Aprendizaje práctico
3º de Teología
Muchas veces, a lo largo de mi vocación hacia el sacerdocio, me he preguntado qué es lo verdaderamente esencial de nuestra fe. Y la respuesta la he encontrado en el Evangelio según San Mateo, en el Capítulo 25, Versos 34 y siguientes: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque… estuve enfermo y me visitaste”.
Estoy convencido de que el sufrimiento, la enfermedad, el dolor, la tristeza, no es algo querido por Dios, sino que forma parte de nuestra naturaleza humana. De alguna manera, cuando Dios nos da la vida, también nos da la muerte, permite que en nuestra existencia se combine la alegría con el abatimiento, la salud con la enfermedad, el dolor con el bienestar. ¿Acaso Dios no podría evitarnos todos estos sinsabores? Ciertamente que sí podría; pero Jesucristo Nuestro Señor no desdeñó nuestra naturaleza humana y todo lo que conlleva (menos el pecado). Es un Dios-Hombre que sufrió, lloró, tuvo hambre, frío, se enfermó, se angustió, etcétera, y todo eso para poder comprenderte a ti y a mí. Dios Nuestro Señor tomó nuestra naturaleza para que todo lo que tenga qué ver con el hombre tenga qué ver con Dios. Por eso, Él puede comprender todo aquello por lo que estés pasando en estos momentos.
Lo cierto es que existen muchas personas que sufren por infinidad de circunstancias: soledad, tristeza, abandono familiar, enfermedad, depresión, hambre. Cuántas veces, espacios de nuestras calles, de nuestras casas, de nuestras familias, vemos a estas personas con asco, con repudio. No hemos sido capaces de tocar a los ‘leprosos’ de nuestra Sociedad; hemos pensado que si les brindamos una sonrisa, una caricia o una mano amiga quedaremos contaminados de su inmundicia. Es evidente que se sufre por la indigencia corporal, pero existen incontables mendigos que van vestidos con trajes ejecutivos, disfrazando la miseria que experimentan. Y me atrevería a decir que ellos son los más miserables, no en el sentido despectivo de la palabra, sino en el sentido de lo que ello significa… Dar el corazón al que nada tiene, eso es misericordia.
Jesús fue muy claro en su Evangelio: lo esencial de nuestra fe es amar de una manera activa, no con conceptos, sino con misericordia. Y esto es, precisamente, lo que la Pastoral de la Salud pretende ser; éste es su campo de acción: convertirnos en la ternura de Dios, que abraza al enfermo en sus momentos de angustia; lavar las heridas putrefactas del indigente que yace completamente solo; consolar al familiar que llora en las sombras de un hospital por la muerte de su ser querido; escuchar con cariño al anciano que está olvidado en el último cuarto de la casa, como si fuera un cacharro inútil; ser un sorbo de esperanza para aquél que ha sido desahuciado; convertirnos en los amigos de aquellos que se encuentran tras unos barrotes; ser los bordones de esas piernas vacilantes que, por la enfermedad o por los años, en cualquier momento sienten derrumbarse… Es una tarea que, naturalmente, supera nuestras fuerzas y ni siquiera pudiéramos comenzar por nosotros mismos. “Inspíranos, Señor, el gesto y la palabra oportuna frente al hermano que se siente solo y desamparado”… oramos todos juntos en la Santa Misa junto con el Sacerdote. No somos nosotros, sino Dios que actuará en nosotros.
Démonos la oportunidad de conocer y amar esta Pastoral de misericordia (la Pastoral de la Salud); perdamos el miedo y el asco al enfermo, al marginado, al que es diferente a nosotros. Toda persona que clama al Cielo por el dolor, por la marginación, por la soledad, por la tristeza, es la voz misma de Jesucristo que nos está pidiendo que tengamos misericordia. ¿Te atreverías a negarle misericordia a Jesús Nuestro Señor?
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