Por Fernando PASCUAL |
Aspirar a un mundo mejor estimula cientos de iniciativas. Unos siembran árboles. Otros perforan pozos. Otros buscan maneras de producir que no dañen el aire. Otros elaboran planes para distribuir mejor los alimentos.
La lista es larga. En la misma no puede faltar una urgencia mundial: acoger a cada hijo, defender la vida de todo ser humano.
Porque el mundo en el que vivimos está herido por haber promovido durante años, como si se tratase de un derecho, muchas veces con dinero público, la eliminación de millones de seres humanos antes de su nacimiento.
El aborto caracteriza, de forma dramática, numerosas sociedades de nuestro mundo, hasta el punto de que se ha convertido en un hecho rutinario, en un trámite que “libera” a algunos de la llegada de un nuevo hijo.
En realidad, el aborto implica un daño a toda la creación. Porque si el respeto a la vida da sentido a tantas iniciativas a favor del ambiente, del clima, de la biodiversidad, también debe incluir la acogida, el respeto profundo y las ayudas necesarias para cada nuevo hijo y para las madres que viven situaciones difíciles.
El mundo futuro que tantos desean ofrecer a las próximas generaciones será realmente mejor si existen esas generaciones. Es decir, si acogemos a todos los hijos y les permitimos llegar al nacimiento, con todo lo que implica: una buena asistencia sanitaria, dietas saludables, aires limpios, y un correcto respeto por la biodiversidad.
Eliminar el aborto y dejar nacer a cada hijo permitirá a muchos contemplar este maravilloso planeta en el que vivimos. Un planeta en el que también nos preparamos para otro mundo que inicia tras la muerte pero que se construye, precisamente, desde el amor y respeto que hayamos ofrecido en el presente, sobre todo a los compañeros de camino más cercanos: los seres humanos.
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