Fue un brillante jurista y un enamorado del Derecho, que logró, entre otras actuaciones judiciales, sentar al juez Baltasar Garzón en el banquillo por intervenir ilegalmente las conversaciones en prisión de los imputados en la trama Gürtel, encabezada por Francisco Correa. El Supremo condenó por ese delito de prevaricación al famoso juez estrella, por haber ordenado esas escuchas sabiendo que vulneraba el derecho fundamental a la defensa. La condena a 11 años de inhabilitación,
apoyada unánimemente por la Sala, supuso la expulsión de Garzón de la carrera judicial. Nacido en Madrid hace 58 años, Ignacio Peláez, estudió Derecho e ingresó en la carrera fiscal,
llegando a ser fiscal de la Audiencia Nacional, especializado en delitos económicos, de terrorismo y derecho penal internacional. Posteriormente se pasó al ejercicio libre de la abogacía, primero en la firma Tax and Law y después en el despacho que fundó Peláez Abogados. Peláez fundó Eurojust, organismo de cooperación judicial de la Unión Europea, con sede en Bruselas y La Haya. También ejerció el cargo de Consejero de Justicia en la Embajada de España ante la Unión Europea, en Bruselas. Compatibilizó la profesión con la docencia, como profesor de Derecho Procesal en la Universidad de las Baleares y en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Fue abogado y amigo personal de
Mario Conde, que ha escrito una semblanza en la que pone de relieve la talla humana y profesional del jurista fallecido. El ex banquero cuenta que Peláez se ocupó de su situación penitenciaria y que cuando ingresó en prisión “Ignacio me envió, como muestra de afecto —“soy consciente de lo que en verdad sucede contigo”—
una colección de música brasileña, a la que, junto con el jazz, era especialmente aficionado”. Llegaron a ser muy amigos y cuando a Peláez le diagnosticaron un cáncer, le pidió que rezara por él. “No albergaba yo demasiada fe en esos rezos —me refiero a su eficacia curativa—“ dice Conde “pero no obstante recé y él, sabedor de ese mi sentimiento, me lo agradeció profundamente”. La vida de Peláez se extinguió, de forma fulminante, en apenas 60 días. Lo que le hizo “inevitable que su enfermedad y su proceso de morir reabrieran en mí las heridas de las muertes que llamo incomprensibles,
como la de mi mujer, Lourdes Arroyo, que abandonó esta encarnadura a los 53 años de edad” señala Mario Conde. El abogado afrontó “el morir con la fuerza que te proporciona la creencia en un Ser Superior”
“Ignacio era católico practicante y me dijo: “Mario, esto no va bien; yo soy creyente y voy a luchar”
“Ignacio era católico practicante –sigue diciendo el exbanquero-. y él mismo me dijo:” Mario, esto no va bien; yo soy creyente y voy a luchar, consciente de lo que tengo dentro de mí”. Su lucha —estoy seguro— no era tanto plantear una pelea al morir biológico, sino sentir en cada momento en el que los pasos de la muerte le conducían al final, que su fe no se tambaleaba a pesar de que resultaba inevitable preguntarse ¿por qué?” Conde termina su semblanza sobre Ignacio Peláez con estas palabras: “En un mundo en el que lo perverso, lo arbitrario, lo indecente, abunda más allá de lo que la salud espiritual de una comunidad requeriría,
una persona como Ignacio permitía seguir creyendo en la especie humana. Pero, claro, lo malo, lo peor, lo terriblemente doloroso es que esas personas siempre tienen que darnos su testimonio de la manera más lacerante: con su muerte temprana Descanse en paz”
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