Muy queridos hermanos y hermanas:
La tarea que nos deja Jesús es que le demos al mundo el sabor de los valores del Evangelio, que Él vivió, nos trasmite y espera que nosotros vivamos, y que vino a establecer en la Humanidad: justicia, paz, amor, vida, solidaridad, paz.
Advierte del peligro de que la sal se vuelva insípida, y entonces no sirva para nada. Si nuestra condición de discípulos no le da al mundo el sabor del Reino, no tiene sentido nuestra vocación y nuestra vida cristiana. Así, no servimos para lo que Cristo nos llamó y nos envió.
Otra imagen que utiliza Jesús es la luz. Nos dice que somos la luz del mundo. Sabemos que donde hay luz, no hay tinieblas. La luz disipa las tinieblas y las hace desaparecer. Es para que hagamos brillar los valores del Reino con nuestra manera de vivir.
No podemos dejar de vernos, no podemos ocultarnos. A la Iglesia, a los discípulos de Cristo, a su familia, no se les puede dejar de ver. No podemos dejar de ser luz, y una luz que se haga notable.
Estas dos imágenes, además de ser muy prácticas, no son para vivirlas en la intimidad de nuestra vida ni para vivirlas en la privacidad de un templo, sino para que sean efectivas en nuestra vida diaria: familia, campo de trabajo, entretenimiento, negocio, etc. En donde quiera que nos movamos, estamos llamados a ser sal, a ponerle el sabor a donde estemos, el sabor de Cristo, el sabor del Evangelio, el sabor del Reino.
Si su Luz brilla es para que el Padre sea glorificado. No es para que nos reconozcan, sino para que reconozcan la calidad de Padre que tenemos. No para buscar el reconocimiento, el premio o la gloria personal, sino la de Dios.
Puede asaltarnos la tentación de creer que nuestra vida cristiana tenemos que guardarla para ocasiones especiales, y acabamos separando la vida de relación con Dios con la vida ordinaria, y ésta se convierte en lo que sea. Pensamos que podemos, entonces, agredir, ofender, robar, atropellar la dignidad de los demás, lo que sea. Nuestra vida de relación con Dios tiene que concretizarse en nuestros actos, en la vida diaria: compartir el pan, dejar de oprimir a los demás, abrir la casa al pobre, evitar el gesto agresivo y la palabra ofensiva.
Si no hacemos obras de luz, viviremos lamentando nuestras obras de tinieblas: la corrupción, la impunidad, la injusticia, la agresión, la falta de oportunidades, la pobreza. Lamentamos, todos los días, actos que imprimen oscuridad a nuestro mundo y a nuestra vida. La tiniebla no da esperanza, no da seguridad, no da nada. Sólo la luz abre un horizonte de esperanza y de seguridad.
Encendamos la luz, con nuestra vida, en nuestro mundo, haciendo las obras del Reino que estableció Jesús.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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