Durante los últimos días en lo que los sacerdotes han ofrecido el sacramento de la reconciliación a tantísimas personas les he escuchado decir cuánta santidad oculta existe para gloria de Dios y nuestra edificación entre tantos que en silencio sufren por enfermedad, pobreza, soledad, abandono, etc.
El sufrimiento por enfermedad es el que deja un rastro inequívoco ya que el rastro que deja la pobreza o el abandono puede ser y, de hecho, lo disimulamos.
Me refiero a que es fácil disimular la pobreza, el abandono y hasta la soledad pero no tan fácil hacerlo con la enfermedad casi siempre deja su rastro dramático a vista de todos.
Los sacerdotes han dicho que salen edificados debido a que ante ellos está la evidencia de una realidad vivida con fe, cuya aceptación de la realidad arroja alegría, paz, gozo, paciencia, bondad, fortaleza…
Los sacerdotes manifiestan quedarse admirados del don de Dios, su gracia, que en personas de fe enfermas es tan o más evidente que el rastro que deja su enfermedad.
Lo que admiran en quienes de este modo sufren es su libertad de espíritu lo que al fin y al cabo es rastro de la Resurrección.
Qué es la Resurrección sino la liberación del yugo del temor al quedar garantizado el que nuestra muerte tiene sentido?
Y lo tiene la muerte porque también nuestra existencia lo tiene por lo que, desde ahora, el que aceptemos una realidad adversa, seamos o no personas enfermas, nos abre a la gracia de vivir la Resurrección.
Suena muy bonito como reflexión de la doctrina pero, en la práctica, cómo saberlo?
Lo sabremos porque se nos presenta la opción de mirar la realidad con la mirada de Cristo, es decir, con mirada no solo de Quien sufre sino de Quien vive.
Me explico con un ejemplo práctico:
Antes de conocer el rastro de la Resurrección éramos incapaces de apreciar la gracia que sobreviene con la pobreza, con el abandono, con la soledad, la enfermedad y cualquier adversidad.
Antes, era la nuestra una mirada desesperada tal como desesperada es la de tantos que hasta terminan con sus vidas por ese motivo.
Nosotros, en cambio, no.
Nosotros hemos recibido la gracia de habérsenos retirado la venda de los ojos, de habérsenos dado un corazón de carne, de haber conocido que la vida y la muerte tienen sentido.
Después de haber conocido el rastro de la Resurrección en nuestra vida, por gracia, la voluntad no tiene opción ya que, o vive bajo el peso amargo de una realidad adversa o en la “libertad de espíritu” propia de los hijos de Dios.
“Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios". Gálatas 4, 6-7
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