazón se parece al de Jesús? Y si es demasiado duro, si soy capaz de hablar, de hacer el bien, de ayudar, pero en el corazón no entra. No soy capaz de llorar, pide esa gracia al Señor: Señor, yo llore contigo, llore con tu pueblo que, en este momento, sufre”.
Evangelio comentado por el Papa Francisco:
Juan 11:1-45
1 Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta.
2 María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo.
3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo.»
4 Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
5 Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
6 Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba.
7 Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.»
8 Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?»
9 Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
10 pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.»
11 Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.»
12 Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará.»
13 Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño.
14 Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto,
15 y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él.»
16 Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
17 Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
18 Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios,
19 y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano.
20 Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa.
21 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
22 Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
23 Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.»
24 Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.»
25 Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
27 Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.»
28 Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama.»
29 Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rapidamente, y se fue donde él.
30 Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado.
31 Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
32 Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
33 Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó
34 y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.»
35 Jesús se echó a llorar.
36 Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.»
37 Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?»
38 Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra.
39 Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día.»
40 Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»
41 Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado.
42 Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado.»
43 Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!»
44 Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»
45 Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él.
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