Por Mónica MUÑOZ |
Los trágicos acontecimientos de los últimas semanas han traído muchas reflexiones a la mente de los mexicanos, quienes somos protagonistas de una de las más grandes catástrofes acaecidas en nuestro país y que no había ocurrido en mucho tiempo, sobre todo porque en pocos días se presentó una cadena de desastres naturales como huracanes y terremotos, resultando afectados varios estados de la República.
Al respecto hemos sido también testigos de innumerables actitudes, que van desde la indescriptible solidaridad que despertó en un pueblo adormilado por los problemas de inseguridad y violencia, para unirse en un mar de ayuda y empatía, desatando la caridad y el deseo de llevar consuelo a los infortunados que han perdido familia y bienes.
De manera sorprendente, poco a poco surgen los testimonios de apoyo, que no cesan. A través de las redes sociales hemos conocido casos de héroes anónimos que se han unido a los esfuerzos, primero, de rescatar sobrevivientes, con lo que pudimos conocer al joven de la silla de ruedas o al muchacho en muletas y sin una pierna o al anciano de 89 años, que removían escombros como los voluntarios sanos; después, nos encontramos con la pronta respuesta de miles de mexicanos que donaron víveres, ropa, medicinas, palas, picos, carretillas y todo lo necesario para apoyar en las labores de rescate. Fue conmovedor ver fotografías de personas de muy escasos recursos acercándose a los centros de acopio a donar hasta lo que a ellos les podía hacer falta, con el pensamiento de que los damnificados lo necesitaban más, cumpliéndose nuevamente lo que nuestro Señor Jesucristo admiró de la pobre viuda del Evangelio, que donó dos moneditas de poco valor: «En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 43-44)
También nos hemos dado cuenta de los jóvenes que, invadidos de compasión, se turnan para trabajar durante horas en los sitios de desastre, en los centros de acopio, en los albergues donde es necesaria la comprensión y el abrazo de un amigo, aunque no se conozca a las personas. Llena de orgullo observar los trabajos del ejército, los cuerpos de rescate, la marina y sus extraordinarios binomios humano-perrunos que tanto ha impresionado al mundo, los profesionistas que prestan sus servicios gratuitamente. He leído notas encendidas de emoción que alaban a los ciudadanos que han ofrecido sus casas para cobijar a los que han quedado despojados de sus viviendas, los que hacen servicios de mensajería con sus vehículos, los que transportan gente y ayuda sin cobrar un centavo, los que alimentan a damnificados y voluntarios, los que desean que la emergencia termine pronto y México pueda dar el siguiente, la reconstrucción del país.
Nuestra Diócesis de Celaya también ha participado activamente enviando camiones con ayuda humanitaria a los estados más necesitados como Morelos y Oaxaca; ha trabajado en centros de acopio de manera organizada, ha donado dinero y tiempo, ha orado por los hermanos en desgracia. Un tierno ejemplo ha llegado de una de las comunidades más pobres de la parroquia de San Juan Bautista, en San Juan de la Vega, donde los pequeños que asisten al catecismo escribieron una nota y la pegaron en una bolsa de azúcar, con la esperanza de que llegue a esos hermanos en desgracia y sepan que no están solos, pues estos pequeños están orando por ellos.
¿Era necesario que México experimentara tan dura prueba para sacudirse la apatía en la que lo mantenía la violencia que lo ha azotado durante tantos años? Porque también los ciudadanos han exigido al gobierno y a los partidos políticos que desistan de las inmorales campañas electorales en las que se derrochan miles de millones de pesos, para que ese dinero se destine a los que sufren. Lo que parecía imposible, se ha logrado por la unión que el infortunio consiguió. Los partidos políticos “encontraron” la manera de renunciar a sus jugosos presupuestos para destinarlos a lo verdaderamente urgente.
México vuelve a respirar con la fe puesta en el futuro que aparece prometedor, pero sabe que no debe bajar la guardia. La emergencia continúa, es indispensable que se mantenga alerta porque los temblores siguen, al igual que los huracanes, y, al mismo tiempo, los hermanos que aún tardarán en recuperarse de sus pérdidas lo que el país quiera, es decir, si mantenemos el ritmo que hasta este momento se ha llevado en la ayuda, pronto veremos a esos mexicanos en pie nuevamente, no los abandonemos. Hay mucha gente dispuesta a apoyar, no perdamos la oportunidad de unirnos, lleguemos hasta el final, dando hasta que nos duela, como expresaba la Madre Teresa de Calcuta.
Que Dios nuestro Señor nos ayude y mire con misericordia a la nación donde su Madre, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe, prometió escuchar a sus hijos y mantenerlos sobre su regazo y bajo su sombra, para que pronto emerjamos de la crisis, venciendo la indiferencia y el egoísmo de una vez y para siempre.
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